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OPINIÓN: LETRAHERIDAS

El oído ultrasónico de Leila Guerriero, por Jorge Carrión

“La cronista y el objeto de la crónica comparten una mirada rayos X. Tal vez sea ese duelo de miradas e intuiciones el núcleo duro de este libro”.

Revista Arcadia, Sara Malagón Llano, Jorge Carrión
20 de enero de 2020

Este artículo forma parte de la edición 170 de ARCADIA. Haga clic aquí para leer todo el contenido de la revista.

Dice Pedro Mairal en el prólogo de Teoría de la gravedad (Libros del Asteroide): “A Leila Guerriero no se le escapa nada, ve incluso lo que no se ve. Una mañana, hace varios años, me encontré con ella en un bar a terminar de cerrar un proyecto y en un momento tuve que sentarme de costado, con la espalda contra la pared, que su mirada de rayos X pasara de largo. Me estaba transparentando”.

Y dice Guerriero a su vez, en la segunda página de Opus Gelber. Retrato de un pianista (Anagrama), después de que el protagonista le pregunte a qué tiene miedo y ella le responda que a los murciélagos y él le replique que no se refiere a eso: “Me miró como si me atravesara, como si después de todo lo que él me había contado a lo largo de los meses yo le debiera, al menos, eso”.

Y no se lo da.

La cronista y el objeto de la crónica comparten una mirada rayos X. Tal vez sea ese duelo de miradas e intuiciones el núcleo duro de este libro. Uno de los mejores pianistas latinoamericanos de la historia, con una infancia difícil, con un sexualidad difícil, con una vejez difícil, crea un vínculo fuerte con una periodista obsesionada con retratarlo. Y el libro da fe de esa negociación, por momentos un pulso, en otros una partida de ajedrez, en ocasiones incluso tango, seducción dramática.

En Los suicidas del fin del mundo (Tusquets), hay una declaración de intenciones, un lema que se mantiene en los libros posteriores de la cronista argentina. La búsqueda es un proceso obsesivo y no obstante teñido por dudas: “Qué fui a buscar ahí. No sé qué vi. Qué estaba buscando”. Siempre hay una investigación en sus libros, pero no es una investigación evidente. No es un caso. Se trata de una persona y una persona nunca es única, es siempre múltiple. La escritora se ha especializado en los perfiles. La palabra “perfil” debe de venir de las bellas artes, de perfilar, de dibujar la silueta. Estar de perfil no es estar de frente, ni de espaldas: es mostrarte, exponerte, en el doble sentido de la palabra. Te expones porque te exhibes, pero también te arriesgas.

Guerriero comenzó, con ese libro, a trabajar la crónica de largo aliento en clave poética con –entre otros recursos– el ritornello o la insistencia. Por ejemplo, con el viento: “El viento arrancaba las ventanas de su sitio, los dientes y las muelas”; “El día estaba gris, el viento poderoso”; “El viento pateaba para poder entrar”; “No había viento, y el pueblo parecía detenido, un barco quieto en un mar sin tierra”. En Opus Gelber, su libro más ambicioso, el ritornello y la música no solo están presentes en el contenido sino también en la estructura. Las palabras, las frases, incluso las escenas retornan como fantasmas. La insistencia es llevada a su máxima y más arriesgada expresión: también la más virtuosa.

¿Qué tienen en común los perfiles de los supervivientes de las Heras, del pueblo de los suicidas; de Rodolfo González Alcántara, bailarín de malambo y protagonista de Una historia sencilla (Anagrama); y de Bruno Gelber, atormentado y expansivo pianista? Que de un modo u otro están relacionados con la música, o al menos con ciertos ritmos: el viento, el folklore, el piano.  

Durante mucho tiempo se ha sobrevalorado la empatía, esa ficción que imagina que es posible ponerse en la piel y en el lugar del otro, la invasión de los ultracuerpos. No sé si los personajes de Guerriero están de perfil, pero sí sé que ella lo está sin duda. Mantiene su distancia. No es tan ingenua como para creer en la empatía. Sí en la sensibilidad. Sí en la necesidad de que el otro te importe. Sí en la responsabilidad de la doble exposición. En lugar de empatía yo veo algo en su obra mucho más interesante: la sintonía. Es capaz de sintonizar con las vibraciones, con los ritmos de los espacios y de los personajes que retrata. Sabe mirar con rayos X, sin duda, pero también sabe escuchar con ultrasonidos. De modo que, en su presencia, ni aunque tenga los ojos cerrados estás realmente a salvo.

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