OPINIÓN

Rescatar la democracia

En toda Latinoamérica ha venido cayendo la confianza en la democracia como mejor forma de gobierno, las protestas masivas registradas en la región (Chile, Argentina, Ecuador, Colombia, Bolivia) así lo demuestran. Urge una reflexión colectiva y una autocrítica de los liderazgos políticos y sociales.

Camilo Granada, Camilo Granada
6 de noviembre de 2019

Las protestas masivas registradas en la región recientemente (Chile, Argentina, Ecuador, Colombia, Bolivia) muestran que hay un inconformismo importante y un cuestionamiento fuerte al modelo democrático. Esto no es exclusivo de América Latina, pero en nuestro rincón del mundo hay unos elementos comunes que vale la pena resaltar.

Esto lo confirman los resultados más recientes del Barómetro de las Américas. En toda la región ha venido cayendo la confianza en la democracia como mejor forma de gobierno. Urge una reflexión colectiva y una autocrítica de los liderazgos políticos y sociales.

 Según el informe la democracia ha perdido más de diez puntos de respaldo ciudadano en la región en los últimos quince años. Hoy, menos de seis de cada diez ciudadanos del hemisferio cree que la democracia es el mejor sistema de gobierno posible. Y menos de 4 de cada diez se considera satisfecho con la democracia. También el nivel más bajo desde que se hacen estas mediciones. En Colombia, esa cifra llega tan solo a tres de cada diez. Ambas percepciones están obviamente estrechamente vinculadas. En la medida en que la política, el gobierno, no responden a los anhelos ciudadanos, la frustración en las calles y en los hogares crece. Esta desilusión castiga de manera más severa a los partidos, el congreso, las elecciones y la justicia. Ninguno supera el umbral del 50% de confianza.

 Los problemas son recurrentes y similares en toda la región: La economía nacional y familiar, la inseguridad y la corrupción son los temas más preocupantes para los ciudadanos. El tema económico ha crecido debido a los pobres desempeños de nuestra región desde el fin del boom de las materias primas en 2014 y 2015. En algunos casos, como en Argentina, se vive una verdadera recesión (el barómetro no pudo aplicarse en Venezuela por razones obvias). Pero en el resto del continente el crecimiento es mediocre y no es suficiente para generar un incremento real del empleo ni de la calidad de vida de las personas. El comportamiento mediocre genera incertidumbre y preocupación, incluso entre quienes tienen un empleo. Los ciudadanos le endilgan al gobierno los malos resultados en materia de empleo aún cuando tienen claro que son las empresas las que generan puestos de trabajo y que las palancas de acción gubernamental tienen un impacto limitado en la situación del empleo en el corto plazo.

 Más allá de la angustia frente a la coyuntura económica y las perspectivas, América Latina está en una crisis de adolescencia. En la mayor parte de los países se ha logrado disminuir de manera significativa la pobreza, se ha mejorado el acceso y la calidad de la salud y de la educación. Incluso ha mejorado la capacidad de disfrute de bienes y servicios considerados hasta hace unos años de lujo como televisores, neveras e incluso computadores. Sin embargo, esos progresos se sienten frágiles. Buena parte de esos millones de ciudadanos que salieron de la pobreza medida tanto por ingresos como por necesidades básicas insatisfechas, no tienen una situación estable ni un panorama despejado. Muchos siguen dependiendo de subsidios y apoyos estatales, y todos siguen haciendo actos de equilibrismo diario para sostener su nivel de vida y de consumo. Su progreso es una buena noticia de ayer. El riesgo y la imposibilidad de seguir progresando es lo que los desvela cada noche.

 Eso es natural y es sano. Pero pone en aprietos al sistema político y económico de sus países. La gente –con razón—quiere más, exige más y es menos paciente o tolerante frente al gobierno. Un ejemplo muy claro es el de la salud. En Colombia, el sistema de salud tiene enormes problemas. Pero es gratuito para más de la mitad de los colombianos y los expertos internacionales, incluso de la Organización Mundial de la Salud, lo destacan por sus logros e indicadores en materia de cobertura, atención y protección frente a las enfermedades catastróficas. Sin embargo, la gente exige más, critica con severidad los problemas de atención, demora en la atención o suministro de medicamentos. Y eso está bien. Pasa lo mismo con los jóvenes: exigen más y mejor educación, más y mejores oportunidades de empleo o emprendimiento, a pesar de que el acceso a la educación superior ha aumentado de manera consistente y relevante en los últimos 20 años.

 Ese fenómeno, que podríamos definir como la ausencia de espejo retrovisor, hace que los ciudadanos miren siempre lo que falta y no lo avanzado. Y eso está bien. Insisto. Pero incrementa la frustración y la rabia frente al sistema.

 Frente a estos desafíos, es urgente rescatar la democracia como sistema de gobierno. Eso pasa por reformas: más transparencia, más participación ciudadana, partidos políticos más democráticos. Pero también por una reflexión ciudadana, guiada seguramente por académicos y líderes ciudadanos, para que colectivamente no terminemos quemando lo que ha funcionado a nombre de espejismos populistas o autoritarios que nos harán retroceder en vez de acelerar el paso.

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