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Enrique Gómez Martínez Columna Semana

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Desesperanza e inmadurez

La democracia se tambalea, los corruptos se relamen, los hipócritas se escandalizan y los jóvenes, los talentos, el futuro, ahogados en desesperanza, como pueden se largan del país.

13 de noviembre de 2023

Es claro que nuestra cultura democrática es leve, llena de contradicciones, se define por el oportunismo personal destructor de partidos y está marcada por el facilismo conceptual y de objetivos. Posiblemente estos defectos son intrínsecos al modelo y representan la transacción que debe ser siempre modulada para asegurar su vigencia y funcionalidad relativa.

Entre sus muchos defectos está el de haberse autoimpuesto, como resultado de recurrentes diálogos de paz, que solo aseguraron impunidades e impusieron la falsa premisa de la ilegitimidad de nuestra democracia sin mejorar nunca la convivencia pacífica, que las instituciones y los ciudadanos deberíamos aceptar que quien promueve una agenda autoritaria, quien valida las conductas criminales y antisociales, desprecia instituciones democráticas como la libertad de prensa, el debido proceso o la separación de los poderes, pueda, a pesar de su talante antidemocrático, participar en la democracia, pontificar sobre ella y, colmo de los males del pluralismo hipócrita, hacerse al poder para instrumentar desde allí la destrucción rápida y sistemática del sistema democrático mismo que le otorgó el poder.

Un demócrata nunca puede condonar delitos cometidos bajo la disculpa o premisa de la lucha armada contra la sociedad. Pero elegimos a un presidente que nunca se desdijo de sus crímenes y que, por el contrario, lideró todo un andamiaje académico, político, periodístico y de organizaciones civiles no gubernamentales enfocado a deslegitimar la democracia y a justificar y hacer aceptables las más escabrosas y cínicas conductas criminales de sus pares guerrilleros.

Petro y otros indultados, envalentonados por su manto de impunidad, han cultivado de manera sistemática el socavamiento de la democracia colombiana sin nunca haber hecho condena rotunda y sistemática de los crímenes en los que estaban incursos y que siguen cometiendo sus correligionarios de la violencia de siempre. Guerrilleros hoy envalentonados por una legitimación abstrusa generada desde el sistema mismo que pretenden destruir y que, en medio de tergiversaciones, renuncia progresivamente a la misión fundadora y esencial de la protección de la vida, honra y bienes de sus ciudadanos.

Esta deriva, propiciada y acelerada por Santos y validada por la falta de talante de Duque, ha sido criticada por quienes como el suscrito no aceptamos tergiversaciones ni eufemismos que buscan legitimar la tolerancia con el crimen de cualquier origen ni con el más infame realizado en nombre de la revolución, bandera maldita que ha justificado los peores horrores y sepultado las ilusiones de futuro de generaciones enteras de colombianos.

Hemos rechazado la equivalencia de infamias con las que sistemáticamente, y ahora judicialmente a través de la JEP, se pretende legitimar la acción anterior, perversa y terrorista con la desbordada, posterior y también infame reacción de algunos miembros de la sociedad y las instituciones que descendieron a la ilegalidad y la barbarie cuando el Estado había renunciado al ejercicio de su función de imperio por mediocridad, corrupción o inhibición programada como la que hoy define la malhadada iniciativa de la paz total.

Seguimos rechazando la deslegitimación generalizada de la sociedad y el Estado colombiano en relación con los excesos reaccionarios que derivaron de las barbaries de las guerrillas y narcos, esas sí generalizadas en todos sus rangos y milicianos.

Frente a esas críticas, el santismo y la izquierda, esa que incluso reclama la etiqueta de democrática para distinguirse de la “otra”, la de Petro con la cual convive, coctelea y contrata a todo dar, le dijeron al país que había que extender el manto del pluralismo democrático a aquellos para los cuales el único objetivo era destruir la democracia.

Afirmaron tajantes que el riesgo de entregarle el poder al autócrata irredento de sus crímenes y de los métodos revolucionarios era una demostración de madurez democrática. Que debíamos confiar en la solidez de las “instituciones”. Que ellas nos defenderían de la perturbación democrática.

Y con estos sofismas condenaron al ostracismo mediático a todos aquellos que tratamos de develar al pueblo colombiano el verdadero talante de Petro y sus cohortes. Nos llenaron de etiquetas, mientras juiciosos le lavaron la cara al aspirante a tirano, al enemigo de la democracia de toda la vida, que caminó sonriente al poder sobre las babas de los centristas aduladores y las credulidades de los votantes embelesados por un populismo diseñado en los fondos de la inteligencia artificial y mercadeado con oscuros patrocinios en las redes sociales.

Hoy está demostrado que las tales instituciones no sirven de nada frente a quien como el presidente tiene la desvergüenza y el propósito de pasárselas por la faja. Los poderosos que le abrieron intencionalmente el camino a Petro se habían además encargado de debilitarlas y corromperlas para su propio beneficio. Mutiladas, comprometidas y displicentes no serán el dique para proteger la democracia.

Y en paralelo al embate populista con los bienes del estado con el cual está se busca asegurar el triunfo del Pacto Histórico en 2026, tal y como era claramente previsible, hoy, desde el mismo estado se promueve, protege y exalta con promesas de remuneración el crimen en todas sus modalidades incluidas las mas detestables.

Hoy periodistas y comentaristas repudian lo que se había anunciado y negaron hace poco más de un año. Las instituciones inútiles oscilan entre ponerles “reglas” a los delincuentes o mantenerse en su indiferencia. Las ONG’s de bolsillo de la izquierda esconden la mano y esperan la reacción de la ciudadanía abandonada para entonces si desplegar todas sus redes de denuncia.

La democracia se tambalea, los corruptos se relamen, los hipócritas se escandalizan y los jóvenes, los talentos, el futuro, ahogados en desesperanza, como pueden se largan del país.

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