Dígannos como quieran pero dejen ya eso de llamarnos enemigos de la paz. Táchennos de incrédulos, críticos, desconfiados, prevenidos o recelosos. Yo preferiría, honestamente, que a algunos de nosotros nos dijeran escépticos funcionales y ya. Y es que eso somos: colombianas y colombianos con derecho a no comernos enteritas las cosas, a cuestionar, a no creer. Somos ciudadanos con derecho a presionar y a preguntar. Eso de querer convertirnos a todos en un público bobalicón que aplaude porque sí, sin saber qué va a salir detrás de la cortina se ha vuelto una obsesión dañina de algunos políticos y del mismo gobierno nacional que atenta contra el propio proceso de paz.
¡Déjennos incomodar a las FARC! Que sepan que a falta de fiscal que investigue y acuse, hay miles o millones de voces que les reprochan todos los días sus crímenes que, por supuesto, son muchos de ellos de lesa humanidad, aunque a Montealegre le cueste tanto trabajo decirlo.
Pero, sobre todo, entiendan amigos pacifistas, entreguistas, ingenuos, románticos de la paz, devotos de este proceso, colombianos igual de colombianos al resto de nosotros: el aporte, que como escépticos algunos queremos hacer, tiene una funcionalidad y un fin específico. No decidimos cuestionarlo todo porque sí. No lo hacemos ni siquiera porque nos caigan gordos Santos, De La Calle, Catatumbo o Márquez. Lo hacemos porque entendemos que la mejor forma de apurar las cosas, de ponerle una sana presión a las negociaciones, es manteniendo firme nuestra insatisfacción y pidiendo siempre más.
Frente al dogmatismo de algunos, déjennos a otros declararnos amigos del escepticismo funcional.
Twitter: @JoseMAcevedo