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JORGE HUMBERTO BOTERO

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La otra mejilla

Se requiere una fe enorme para creer que la ‘paz total’ pueda culminar con éxito.

14 de marzo de 2023

El discurso sobre la ‘paz total’ y la legislación que se ha adoptado para implementarla son hiperbólicos. Conducirían a una transformación profunda de una sociedad que se describe como inequitativa, cuyos progresos son nulos o insignificantes, la cual sería sustituida por otra en la que reinarán la armonía plena entre sus integrantes. Nunca ha sucedido nada semejante en la historia de la humanidad. Quién quita que ocurra en Colombia gracias a un gobernante inspirado en nobles anhelos. Ideas como esta de la ‘paz total’ produjeron millones de muertos en el pasado siglo, cuando nazis, fascistas y comunistas creyeron que mediante la acción pedagógica y represiva del Estado sería posible hacer insurgir al “Hombre Nuevo”.

Mas como no solo hay injusticia social, sino también violencia armada, la ley ha abierto la posibilidad de nuevos acuerdos de paz. Olvidémonos de la “paz estable y duradera” que habría conseguido Santos. Estamos -¡qué horror!- de nuevo casi en el punto de partida, caso único en este continente y rarísimo en el mundo. La oferta está dirigida en abstracto a grupos armados que “bajo la dirección de un mando responsable, ejerzan sobre una parte del territorio un control tal que le permita realizar operaciones “militares” (sic) sostenidas y concertadas“.

Para comenzar, el lenguaje es torpe: nadie puede adelantar operaciones “militares” si no hace parte de las Fuerzas Armadas de la República. Luego, extrañamente omisivo: no se requiere que esos grupos armados tengan móviles políticos; les basta acreditar su poder violento. Y, por último, el texto legal es generador de enorme incertidumbre. ¿Quiénes, entre esos numerosos combos o bandas, podrán acceder al privilegio de unos acuerdos que podrían ser, al menos, tan generosos como el que obtuvieron las Farc?

El “Cartel del Golfo” puede afirmar que su capacidad bélica no es tan poderosa y eficiente como la del ELN, sino mayor. Los paros armados, que con enorme eficacia ha desarrollado varias veces en Urabá y justamente ahora en la región del bajo Cauca, demuestran su poder. Dirá también que si el tener móviles políticos fuere requisito para negociar acuerdos de paz, los elenos tampoco los tienen. Bastaría leer los recientes libros de Eduardo Pizarro, Gustavo Duncan y Jorge Orlando Melo, entre otros, para concluir que, habiendo dejado atrás su ideología revolucionaria, en esencia hoy son carteles de negocios ilícitos. Es lo mismo que registran las noticias de cada día y confirman los documentos elaborados por los organismos de seguridad estatal. Los fines políticos, de guerrillas y clanes, en realidad no son más que una máscara.

Como tenemos a un teólogo al frente de las negociaciones de paz, mal podría sorprendernos que haya adoptado una estrategia contenida en los Evangelios: “poner la otra mejilla”: si te dan una bofetada, ofrece la otra. La delincuencia organizada ha entendido bien las oportunidades que le brinda este pacifismo de sacristía. Está movilizando a los campesinos, indígenas y mineros artesanales que controlan como punta de lanza de sus objetivos criminales. Ellos configuran su “primera línea”.

Suponiendo que el ELN es coherente con sus posturas tradicionales, sus intereses consisten en acordar una agenda ambiciosa, cuya negociación sea dilatada; y pactar un cese al fuego que, como se sabe, sería inverificable: sus integrantes están dispersos en casi todo el territorio nacional, y en muchos sitios se enfrentan con otras bandas armadas. Como regalo de año nuevo, el presidente dio la orden de cesar operaciones “ofensivas” contra los líderes de las principales organizaciones ilegales. (Hacer concesiones gratuitas en medio de una negociación cualquiera es un error garrafal).

Que se haya suscrito en México una agenda temática no es una contraprestación suficiente frente al privilegio de no ser objeto de acciones militares, al menos para los cabecillas que estén en Colombia. Si este gesto de benevolencia unilateral fuere refrendado en la mesa de negociaciones, habremos regresado a la sombría época del despeje del Caguán que tanto sirvió a las Farc para fortalecerse. Incluso peor: ese era un territorio gigantesco aunque acotado; el nuevo es el país todo, quizás con excepción de un círculo de cinco kilómetros de diámetro en torno al palacio presidencial.

Para agravar la situación, el texto que emerge de México contiene una amenaza para la estabilidad del Estado. Allí se estipula que las partes podrán “Examinar, desde una perspectiva democrática, el modelo económico, el régimen político y las doctrinas que impiden la unidad y la reconciliación nacional”. Dicho sin ambages: la Constitución misma, que ya modificamos en el 2016 para albergar a las Farc, ha quedado en entredicho.

Sin embargo, como una demolición institucional de esas dimensiones carece de viabilidad política, porque el gobierno no se atreve a pactarla, y porque si lo hiciere no tendría respaldo nacional para tirar por la borda las instituciones, el ELN va camino de consolidar sus propósitos de siempre: adelantar una negociación dilatada y evitar la persecución del Estado, garantizada esta por un cese al fuego recíproco; así quedaría habilitado para seguir explotando su portafolio de negocios ilícitos que mucho han prosperado aquí y en Venezuela. Conviene recordar que la administración Santos expresamente excluyó de las conversaciones con las Farc la revisión de los ejes constitucionales. Cumplió su palabra. Por eso casi no logra cerrar el pacto en sus ocho años de mandato.

Jean Baptiste Say, un célebre economista francés del siglo XIX, acuñó la “Ley de los mercados”, según la cual toda oferta de bienes y servicios origina su propia demanda. Este principio explica que todos los días crezcan las pretensiones de los grupos armados. Cuando con tanta improvisada generosidad Petro ofrece ramos de olivo a diestra y siniestra, mal puede sorprenderse si muchos le exijan ingresar al jardín donde los reparten… así sea derribando las puertas a balazos.

Briznas poéticas: Me estremece leer a Antonio Deltoro, poeta mexicano: “En el corral vecino matan a una gallina. ¿Cuántas habrán muerto esta noche? Ahora es un cerdo el que se queja del cuchillo. Noche de insomnio en la que se adivina entre las mantas la intemperie del frío. Noche en la que la muerte se cuela, entre las mantas, como un anticipo”.

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