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OPINIÓN: LETRAHERIDAS

La consagración luminosa de Mario Levrero, por Jorge Carrión

La consagración de Levrero, quien falleció en 2004 y, por tanto, no pudo vivir el progresivo impacto de su obra maestra –publicada al año siguiente– en los lectores del Río de la Plata y de otras regiones de la lengua, no para de crecer.

Revista Arcadia, Jorge Carrión
4 de diciembre de 2019

Este artículo forma parte de la edición 169 de ARCADIA. Haga clic aquí para leer todo el contenido de la revista.

En los muy completos Cuentos completos (Literatura Random House) del escritor uruguayo Mario Levrero hasta se incluyen los Cuentos cansados (Pequeño Editor) que el escritor le contaba por las noches a su hijo Nicolás (quien ahora, adulto, firma la modélica edición de su obra breve reunida). Ambas novedades editoriales se pudieron ver en el espacio monográfico que la Feria del Libro de Montevideo dedicó el pasado mes de octubre al nuevo clásico de la literatura iberoamericana, junto con objetos personales, fotografías y todas las ediciones de sus libros, tanto en español como en las otras lenguas a las que ha sido traducido. Y en estos momentos tiene lugar en el Centro de Cultura Española de Montevideo una exposición sobre el autor de La novela luminosa en clave de arte contemporáneo. Y el escritor argentino Mauro Libertella ha publicado su primer perfil biográfico, Un hombre entre paréntesis (Ediciones Universidad Diego Portales). La consagración de Levrero, quien falleció en 2004 y, por tanto, no pudo vivir el progresivo impacto de su obra maestra –publicada al año siguiente– en los lectores del Río de la Plata y de otras regiones de la lengua, no para de crecer.

Nuestro deber ahora es estar, con nuestras lecturas, a la altura de la obra. Cuentos completos comienza con “La máquina de pensar en Gladys” (1970), de una página perfecta, y termina con el relato extenso “Los carros de fuego” (2003). Entre un extremo y otro del volumen lo primero que se constata es una absoluta coherencia y una decidida e insobornable voluntad de experimentación. Lúdica y moral: Levrero nos conduce hacia territorios siempre inexplorados. Leemos, por ejemplo, en la parte final de “Los carros de fuego”: “El perro le sonreía a la abuela, con mayor intensidad que a Roberta. El animalito sabía apreciar la belleza y el sex appeal. La abuela es lo que se dice una bestia. Morocha, como a mí me gustan. El pelo bien negro. Y no se afeita los vellos púbicos”. Y en seguida nos encontramos en el frenesí de un trío sexual. Y de uno de los muchos coitus interruptus conceptuales que caracterizan la poética levreriana.

Sobre ella nos brindan claves reflexivas dos de los textos más radicales del volumen. En “Ya que estamos” –un relato abstracto de arquitectura muy compleja– el autor elucubra y delira sobre los sistemas de conjuntos y sobre una de las ideas que siempre le obsesionaron, la de la ausencia. Y en “Tres aproximaciones ligeramente erróneas al problema de la Nueva Lógica”, leemos: “La propia literatura –la que devorándose a sí misma exhibe su artificio, su calidad de ficción, de irrealidad, como si el texto tuviese un cartel incluido llamando la atención sobre los peligros de su propia capacidad de hipnosis”. Podrían ser prólogos o epílogos de El discurso vacío o La novela luminosa, esos dos agujeros negros que se retroalimentan a través de un túnel hipnótico, irónico y gusano. 

El escritor argentino Elvio E. Gandolfo –uno de los pocos auténticos autores rioplatenses, con un pie y una mirada en cada orilla, como el propio Levrero– escribe en Un silencio menos (Mansalva), su compilación de conversaciones con Levrero: “Tuvo una librería de viejo en la calle Soriano, entre Convención y Río Branco, y después en la calle Uruguay, pero de Piriápolis. En ambos casos el surtido incluía tantas novelas policiales, historietas o novelitas de Corín Tellado como libros específicamente literarios. No sólo porque se consumieran masivamente, sino también como interés del propio librero”. Desde que leí esas líneas no puedo evitar imaginarlo como a Quentin Tarantino en el videoclub de su juventud. Para ambos esas experiencias fueron auténticas academias y mitos de origen. Si Once Upon a Time in Hollywood se puede interpretar como summa autocrítica y gozosa de una de las cinematografías más importantes de nuestro tiempo, Cuentos completos se deja leer como una completa retrospectiva de un nuevo clásico iberoamericano. Letraheridas, no se los pierdan.

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