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Julio Londoño Paredes Columna Semana

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El campeonato mundial: una anestesia temporal

Los efectos políticos del campeonato mundial de futbol se siguen experimentando.

25 de noviembre de 2022

Es evidente que el deporte es un elemento clave en la geopolítica. El campeonato mundial de futbol que ahora se lleva a cabo no es una excepción.

Empezando por la aguda polémica que se ha producido por las características de Qatar, un país que muy pocos conocían y que la inmensa mayoría no podía ni siquiera ubicar en el mapa, ahora se ha proyectado como un monumento a la corrupción y a la violación de los derechos humanos en medio de la opulencia.

Por su parte, Arabia Saudita, que hace esfuerzos de un tiempo para acá para no aparecer como incondicional de los Estados Unidos, se dedicó a cambiar la cetrería por el futbol y hasta ahora sale fortalecida por su victoria sobre Argentina; no obstante, su conocida discriminación contra la mujer y la acusación a su virtual jefe de Estado, el príncipe Mohammad bin Salman, por el descuartizamiento del periodista Jamal Khashoggi en Estambul.

Para no hablar del efecto de que la selección de Irán no cantó el himno nacional de su país, como apoyo al movimiento surgido contra el Gobierno teocrático que condujo a la muerte a una mujer porque no tenía bien puesto el hiyab.

En el entorno del campeonato mundial, la invasión rusa a Ucrania, la hambruna que enfrenta Somalia y las cotidianas balaceras en los Estados Unidos, pasan a un segundo plano. Incluso en Colombia, a pesar de las sangrientas matanzas en el Putumayo, la atención se centra en las reacciones de Messi.

El problema es que nos hemos acostumbrado a que, cotidianamente, personas de diferente condición y origen sean asesinadas en los cuatro puntos cardinales de nuestra patria.

Al fin y al cabo “estamos en guerra”, como dicen los del ELN, que, parodiando acuerdos en la guerra entre Rusia y Ucrania, magnánimamente ofrecen no atacar instalaciones militares, si las fuerzas militares hacen lo propio con las “instalaciones” del grupo guerrillero. El hecho es que siempre habrá grupos disidentes y bandas rivales de narcotraficantes que estarán en guerra entre sí y contra el Estado.

La inseguridad galopante se ha apoderado de algunas ciudades hasta el punto de que la gente ya no sabe cuándo salir, a qué sitios ir y cómo movilizarse, porque los medios de transporte masivo se han constituido en sitios de alto riesgo. A la gente no le importa que el que le entierre un cuchillo en el estómago, o lo atraque, sea o no de las disidencias de las Farc, del ELN o del Cartel del Golfo.

La esperanza es que, para recobrar la confianza, en un próximo campeonato mundial obtengamos el título, como creímos que sucedería en 1994, cuando el triunfalismo y la poca disciplina nos derrotaron.

Entre tanto, mientras sigamos siendo los mayores productores de cocaína del mundo y la salida del problema del narcotráfico sea más difícil que ascender al K2 en el Himalaya, seguiremos ostentando el poco honroso título de ser el país más peligroso del mundo, después del Congo.

(*) Decano de la facultad de estudios internacionales, políticos y urbanos de la universidad del Rosario.

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