Salud Hernández

Opinión

El país que muchos no queremos

Cualquier día el presidente la declara gestora de paz, como hizo con alias Violeta, la asesina del Centro Andino. 

Salud Hernández-Mora
18 de octubre de 2025

No encuentras una mata de coca en los valles y laderas. Ni de marihuana. Solo cafetales, frutales y alguna que otra res pastando. A los labriegos de esos lares nunca les llegará un subsidio estatal ni sus trochas figurarán en ningún programa prioritario para placa huellas o mejorar puestos de salud. En La Plata, Huila, no saben de zanahorias, solo de palos. Ser recto, legal, una despensa agrícola, no cultivar coca ni ser un nido tradicional de criminales, no es motivo de recompensa en este país.

Hasta hace dos años, era un municipio tranquilo, cuna de un legado musical que los enorgullece, de clima templado y paisajes verdes. Pero les invadió la plaga maldita bautizada Farc, heredera de la banda terrorista fundada por un asesino de alias Tirofijo, y cada día carcome más terreno. Si no aplican un tratamiento persistente y radical para extirpar el tumor guerrillero naciente, puede hacer metástasis.

El pecado de La Plata no es otro que su estratégica situación geográfica. Lindar con el ingobernable Cauca se les volvió una desgracia, sumado a haberse convertido en un corredor montañoso hacia otros departamentos. Además de remitirles mandos guerrilleros que matan, desplazan, reclutan menores, extorsionan y secuestran, incluso a una brigada médica, utilizan el territorio platense para enviar la marihuana del norte caucano hacia Putumayo y el interior del país.

Municipio que atraía turismo, en la pasada Semana Santa, La Plata saltó a las primeras páginas por un sanguinario atentado, el primero de ese tipo que conocía la cabecera municipal.

Alias Karla mandó poner una bomba junto a la estación de policía con la esperanza de asesinar uniformados para vengar la baja de su novio, alias Sebastián. En lugar de coronar su macabro objetivo, segó las vidas de los hermanos Sergio Esteban, 17 años, y Luisa Fernanda, de 20, que disfrutaban con los suyos en una heladería, e hirieron a medio centenar de lugareños, su mamá y familiares entre ellos.

Despiadada y altanera, Karla, de 25 años (19 según fuentes militares), se volvió una rueda suelta tras la muerte de Sebastián. Tanto que sus mandos la degradaron; de comandante la rebajaron a guerrillera rasa.

Entretanto, la mamá de los fallecidos acudía a citas médicas para sanar los efectos de la metralla que le incrustó la bomba. Pero seguían sangrando las heridas del alma, no encontraba sentido a continuar caminando, respirando, viviendo, mientras visitaba a Sergio Esteban y Luisa Fernanda en el camposanto. ¿Por qué no pereció ella? ¿Por qué el destino se ensañó con sus dos retoños?

Permaneció más de cuatro meses en casa de una prima, incapaz de retornar al hogar donde cada rincón le recordaba a su única hija y al pequeño de la familia. Cuando regresó, no sabía dónde reposar la mirada sin que le doliera, cómo tragarse tantas lágrimas. “Me dijeron que debía volver para hacer el duelo”, susurra con una tristeza infinita.

Le hubiese gustado acompañamiento psicológico constante, consciente de que requería ayuda profesional para seguir adelante. Pero solo recibió buenas intenciones de las autoridades competentes. Tampoco le echaron una mano para completar los penosos formularios para declararla víctima, ni aceptaron que a sus dos hijos mayores los incluyera el Estado en el mismo listado. Como si el asesinato de sus hermanos no los hubiera devastado.

Mientras unos arrastraban sus desgracias, Karla continuaba con sus actividades delincuenciales.

En una ocasión, un francotirador dio con ella al pie de una casa, en una vereda apartada. No apretó el gatillo. Mujer, vestida de civil, suponía una diana de alto riesgo para el soldado que la tenía en la mira. Si en lugar de dejarla herida, la mataban, el pelotón y sus mandos terminarían en el banquillo de los acusados.

¿Merecía la pena jugarse la carrera, el honor, la libertad y los parcos ahorros en abogados, por quitar de en medio a una despiadada bandida?

La respuesta fue la obvia y Karla permaneció meses libre hasta que la capturaron en un operativo de Ejército y Policía a principios de octubre. El ministro de Defensa declaró que la detención alivia a sus víctimas y que la Justicia actuará con contundencia.

¿Será? No estoy tan segura.

Cualquier día el presidente la declara gestora de paz, como hizo con alias Violeta, la asesina del Centro Andino. O un juez rechaza las pruebas o el país respalda revestir a las renovadas Farc de organización política para premiarles con una paz cargada de impunidad.

No sería la primera vez que santifican la venganza personal como parte del conflicto armado. Lo hizo Santos y sus aliados con alias el Paisa. El terrorista de El Nogal mató a cuanto acusaba de instigar la operación militar que acabó con la Pilosa, su compañera de siempre. Después, en Cuba, Timochenko y demás difundieron una biografía laudatoria sobre tamaño criminal. No ahorraron elogios y los santistas ni respingaron.

Nos guste o no, matar paga.

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