CLAUDIA VARELA

Dónde quedó el aguante

En algunas charlas que he tenido últimamente sobre liderazgo he descubierto que ahora parece haber miedo a todo. Hoy quiero hablar de ese temor creciente a decir lo que verdaderamente se siente.

1 de noviembre de 2020

En primer lugar, hay un bullying exacerbado, una narrativa oculta que camina por ahí en los grupos sociales. Es increíble como la frase “prefiero quedarme callado para evitar problemas” se ha vuelto una conducta normalizada.

Hay que tener conversaciones poderosas, porque preguntas grandes y difíciles son las que pueden mover las decisiones. Pero es que muchos ya no aguantan una respuesta fuerte. Me gustaba la época en que se podía hablar de frente, decir lo que se pensaba con respeto, y quizás con carácter. Hoy hay una doble moral permanente: en sitios reales, donde tienes gente real al frente (así sea por Zoom), las personas no opinan por miedo a todo y en las redes sociales se matan con insultos polarizantes, ideológicos o simplemente por opiniones diversas.

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No soy tan vieja para decir que todo tiempo pasado fue mejor, pero tampoco tan junior para destrozarme cada vez que mi jefe no está de acuerdo conmigo. Creo que si yo fuera así, sería una gran consumidora de gotas antiansiedad. Definitivamente, veo que se están perdiendo tres cosas claves en algunos climas organizacionales: la exigencia, la franqueza y el aguante.

Marcela quiere decir las cosas cuando las ve. Al principio de su carrera, en una empresa mediana de innovación, solía decirlas sin filtro, simplemente opinaba con cierto nivel de practicidad y retaba a sus jefes cuando sentía que algo no andaba por buen camino. Porque si hay algo claro en los millenial es que, si preguntas, puedes recibir un ¿por qué no?

Al principio estuvo bien, pero luego ya no fue muy bien leída su actitud. A los ojos de los jefes, Marcela pasó de ser innovadora a desafiante, de analítica a crítica y de profunda a conflictiva. La empezaron a domar poco a poco y, en un corto plazo y ante el desempleo creciente, lograron aconductarla a tal punto que decidió no opinar mucho, casi que nada.

A mi juicio, la organización perdió. Y en este caso, los jefes que no dejaron que Marcela, en una empresa de consultorías en innovación, retara e innovara. Los líderes de esta organización, o tal vez sus egos, se acomodaron para tener la razón y no escuchar lo que no les convenía.

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Tengo también otro ejemplo interesante del aguante. O mejor, del no aguante. Juan es un personaje muy bueno que trabaja en el área de suministros de una multinacional muy matricial, cuya casa matriz está en Argentina. Juan es venezolano y trabaja en Colombia hace algunos años con un excelente desempeño. Se acostumbró a que todo le saliera siempre bien, hasta que un buen día cometió un error de proceso que lo condujo a un regaño grande.

Juan lo tomó personal, entró en crisis de ansiedad, le pareció que su jefe lo había tratado mal y renunció dos semanas después.

Solía ver el mundo en blanco y negro, pero ahora tiendo a verlo con más matices. No puede ser que hoy no aguantemos ni media tristeza que nos da el camino. La vida está llena de altos y bajos, y justamente eso es lo que es vivir, si fuera plana y solo de felicitaciones, ¿dónde estaría el reto?

Hay que caminar con más fuerza en las piernas. Aguantemos un poco más y formemos a las nuevas generaciones para que tengan algo más de resiliencia. No conozco a la primera persona en el mundo que no se haya equivocado.

Fortalece el alma, fortalece el cuerpo. No creas que todo es contra ti, no eres el centro de la Tierra para que todos piensen cómo dañarte, así que aguanta más y quéjate menos.

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