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Jairo Gómez Definitiva

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Negar la evidencia es negar la información

“Qué error. Aquí no se trata de “rodear las instituciones”, eso es carreta. Y, además, ese no es el papel de los periodistas. Su función es fiscalizar el poder y garantizar transparencia en la información”.

13 de mayo de 2021

Este establecimiento decrépito, añejo, cicatero y avaro solo le ofrece bala y muerte a la protesta que legítimamente está en la calle. Cero empatía, creatividad y generosidad; la orden a Duque es no ceder y reprimir.

Por supuesto, el defensor de ese establecimiento pendenciero que sabe mutar tiene en Álvaro Uribe, su mejor escudero. Y este, un rabioso político sin ética posible que lo detenga, dio la orden: disparen, defiéndanse y protejan la institucionalidad (que son él y esa banda de desalmados que ostentan el poder). El saldo a hoy lo dice todo: 52 personas asesinadas presuntamente por el accionar de la policía y el Esmad; 489 personas heridas, de ellas, 33 lesiones oculares; 435 manifestantes desaparecidos; y 1365 estudiantes detenidos. (Datos de la redes sociales, mucho más creíbles que los que informan los noticieros).

Como en Chile, aquí en Colombia también nos impusieron la escuela de Chicago (neoliberalismo) a sangre y fuego, con una aclaración adicional: allá era una dictadura, aquí una democracia que, como las Farc en el pasado, también combinó y combina todas las formas de lucha. En este país desde las épocas de Gaviria al 2021 nunca ha habido diálogo social, siempre prevaleció la imposición y la represión. Por montones podemos contar los muertos, los heridos, los mutilados. Esa ha sido la constante y hoy no es la excepción.

Dicho lo anterior, no es extraño que Duque se niegue a la posibilidad de negociar con los verdaderos protagonistas de la movilización: Comité del Paro, los jóvenes, indígenas, camioneros y un largo etcétera. Dialogar, para el presidente, sería claudicar, poner en evidencia la debilidad del Estado. Aún se creen ese cuento; no han entendido el mensaje de esta movilización que, escuchen bien, resistirá hasta lograr compromisos creíbles y soluciones viables en el inmediato plazo como desmilitarizar las calles, retirar la reforma a la salud, gratuidad en la educación superior y una renta básica.

Sin embargo, la terquedad gana terreno. Pretende replicar lo hecho en 2019 para apaciguar los ánimos que no es otra cosa que mamarle gallo a la calle. Duque desempolvó la llamada “conversación nacional” y le puso otro nombre “diálogo nacional”, para dilatar, para ganar tiempo.

Mientras gana tiempo, el país se le desploma. Cavila y se enfoca en revivir las viejas tácticas de equiparar las movilizaciones con el terrorismo para buscar pretextos que legitimen la represión. Busca las excusas, escasas por cierto, para desdibujar deliberadamente el mensaje de la protesta que ya trascendió y tomó el rumbo de un clamor nacional por las reformas sociales, aplazadas por décadas, que deben ser prioridad en la agenda pública.

Pero para lograr ese propósito necesita de un aliado estratégico: los medios de comunicación. No se trata de buscar soluciones, ni de esclarecer, sino de hacer daño. Sentados a manteles y en un sucio secreto diseñaron una maniobra para desprestigiar el paro nacional que hoy apoyan el 75 % de los colombianos, según las encuestas. Los periodistas que se tomaron el café con Duque se entregaron a la institucionalidad y se fueron en contra de los jóvenes, camioneros, indígenas, campesinos, clases medias y bajas que hoy reclaman cambios y justicia social.

De ahí nació el compromiso de mover un concepto: “marchas sí, bloqueos no”, para provocar tendencia en las redes. Esa inoportuna decisión los reveló como cómplices del poder reacio a negociar con la calle que a cambio prefiere la matazón, la represión y la violencia. Abandonaron la credibilidad, su bien más preciado para declinar en su deber de informar veraz e imparcialmente sobre un estallido social que está en las calles y nos es posible ocultar. Eso se llama negar la evidencia, que es negar la información.

Qué error. Aquí no se trata de “rodear las instituciones”, eso es carreta. Y, además, ese no es el papel de los periodistas. Su función es fiscalizar el poder y garantizar transparencia en la información. A no ser que en sus respectivos medios de comunicación manipular la opinión sea una directriz editorial de los dueños. En tal caso deberían ser honestos y decirlo: por las gentes que están en las calles, por los muertos, por quienes aún continúan arriesgando sus vidas. Ellos, gente como ustedes periodistas, en su mayoría no son terroristas, ni vándalos, son ciudadanos que quieren un cambio y reformas que no dan espera. Son personas honestas de clase media y baja. Ampárenlos.

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