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De Colombia a México: la violencia del tráfico de drogas en las ciudades

Semana
14 de febrero de 2011

“Los criminales han aprendido a ser narcotraficantes en silencio, manteniendo un bajo perfil”, asegura un alto oficial de inteligencia de la policía colombiana. Estos bajos perfiles se han convertido ahora en las “nuevas” caras del narcotráfico, que junto a actividades como el reclutamiento de sicarios, el lavado de activos y otras propias del crimen buscan combatir las autoridades de ciudades como Bogotá y Medellín en Colombia, y Ciudad Juárez y Tijuana, en México.

En México durante el 2010 se produjeron más de 15.000 muertes asociadas al narcotráfico. Desde el 2006 hasta hoy esa cifra se calcula en 34.612. A comienzos de los 80 la ciudad de Culiacán fue la cuna del tráfico de droga en México, posteriormente Ciudad Juárez y Tijuana se convirtieron en el epicentro de la guerra entre las mafias.

Colombia sigue siendo el mayor productor y exportador de cocaína. La violencia asociada al narcotráfico que se vive en México, recuerda el agitado Medellín de los años 80, su cartel de las drogas y la banda de “Los Extraditables”, brazo armado de la organización que le hacía frente al gobierno y la extradición en Colombia con la más cruda violencia.

En Medellín ha sido histórica la presencia de grupos armados ilegales. Operaciones del Ejército y la Policía como “Orión” en el 2002 para tomarse la Comuna 13 de la ciudad, mostraron que el control territorial ejercido por las distintas caras del crimen era una realidad. Hoy se percibe una mejora en la situación de seguridad asociada al narcotráfico. Los grandes capos y sus extravagancias son estereotipos del pasado, ahora el narcotráfico no enfrenta de lleno al Estado como en la época de “Los Extraditables”.

El homicidio y sus ciclos

El final de los años 80 y la década de los 90 significaron para Colombia un escenario de luchas intestinas entre las mafias. Los asesinatos en calles, lugares públicos, bares y demás sitios ocuparon las primeras páginas de muchos diarios. En Medellín durante el año 1991 el aumento de la tasa de homicidio fue de un 300 por ciento, con 380 homicidios por 100 mil habitantes.

Casi 16 años después este fenómeno lo vivió Ciudad Juárez con un ascenso más vertiginoso. Allí se pasó a un 700 por ciento en 2007. A 2009 la tasa de homicidios se redujo un poco, 259 homicidios por 100 mil habitantes. La mafia y el narcotráfico empezaron a hacerse menos visibles para entonces.

Las autoridades mexicanas capturaron en el 2009 a Santiago García Mesa alias “El pozolero de teo”, miembro de la banda “Los pozoleros”, quien confesó haber desintegrado cerca de 300 cuerpos en ácido. Se calcula que en baja California durante los 90, el narcotráfico desapareció a más de 1.500 personas. Hechos como estos demostraron una tendencia de las mafias a destruir todo rasgo de evidencia asociado con sus actos de violencia, con el fin de hacerse menos visible.

Pero ¿Por qué los narcos deciden usar un tipo de violencia que llama que llama la atención del público y las autoridades?, y ¿si esta violencia es inherente al negocio del narcotráfico, cómo se controla al interior de las organizaciones? Angélica Durán Martínez, Investigadora la Universidad de Brown y maestra en estudios Latinoamericanos y del Caribe de la Universidad de New York, trata de establecer una perspectiva comparada de la violencia asociada al narcotráfico en ciudades de México y Colombia, para responder a estas preguntas, a través de las variables de frecuencia con que se ejerce la violencia y sus niveles de visibilidad.

Para el gobierno local mexicano la guerra que libran las bandas de narcotraficantes son solo disputas entre ellas. Organizaciones de derechos humanos piensan que no es así, pues entre los muertos ya se contabilizan decenas de ciudadanos que no estarían involucrados en el negocio del narcotráfico. En Ciudad Juárez los crímenes asociados al narcotráfico tienen una alta visibilidad, tanto en su crudeza como en la autoría de las bandas que los cometen, escenario semejante al que se vivió en el Medellín de Pablo Escobar de principios de los 90 y los actos de “Los Extraditables”.

Entendiendo la violencia

Para Angélica Durán la interacción entre el tipo de bandas del narcotráfico, la estabilidad del contexto político, y los niveles de de organización de la Fuerza Pública, determinan los incentivos y capacidades para que éstas usen la violencia.

Los estudios clásicos sobre criminología señalaban organizaciones muy jerarquizadas, con una unidad de mando, y unos fines muy claros. Este modelo aplicado por la mafia italiana, hoy casi ha desaparecido. Las bandas del narcotráfico operan cada vez más como redes mucho más fluidas, y con distintos niveles de organización. Según la policía colombiana, su esquema de mando es día tras día más horizontal, y muchos de sus miembros ya no saben a ciencia cierta para quien trabajan.

Sólo un Estado con horizontes temporales largos en temas de seguridad puede hacerle frente a un contexto de violencia asociada al narcotráfico en las ciudades, asegura Durán, quien lleva aproximadamente año y medio viajando entre México y Colombia en la investigación de campo de su trabajo de tesis doctoral. En la medida que la corrupción de las instituciones sea continua, la fórmula de “plomo” y “compra de la ley” seguirá siendo atractiva para los narcotraficantes. Si el Estado decide combatir el tipo de violencia usada por los narcos -frecuente y altamente visible-, a éstas organizaciones les resultaría menos favorable su uso combinado en esas dos variables, afirma la investigadora.

Medellín, Cali, “Don Berna” y Los Rodríguez

Del 2003 al 2007 en Medellín operó una estructura criminal que logró centralizar y regular los fenómenos de delincuencia. Durante esos años muchos delincuentes que no siguieron las órdenes de “Don Berna” se vieron obligados a “exiliarse” de la ciudad. La violencia asociada a los delitos menores como robo en las calles, venta y consumo de drogas, era controlada con el objetivo de “mantener” el escenario post-desmovilización de las autodefensas.

La extradición de “Don Berna” dio paso a una pugna entre varios líderes como alias “Valenciano” y alias “Sebastián” por heredar el control delincuencial en la ciudad. El mantener un bajo perfil, asociado a la violencia ejercida por sus organizaciones con disputas esporádicas y de baja visibilidad en Medellín, le ha permitido ganar al Estado un contexto más sólido ante la opinión pública, y al gobierno local argumentar que la violencia en la ciudad es sólo una pelea entre criminales.

En Cali en la época de los Rodríguez Orejuela, entre los años 1984 y 1989, se dio una violencia asociada a la llamada limpieza social, dinamizada por el Cartel de Cali. El blanco eran consumidores de droga, ladrones de calle y raponeros. Tanto en Medellín como en Cali, este uso de la violencia contribuyó a generar una aparente pacificación de las ciudades, vista con ojos complacientes por parte de ciudadanos y autoridades. A la postre el remedio fue peor que la enfermedad, pues las organizaciones delincuenciales reguladoras del orden criminal se fortalecieron, y el imperio de la ley y el Estado perdió terreno.

Tijuana bajo el control de la OAF

Desde 1994 y hasta el 97 la Organización Arellano Félix -OAF-, principal cartel de Tijuana, controló de manera continua el narcotráfico y sus expresiones de violencia en la ciudad. Cuando se empiezan a conocer los escándalos sobre la corrupción de la policía, el gobierno inicia una reforma a los cuerpos de policía municipal y federal. Se desestabiliza el orden mediado por la corrupción favorable al crimen en la ciudad. Personajes públicos como periodistas y altos oficiales empiezan a declarar ante la justicia contra la OAF, y como retaliación son asesinados. A través de estas muertes se pretendía volver al contexto de corrupción favorable al crimen que imperaba en la ciudad.

A partir de 1998 y por diez años la violencia en Tijuana sigue con una alta frecuencia, pero se hace menos visible. Su ejercicio es más de manera transaccional para regular problemas al interior de bandas y facciones de narcotraficantes, es una violencia que no amenaza el Estado.

Hoy la percepción en Tijuana es de una baja de la violencia asociada al narcotráfico. La gente afirma que “ahora se mata menos en las calles, pero los asesinatos entre expendedores de la droga siguen”. Los cuerpos de policía siguen bajo el ojo del huracán, los federales con denuncias de apoyo al “Chapo Guzmán”, capo del cartel de Sinaloa, y la policía municipal que apoyaría al Cartel de Juárez.

El escenario para Bogotá, cocktail de la ilegalidad

2.500 efectivos de la Policía Nacional entraron a finales de enero a reforzar la seguridad ciudadana en la capital colombiana. El general Oscar Naranjo, director de la Policía Nacional ha liderado personalmente operativos que arrojan la captura de más de 400 personas, con cuentas ante la justicia, y la incautación de un buen número de armas y drogas que circulan en las calles y ollas bogotanas. La seguridad ciudadana amenazada por una proliferación de bandas criminales asociadas al tráfico de drogas, su principal fuente de ingresos, es una de las principales preocupaciones de la Fuerza Pública en la ciudad.

En Altos de Cazucá al sur de Bogotá, en Ciudad Bolívar, las bandas delincuenciales han impuesto toques de queda que obligan a los habitantes de sus empinadas laderas a permanecer en sus casas después de las 6:00 p.m. Se calcula que en la ciudad cinco grandes “franquicias” de diversas zonas del país como los Llanos, el Valle del Cauca, entre otras, manejan el tráfico de drogas en la capital, distribuido por zonas y con un fuerte control territorial armado.

La violencia ejercida por estas bandas, hasta ahora, no es tan visible como la que recorre las calles de ciudades mexicanas como Tijuana y Ciudad Juárez. Para Angélica Durán Martínez de la Universidad de Brown, caracterizar la ilegalidad en Bogotá es algo difícil debido a sus múltiples expresiones y formatos. “En ciudades como Bogotá y Medellín, se combinan múltiples y variadas formas de violencia, y allí la que es propia del mercado de la droga se camufla fácilmente”, afirma. Algo que si se puede decir con certeza es que la fragmentación del negocio del narcotráfico en la ciudad, y sus ventas, hace difícil controlar por los jefes de las organizaciones la violencia ejercida en diversas zonas, incluso las disputas entre las distintas estructuras del negocio.

El panorama muestra que las bandas dedicadas al tráfico de drogas en la ciudad no tienen la capacidad ni el interés de enfrentar o desafiar el Estado, pues su bajo perfil es el que les permite cooptar la ciudad desde los bajos fondos.