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Derecho y aborto: la sociedad que queremos ser

Me duele como mujer que la discusión sobre nuestros derechos se haya reducido a la liberalización del aborto, cuando siguen existiendo tantas luchas por alcanzar la igualdad.

Juana Acosta-López, directora de la Clínica Jurídica de Interés Público y Derechos Humanos de la Universidad de La Sabana- Columnista invitada para esta edición
26 de febrero de 2022

Si la única consecuencia de la reciente decisión de la Corte fuera que las mujeres que se practiquen abortos no irán a la cárcel, probablemente la apoyaría. Sin embargo, lo que está en juego son cuestiones muy complejas –que no fueron valoradas por el tribunal– y que me obligan a estar en profundo desacuerdo con el fallo. Yo sigo teniendo la esperanza de que, en un debate deliberativo, podremos diseñar las mejores salidas para proteger los derechos de todos los seres humanos involucrados en esta difícil problemática.

La primera cuestión es qué es un “derecho fundamental”. Que la inasistencia alimentaria dejara de ser un delito no lo transformaría en un derecho fundamental de los padres a no pagar alimentos a sus hijos. Así, aunque la despenalización de una conducta no la transforma en un derecho, se ha entendido –equivocadamente– que la despenalización del aborto (por causales) en 2006 creó un derecho fundamental a la terminación del embarazo e, incluso, se argumenta que se puede exigir al Estado que costee y promueva el acceso a abortos libres y gratuitos hasta la semana 24 de gestación, únicamente con la publicación del comunicado sobre la última sentencia de aborto. Eso es antitécnico e ilógico. Si aceptamos que el aborto es un derecho fundamental, el mensaje es que la sociedad quiere promover esta conducta, a pesar de que el consenso en realidad es el contrario: debemos prevenir el aborto, pues conlleva la muerte de 73 millones de seres humanos al año. Además, no es cierto que despenalizar la conducta reduzca la práctica. Las cifras de abortos desde la despenalización por causales en 2006 han aumentado más de 120 por ciento en los últimos años, inclusive, en etapas avanzadas de la gestación.

La segunda es la concepción sobre la democracia, la separación de poderes y la seguridad jurídica, principios esenciales en un Estado de derecho. Que una rama del poder público haga o no haga su tarea no autoriza a la otra a extralimitarse en sus competencias. Además, en este caso la Corte no solo desconoció que ya había respondido a la pregunta sobre la constitucionalidad del delito en 2006, abordando materialmente los mismos cargos (como lo señalan los cuatro salvamentos de voto), sino que despenalizó el delito –asunto de competencia exclusiva del Legislativo– y dejó absolutamente desprotegidos a los seres humanos que están por nacer y que son titulares del derecho a la vida, lo cual podría generar la responsabilidad internacional del Estado.

La tercera y más impactante es el discurso deshumanizante. La demanda señalaba que la calidad de persona del que está por nacer debe ser “decidida por la madre, es decir, por el sujeto que está en condiciones de hacerlo nacer como tal”. Implícitamente, el mensaje es que la mujer decide si un ser humano tendrá dignidad y protección o no. Esta concepción es la antítesis de los derechos humanos. No olvidemos que las violaciones a los derechos humanos más graves en la humanidad han ocurrido porque algunos creen tener la autoridad para decidir cuándo otros son dignos o no y si merecen vivir. Por demás, el plazo es arbitrario: estudios reflejan que desde las primeras etapas del embarazo el no nacido sufre dolor intenso y es viable semanas previas a la 24. A pesar de esto, la Corte sustentó este plazo no en criterios científicos, sino en sentencias de la Corte de Estados Unidos de 1973 y 1992.

Por último, muchos han afirmado que esta despenalización es el logro más importante para las mujeres después del derecho al voto. Me duele como mujer que la discusión sobre nuestros derechos se haya reducido a la liberalización del aborto, cuando siguen existiendo tantas luchas por alcanzar la igualdad. Esto me hace pensar en la concepción que tenemos de los derechos de las mujeres, especialmente cuando constantemente se nos intenta callar si pensamos distinto, incluso a las magistradas que fallaron en derecho. ¿No lucha el feminismo por que las mujeres podamos decir lo que pensamos? Por mi parte, no dejaré de alzar mi voz a favor de lo que yo creo que es el mayor logro de los derechos humanos: garantizar la dignidad de todos los seres humanos, especialmente de los que no tienen voz, como alguna vez no la tuvimos las mujeres.