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Para ganar esta guerra

No hay que inventar sustitutos o añadijos que confunden y sobrecargan a la Fuerza Pública. Hay que darle contundencia

Semana
19 de julio de 2002

Entre finqueros, gerentes, médicos, tenderos, taxistas, colonos, alcaldes y vendedores ambulantes, hay algo así como 700.000 personas que están pagando vacuna; también tenemos 80 asesinados, 11 secuestrados, 250 desplazados y unos 50 compatriotas que huyen diariamente del país.

Por eso los colombianos estamos decididos a hacer o apoyar cualquier cosa que nos libere de la pesadilla.

Pero no todos los remedios funcionan, y aun hay algunos que agravan el mal. Sin ir muy lejos, este fue el caso de los diálogos del Caguán, que tanto ilusionaron a tantos, pero sólo sirvieron para engordar a las Farc.

Por eso hay que mirar con pragmatismo las medidas del gobierno. Comenzando por la más novedosa y radical: los 100.000 "informantes", más el montón de policías y soldados que apoyarán a la Fuerza Pública desde sus casas y sin uniformes.

La idea suena bien, pues el apoyo de los residentes es esencial para derrotar a una guerrilla. Sólo que aquí ese apoyo ya existe, precisamente porque a la guerrilla la odian los finqueros, los tenderos, los taxistas y todos los demás.

Así que, en materia militar, el punto crítico ya no es información: la gente avisa dónde está y a cuál pueblo atacará la guerrilla (dígase Bojayá, La Cruz o Puerto Alvira). El punto crítico es la incapacidad de enviar tropas suficientes y oportunas para enfrentarla.

En materia policiva, la información sí es el punto crítico: hay que descubrir a los "milicianos", colaboradores y guerrilleros camuflados que hacen el grueso del trabajo criminal. De ellos, sobre todo, se ocuparía la red. Pero ocurre que este tipo de investigación exige precisamente lo que no tienen nuestros "informantes": un alto grado de profesionalismo.

Y así llegamos al cuello de botella: ¿cómo verificar las denuncias que hace la gente y que ahora aumentarán los informantes? O se toma la palabra de un amateur anónimo con intereses personales de por

medio -precisamente porque vive en el pueblo- o se congestiona indeciblemente la ya asfixiada policía judicial.

En vez de informantes, necesitamos pues más tropas para atacar a los guerrilleros con uniforme y más detectives para agarrar a los guerrilleros sin uniforme.

Quedan los soldados y policías de "apoyo", que patrullan y combaten en lugar de informar. Serían las "rondas" o "comités de defensa", muy usados en guerras de baja intensidad. Pero estos grupos funcionan cuando el enemigo viene de afuera y está bien definido -digamos, cuando las Farc atacan un pueblo indígena del Cauca-. En cambio no funcionan cuando "adentro" también hay criminales, como pasa en casi toda Colombia: armar a los habitantes de Puerto Asís, de Medellín o de María la Baja es armar, sabe Dios, a sujetos de todas las pelambres.

A no ser que quienes reciban armas del Estado usen uniforme y actúen bajo el mando de un oficial. Pero esta es la idea de la Fuerza Pública, de modo que volvemos al mismo llano: en vez de rondas o comités de defensa, necesitamos más Ejército y más Policía.

No hay que inventar sustitutos o añadijos que confunden y sobrecargan a la Fuerza Pública. Hay que darle contundencia: más recursos, mejor inteligencia, más movilidad, menos corrupción, más voluntad de combate, más atención a los asesinos que a los raspachines, jueces sin rostro, cárceles de verdad, más solidaridad, más dirección política.

También necesitamos más Policía Cívica. Los grupos de "apoyo" que anunció el Presidente deberían dedicarse a tareas comunitarias y -en efecto- a profesar "tolerancia", de modo que los agentes profesionales se dediquen de lleno a combatir el delito.

Entre tanto los finqueros y los taxistas, los lectores y los columnistas debemos informar y colaborar, debemos prestar el servicio militar y pagar los impuestos de guerra, debemos estar del lado del Estado y vigilar que el Estado jamás deje de serlo.

Y conste que aquí hablo tan sólo de eficacia.

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