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LAMENTABLE RETIRO

Semana
1 de noviembre de 1999

Se queda uno sin saber que le pasó al doctor Rodrigo Pardo en la dirección del diario de la
cervecería. Su retiro fue sorpresivo y, si nos atenemos a la forma en que la presidencia de la junta directiva
del periódico lo notificó a la opinión, se trató de una decisión fulminante.Al día siguiente se dio a conocer
una decorosa y retrasada carta de renuncia, de hecho el documento de un diplo-mático, que debe leerse entre
líneas. La apariencia que se dio fue la de primero destitución y luego renuncia. Poco más o menos como las
sentencias de las Cortes de hoy, en que, conocida la parte resolutiva, los magistrados se toman su tiempo
para redactar los motivos que tuvieron para proferirla.
O como expulsó del mismo diario su director, hoy a su vez expulsado, a los periodistas Fabio Castillo
(para el alcalde de Bogotá, un periodista anónimo), Ramiro de la Espriella y Darío Bautista (nombre que
comprende dos hombres de prensa ampliamente reconocidos). Tan pronto se posesionó Pardo, en marzo de
1998, estos tres destacados colaboradores y antiguos miembros del consejo editorial le enviaron una carta,
tan arrogante como altiva, en la cual le exponían las condiciones para continuar colaborando, dadas las
peculiares circunstancias del diario, que acababa de ser copado por el grupo cervecero.
La carta de Castillo Ulloa, De la Espriella y Bautista fue arrojada al cesto de la sección Cartas del Lector y
publicada en ella bajo un título inapelable: 'Lamentable retiro'. Fue este un despido descomedido, a modo de
respuesta. "Como mi Dios no se queda con nada", según repite a cada paso una persona de mi entorno,
la misma suerte corre ahora el terso y glacial director que se dio el lujo de borrar de su nómina de
colaboradores a aquellos tres periodistas.
No es que me complazca el retiro de Pardo, quien hizo una buena cancillería en un gobierno muy
cuestionado y es periodista, según afirma, por considerarlo un oficio apasionante y el de mayores
satisfacciones intelectuales. Fue, además, según se dice de él, tolerante y liberal, aunque ello no quedara
demostrado en el episodio que acabo de narrar.
Pero puede ser de algún interés especular acerca de las razones ocultas que motivaron el inmediato retiro
del director, nombrado con gran desafío para la familia y para los viejos amigos del viejo Espectador
(q.e.p.d.), el mismo día de aniversario del asesinato de Guillermo Cano (q.e.p.d.).
De las entrelíneas de la carta se puede inferir que antecedieron discusiones sobre la suerte económica del
periódico, que tan malos réditos parece estar dando al grupo de negocios, si nos atenemos a las disculpas del
doctor Pardo sobre la gestión administrativa, cuando afirma que tales pormenores no eran de su
incumbencia.
Se podría pensar, igualmente, por tanta reiteración sobre la independencia y el carácter democrático y
liberal del director, prácticamente declarado insubsistente, que los reclamos de los directivos pudieran
haber sido por este aspecto. Ya don Alfonso Cano, presidente honorario, había anunciado su retiro si se
producía un nuevo despliegue periodístico, como el que dio, a su juicio, excesiva publicidad a los jefes de
la guerrilla.
Una discrepancia profunda se ha querido disimular con la carta de renuncia, muy diplomática, del ex canciller
Pardo, aunque muy poco la hubiese disimulado el comunicado dictatorial del presidente de la junta
directiva, dentro del mejor estilo de Julio Mario Santo Domingo. A Pardo se le contestó su larga carta con un
melancólico certificado de idoneidad profesional.
Se especula, así mismo, acerca de un proyecto de dirección única de medios, centrado en el corazón del
Grupo, y de la poca disposición que tuvo para uncirse a esa coyunda el insubsistente don Rodrigo ('Las
huestes de don Rodrigo desmayaban y huían, cuando en la octava batalla sus enemigos vencían').
Y no falta quien sostenga que el antipastranismo de quien fuera canciller del régimen, y del cual dio las
últimas muestras en su retrasada renuncia, fuera motivo para su remoción por quienes siempre han estado
del lado de los gobiernos.* * *
A este remezón en las páginas de la cervecería se suma la pelea interna que vive el diario de los Santos,
después del entierro de su director epónimo, don Hernando, que de Dios goce. Todavía con el balde del
agua bendita en sus manos, luciendo estola negra y blandiendo el instrumento del asperges, el padre Alfonso
Llano, benemérito columnista de ese diario, esparce un aguacero de inconformidad sobre sus colegas, a unos
porque se retiraron y a otros, como Daniel Samper, por manejar un humor que no le gustaría ni a su hermano
(el de su hermano tampoco gusta).

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