Opinión
Se derrumbó el petromodelo
La paz total no ha hecho más que masificar irresponsablemente el belisarismo que dejó al país atorado en las supuestas “causas objetivas de la violencia”.
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La mayor paradoja de la crisis que vivimos es que el modelo político y socioeconómico —construido en Colombia a lo largo de los más de treinta años desde la apertura económica de Gaviria y la nueva Constitución— se está derrumbando bajo la impresión general de que el causante es Petro, cuando este ha sido apenas un efectivo catalizador de la caída.
La paz total no ha hecho más que masificar irresponsablemente el belisarismo que dejó al país atorado en las supuestas “causas objetivas de la violencia”, la justificación política y social de la violencia subversiva que ha incluso idealizado décadas de terrorismo salvaje, la violación de los derechos humanos y propiciado el retraso económico del campo y del país. La cultura dialogante con los criminales, convertida en religión sectaria, es fruto tanto de la combinación de las formas de lucha como de la cobardía y acomodo de nuestros gobernantes, llegando a su paroxismo con la paz de Santos, que sacrificó años de lucha eficaz contra las guerrillas y la legitimidad de décadas de defensa de nuestra democracia. En este frente, para superarlo, Petro no podía hacer más que entregar el país por anticipado con ceses y gestorías de paz a todas las organizaciones criminales, ya sin esperanza de Premio Nobel por ese concepto. Incluso, en la ilusión de desmotar la Fuerza Pública y amarrarla en las redes del activismo garantista e inhabilitante, Santos le dejó poco por hacer.
La apertura económica, las privatizaciones y la desregulación, adoptados por el establecimiento a regañadientes como respuesta al fracaso monumental del estatismo cepalista como modelo de desarrollo, se estrellaron con los viejos reflejos de la clase política y el reversazo moral, político y económico del gobierno Samper. Las barreras de acceso protegieron en parte los mercados locales hasta que se magnificaron en obstáculos de doble vía. La infraestructura esencial para la productividad se tardó tres décadas en completarse y hoy es insuficiente para el país. La productividad nunca aumentó, la educación, dominada por lo público y Fecode, es el mayor fracaso nacional empeorando año tras año. La inseguridad física y jurídica sigue lastrando el desarrollo e inhibiendo la inversión sobre todo en el campo. El desempleo y la informalidad se mantuvieron de manera endémica. La matriz exportadora quedó secuestrada por los bienes primarios y la enfermedad holandesa (derivada del petróleo) mató las exportaciones de valor agregado. Aquí Petro aporta amenazas, el discurso antiempresarial, el odio y la incertidumbre contra instituciones de la apertura como las concesiones, el mercado eléctrico y la privatización de servicios públicos, entre otras.
En lo social, a nuestros gobernantes se les apareció la virgen de una minibonanza de producción y precio del petróleo y escogieron la ruta de subsidios monetarios como alternativa para la lucha contra la pobreza. Los resultados no fueron malos, pero no son sostenibles. Empezando por el subsidio a la salud, que nunca debió exceder del 25 % de los usuarios y ya ronda por el 55 %, pasando por Familias en Acción, Jóvenes en Acción, Ingreso Solidario (renta ciudadana) y subsidios a los combustibles y la energía eléctrica, todos ellos hoy resultan impagables y fueron, así se intente ocultarlo, competidores del empleo formal e ineficaces para generar empleabilidad y patrimonio a largo plazo. Aquí Petro llegó tarde a la repartición de regalos. Con cerca de 43 programas de subsidios de toda clase vigentes, sus antecesores no le dejaron nada más que inventar.
En política energética, los dirigentes de los noventas y el dos mil heredaron los efectos positivos del contrato de asociación petrolera que López, a regañadientes, tuvo que implementar para revertir la pérdida de autosuficiencia petrolera derivada de la canibalización del sector de parte de sus antecesores. Con las loterías de Caño Limón, Cusiana y Rubiales y cientos de pequeños pozos se alimentó el crecimiento burocrático del Estado, la política “social” de regalar subsidios y la expansión del uso de gas domiciliario. No fueron megabonanzas, no somos potencia, pero nos la gastamos toda, prefiriendo los políticos ampliar el financiamiento privado de la infraestructura en esquemas de concesión para todo para liberar recursos públicos para regalías siniestramente malgastadas y crecer el Estado. En la energía eléctrica el paradigma de la confiabilidad nos lo cobraron caro los generadores y toda la cadena de valor que lentamente fue concentrando la oferta, anulando el efecto de competencia y sonsacando prebendas como la limitación de las subastas, hasta que llegamos a la situación de desabastecimiento crónico actual (oferta en 108 % de la demanda) en que domina el precio de escasez. Aquí Petro sí aportó su desastrosa reforma tributaria contra el sector hidrocarburos. Pero el descontrol de los costos sociales y ambientales, y el bloqueo chantajista de los proyectos, por cuenta de las consultas populares y el terrorismo ambiental de la Anla, ya estaba en apogeo antes de este gobierno.
Finalmente, en lo fiscal, el petromodelo generó un sistema tributario lleno de regímenes de excepción, negociados por grupos y sectores económicos con los gobiernos de turno, y estos —a su vez— prefirieron concentrar la tributación en el sector productivo y en una mínima fracción de la población, evitando con rentas petroleras la indispensable e impopular ampliación de la base tributaria. Aquí Petro no trae sino más de lo mismo.
Las señales del derrumbe del modelo son evidentes. No se puede costear, el crecimiento del gasto es crónico y desmedido, a la vez que la población se vuelve adicta a los subsidios, el sistema regulatorio y fiscal ahoga al emprendimiento y al sector productivo y limita las fuentes fiscales corrientes. Lo que Petro sí ha hecho divinamente es ponerle la lápida al modelo al destruir el futuro petrolero que lo alimentaba.