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Izquierda uno: la pureza

¿En qué tiempo está la izquierda colombiana? ¿En los achatados tiempos de las represalias internas? ¿Es posible cimentar una izquierda creíble a través de “pequeñas cochinadas”?

Yezid Arteta, Yezid Arteta
6 de noviembre de 2014

"Creo que hay muchas cosas puras en el mundo que no son más que pura mierda". Esto no lo dijo un químico. Lo escribió Nicolás Guillén en un poema titulado: Digo que no soy un hombre puro. Lectura escueta que no recomiendo a los mojigatos a riesgo de morir de un infarto.

¿Tiene futuro una izquierda ideológicamente pura? No. La tendencia son las fusiones. Lo puro se vuelve irrelevante y queda en la esfera de las pequeñas cofradías a las que les quedan pocos días en este mundo. La vida es cada vez menos pura. La comida, la música, el vestido, el arte, el sexo, la literatura, todo es fusión en este siglo loco, explosivo y a veces despolitizado.  

¿Tienen futuro los ideales de izquierda en Colombia? Sí. Pero tal como está concebida, no tiene futuro. No tiene futuro porque cada parcela de la izquierda colombiana cree poseer, como en el mundo de los vinos y los quesos añejos, la denominación de origen. Con intolerancia dentro y hacia afuera no se puede. Con pensamiento único, menos. Con el paradigma de ellos y nosotros, nunca.

El represaliado György Lukács decía al también represaliado Víctor Serge: “Los marxistas saben que se pueden cometer impunemente muchas pequeñas cochinadas cuando se hacen grandes cosas; el error de algunos consiste en creer que se puede llegar a grandes resultados no haciendo sino pequeñas cochinadas”.

Me pregunto: ¿En qué tiempo está la izquierda colombiana? ¿En los achatados tiempos de las represalias internas? ¿Es posible cimentar una izquierda creíble a través de “pequeñas cochinadas”?
En esta columna, por economía y no aburrir, haré mención a una de esas “pequeñas cochinadas” que desnudan la escasa tolerancia y la carencia de pluralidad entre el mundo de la izquierda. Tiene nombre: el escritor William Ospina.

William ha escrito mil columnas. De ellas, 999 han sido tomadas por todo el espectro de la izquierda para reafirmar sus convicciones. Por las redes sociales he recibido 999 enlaces de mis amigos de izquierda convidándome a leerlo.

William ha sido invitado en varias ocasiones para leer el discurso inaugural de los eventos de la izquierda. William leyó la segunda oración por la paz ante millares de colombianos sedientos de reconciliación que se congregaron un 9 de abril en la plaza de Bolívar. William paquí. William pallá.

En vísperas de las pasadas elecciones presidenciales William escribió una columna en el diario El Espectador que tituló “Los dos males”. Se le vino el muro encima, decían los rateros que conocí en las cárceles. En un abrir y cerrar de ojos, William se volvió el panfletista del mal y la cabeza lúcida de la derecha que más se teme. Sólo faltó que algún fiduciario de la fe llamara a hacer una hoguera con sus libros.

Para condenar a William se juntaron dos licores adulterados: la hipocresía y el pensamiento único, lineal, hegemónico defendido por los capellanes de la izquierda que, similares a los de la derecha más redomada, consideran como enemigo a quien razona y escribe de manera distinta. Al coctel contra William le agregaron unas gotas amargas. Esas gotas de odio que se gestan en la bilis y vuelven repugnantes hasta las ideas más nobles y revolucionarias.

William volvió a la carga y en otra columna titulada “Verdades Amargas”, volvió a decir lo mismo. Coherencia, digo. Toda la obra ensayística de Ospina lleva un hilo conductor: la responsable de la violencia endémica y las desgracias de Colombia es una élite aristocrática, apátrida y criminal que se formó desde los primeros años de la república e intentó asesinar al padre, a Bolívar. Pero muchos lectores de izquierda no han entendido esto y siguen buscando los cadáveres río arriba.  

La izquierda colombiana camina como los borrachos. Hacia adelante y hacia atrás. A trompicones. Se cae. Se levanta. Vuelve a caer. Se queda dormida en cualquier lugar y cuando despierta, le han robado la cartera.

En el horizonte se perfilan las elecciones locales. Por los lados de la derecha se van poniendo de acuerdo en tres embustes y dos pendejadas para tomarse por asalto a Bogotá, y en las regiones acumular poder y territorio. Por los lados de la izquierda, la cosa, como siempre, arrancó mal: sacando los trapitos al aire. Robledo y Clara. Clara y Robledo.

Robledo. Clara. Mejor juntos. Fusionados. Llamen a William. Llamen a los millares de William que desean cambios de fondo en el país pero se resisten a propuestas rectilíneas. Vámonos en el mismo tren. 

Jorge Robledo es un extraordinario senador, impecable, serio, consecuente. Clara López, mujer eficaz,   resplandeció como candidata presidencial en tándem con Aída Avella. Pero Robledo y Clara se están interpretando a sí mismos y no están interpretando lo que quiere la gente, mejor, lo que piensa la gente. Tanto ella como él, si no asumen lo que quiere y piensa la gente, pueden terminar sus vidas políticas como ornamentos de la llamada izquierda testimonial. 

Robledo, metafóricamente, puede convertirse en el Roberto Gerlein de la izquierda colombiana. Una larga vida en el Congreso que se la llevará el viento. Podría, en el 2030, recibir la Cruz de Boyacá en no sé qué grado por los servicios prestados al país y algún ghostwriter escribirá una biografía por encargo que editarán en los talleres de la Imprenta Nacional de Colombia y luego archivarán los centenares de ejemplares en los sótanos del capitolio junto a otros libros, leyes y sentencias sometidas a la rigurosa crítica de los ratones.  

Clara, y esto vale también para Robledo y los actuales dirigentes de izquierda, puede resetear todas las ideas que tiene en la cabeza y buscar los circuitos y las conexiones que puedan configurar una alternativa que salga a la cancha no sólo a jugar el partido, como ha sido hasta ahora, sino que salga a ganarlo.

Hay jugadores y barras aguerridas para ganar el partido. Pero para ganarlo hay que elaborar una estrategia de equipo y descartar las individualidades que, hasta el día de hoy, no ha podido resolver un solo partido. Hay jugadores que están muy viejos, que ven pasar el cuero y no corren. Hay que acelerar el cambio mental y generacional.  

Gerardo Iglesias, minero de oficio y uno de los más alegóricos dirigentes de la izquierda española que pasó por las cárceles franquistas, en un momento de su vida decidió tomar de nuevo la pica y seguir trabajando en las profundidades de las minas de carbón asturianas. Cuando le preguntaron las razones para hacerlo, respondió: “Cuando uno pasa mucho tiempo dentro del sistema de los partidos pierde la perspectiva. La militancia condiciona mucho el pensamiento individual”.

No estoy sugiriendo que Clara, Petro, Robledo, Navarro, Aída y otra gente más vuelvan a sus oficios primitivos, dejen sus agrupaciones y tiren todo a la bartola. Lo que quiero es recordarles que la única manera de voltear la tortilla es tomando el poder, por vías democráticas, aclaro. Y para tomar el poder hay que efectuar operaciones políticas útiles y realistas. Operaciones políticas que pasan por la reformulación de ellos mismos y las organizaciones que dirigen o influyen.

Queridos amigos y amigas, ustedes valen, pero asómense por la ventana y miren qué está pasando en el vecindario y en los barrios más lejanos. Cuando la ola de cambio se viene, no sólo se lleva por delante los anquilosados partidos del establecimiento, sino también a la izquierda que se resignó a contemplar el poder desde la lejanía. 

Pero esto lo vemos en la siguiente entrega.    

Post Scriptum: La bestia nihilista que manda en Barranquilla está demoliendo a martillazos el antiguo Club Unión Española, para habilitar un parqueadero. El patio andaluz y las columnas arábicas convertidas en escombros.  

En twitter: @Yezid_Ar_D
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