Marco Tulio Gutiérrez

OPINIÓN

Las sociedades orwellianas

Esta semana se conmemora el aniversario de la publicación de ’1984′ de George Orwell, este libro, de vital importancia, cada vez parece más una descripción de nuestra realidad que una novela distópica.

9 de junio de 2021

El 8 de junio se conmemoran 72 años de la publicación del fascinante 1984 de George Orwell, tal vez una de las obras literarias más impactantes del siglo XX, que pese a ser una novela de ficción distópica, se convirtió en un libro de referencia en muchos ámbitos políticos y académicos. Sin duda, 1984 es tal vez una de las mejores representaciones del terror de un Estado totalitarista y represivo, en esas 326 páginas se puede entender el miedo y la angustia con la que el mundo vivía por aquellos días después de haber terminado la Segunda Guerra Mundial, sin embargo, más allá de su importancia política y académica, esta obra de Orwell ha empezado a adquirir figuración en la actualidad, pues son cada vez más frecuentes y comunes las similitudes en diferentes lugares del mundo con sus gobiernos y la idea de este terrible Estado dirigido por el Gran Hermano, un líder que tenía la capacidad de inmiscuirse dentro de la vida íntima de cada uno de los ciudadanos, más que un líder era un vigilante omnipresente que básicamente tenía la posibilidad de seguir en tiempo real a toda la población, tal y como hoy pasa con las redes sociales, las cuales al mejor estilo de la macabra pantalla que vigilaba a todos los habitantes de Oceanía. Es escalofriante la similitud que existe entre la posibilidad de monitoreo constante de nuestras vidas, de nuestra privacidad, de nuestros conceptos y opiniones, con el uso de las redes sociales, las cuales se convierten hoy en día en elementos esenciales para acceder al poder en las campañas políticas y en el caso de la institucionalidad como herramienta de monitoreo, vale recordar las acciones penales que oficiosamente la Fiscalía ha incoado contra personas que han manifestado sus puntos de vista en redes sociales, o recordemos los denominados “perfilamientos” que el Gobierno nacional hizo de diferentes influenciadores en Twitter, a los cuales calificaron de positivos, negativos y neutros, ahora bien, volteando la mirada a Estados Unidos para nadie es un secreto que el asalto al capitolio el pasado 6 de enero, tuvo un detonante diáfano y fue el llamado a la defensa que hizo el expresidente Trump, llamado que se extendió, multiplicó y magnificó por cuenta de las redes sociales, que tal y como el omnipotente Gran Hermano, llego a millones de personas en tiempo real con la capacidad de someterlos bajo sus direccionamiento.

1984 está compuesto por un conceptualismo único y absolutamente genial, que hace que cada vez que lo leemos podamos encontrar más y más similitudes con nuestras sociedades, de ahí que desde hace unos años se haya acuñado el término de las sociedades orwellianas para referirse a estas situaciones y tal vez uno de esos elementos narrativos y conceptuales de la novela toma especial trascendencia el día de hoy, cómo no evocar el famoso concepto de los “dos minutos de odio”, que básicamente era un espacio obligatorio para toda la ciudadanía, en el que todos debían dejar de lado sus oficios cotidianos para dirigirse masivamente a una pantalla, donde el partido emitía un informe sobre la situación bélica por la que estaba atravesando Oceanía, que valga la pena decirlo siempre estaba en guerra, en esta reunión la gente hipnotizada y enajenada por el mensaje entraba en un dramático estado de trance y estupor, en el que apoyaban ciegamente con gritos y algarabía lo que la pantalla les quería hacer creer; un inminente triunfo en alguno de los frentes de batalla, la captura de algún líder de alguno de los otros bandos, la traición de alguno de sus propios oficiales, una forma de vender una falsa esperanza para que la gente creyera en algo, así ese algo no fuera cierto, hoy en día no solo en Colombia sino en casi todo el mundo existe una profunda crisis de polarización, que al mejor estilo del éxtasis de los dos minutos de odio, genera en la ciudadanía reacciones extremas, nocivas y especialmente agresivas. Hemos visto cómo la gente por simple apasionamiento termina incluso comprometiéndose físicamente por cuenta de las ideas que de un lado o del otro intentan seducir a la opinión pública, así mismo, la megadifusión del mensaje falso o inexacto como herramienta para lograr controlar la voluntad popular, por ejemplo, constantemente las pantallas hablaban del gran traidor, de Emmanuel Goldstein, quien supuestamente había traicionado los intereses de Oceanía y se había convertido en el primer enemigo del Estado, a Goldstein se le había atribuido la redacción de un manual subversivo que a toda luz iba en contra de los principios del partido, de ahí que cualquier simpatizante con dichas ideas iba a ser perseguido inmisericordemente por el aparato opresor del Estado, sin embargo, nunca se supo si el tal Goldstein existió o no, tal vez esa idea de miedo es lo que algunos quieren hacer ver cuando venden una narrativa de un Estado asesino y paramilitar o cuando por el otro lado se dispersa el discurso del virus castro chavista de la eventual transformación de Colombia en Venezuela, sin duda, se trata de una técnica de persuasión fundada en el concepto del miedo, o dónde podemos dejar el famoso “Estábamos buscando que la gente saliera a votar verraca”.

Esta sociedad orwelliana mostraba un anhelo básico en cabeza del Estado y era el de limitar a toda costa la capacidad propia del individuo y de su libre albedrío, esto mediante la supresión de la capacidad de análisis y comparación, para tales fines el “Ministerio de la Verdad” se dedicó a modificar sistemáticamente todo lo que pasaba en la cotidianidad y así mismo de no dejar rastro del pasado, esto aunado con una estrategia de reducir al máximo el idioma, denominándolo “neolengua”, en cuya configuración se suprimían casi todas las palabras que le daban potestad al individuo de autogobernarse, para así crear una limitación neurolingüística capaz de dejar al individuo sometido a merced del partido, ahora bien, en la actualidad es cada vez más claro cómo se pretende modificar el contexto de las cosas con nuevas definiciones, no hablar de secuestro sino de retención, utilizar otros términos para de alguna manera intentar minimizar el impacto de la connotación original del término.

Para todos, este gran libro es el manual de lo que un Estado Social de Derecho no debería ser, por ello es vital que nuestros líderes lo revisen con detalle, pues cada vez más son las similitudes con este Estado, en donde “la guerra es la paz; la libertad es la esclavitud y la ignorancia es fuerza”, precisamente para evitar que estos puntos comunes entre la sociedad orwelliana y la nuestra confluyan, se encuentran previstos en nuestra Constitución.

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