GUILLERMO VALENCIA

El camino hacia el fin de la globalización

El liberalismo está en crisis. Estamos en un momento que solo es comparable con los preámbulos de la revolución bolchevique y el nacimiento del fascismo. Esta vez no se trata de la lucha de clases, sino la contra, la obsolescencia.

Gustavo Valencia Patiño, Gustavo Valencia Patiño
2 de octubre de 2018

Esta columna obedece a un pequeño ensayo que busca unir los puntos de lo que consideramos son cambios profundos que está viendo nuestra sociedad en términos, de democracia, globalización y cambio tecnológico.

El nuestro es un momento de complejidades, donde no hay lugar para el error. La incertidumbre nos ha impedido cuestionarnos por lo obvio, lo sucinto. La historia nos revela que no todo es lo que pensamos.

El escritor David Foster Wallace nos dio en su texto ‘¿Qué es el agua? un ejemplo de cómo consideramos invisible una realidad que nos rodea.

Wallace nos relata cómo dos peces jóvenes se encuentran con un pez más viejo que les pregunta: “Chicos, ¿cómo está el agua?". Ambos se miran entre sí, y uno de ellos responde: "¿Qué demonios es el agua?".

Por supuesto, nosotros también hemos estado sumergidos. El líquido que nos rodea está sujeto a las reglas del liberalismo, globalización y desarrollo tecnológico. En nuestro océano, el dólar —como moneda de reserva— y los bonos del tesoro de EE. UU. —como activos libres de riesgo— son el agua en la que está inmersa nuestra sociedad.

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Las reglas que nos rigen se formaron tras el triunfo del liberalismo sobre las ideologías fascistas y el comunismo en el siglo XX. Al sumársele la globalización, se ha conformado una dupla exitosa que ha movido los capitales desde los países ricos hasta aquellos con mayores oportunidades de desarrollo.

Millones de personas salen de la pobreza extrema y el mundo conoce una escala de conexión sin precedentes creada por Internet.

La receta parece simple: impulsar las instituciones del liberalismo en el mundo trae los dividendos del desarrollo. Bajo esa premisa nació la Unión Europea, un enroque para garantizar la paz y mantener al liberalismo. Esto produjo que Grecia, Italia, España y Portugal obtuvieran las mismas tasas de interés que Alemania, un ‘boom’ sin precedentes.

Este nuevo dogma de desarrollo, a través del acceso a crédito en dólares, se convirtió en una herramienta para darles mayor poder a los liderazgos alineados con las ideas liberales.

Sin embargo, el enemigo más poderoso del liberalismo, es el liberalismo en sí mismo. Al convertir, esta filosofía en un dogma desaparece la esencia liberal, el mundo pierde heterogeneidad y se vuelve cada vez más frágil.

Bajo la idea de mantener este paradigma, ha emergido el terrorismo como un síntoma de un sistema que se nos muestra frágil.

En efecto, los ataques del 11 de septiembre de 2001 nos demostraron que una estructura descentralizada, con una financiación millones de veces menor que el ejército más poderoso del mundo, es capaz de cambiar la historia.

Liberalismo vs. confucionismo

A pesar de ello, los ataques del 9-11 no retrasaron el curso del liberalismo y la globalización. De hecho, este adquiere otro rostro en China y saca el potencial de crecimiento chino. Un rugido que lo haría crecer a través de otras organizaciones como los BRICS (Brasil, Rusia, China, India y Sudáfrica).

En este momento, el liberalismo, una doctrina de menos de 300 años se enfrenta, al confucionismo chino, una visión filosófica que ha vivido por más de 5.000 años en el corazón de China y ha mutado en diferentes formatos. Pero siempre ha preservado un espíritu abierto a otras corrientes externas. Es una idea que se nutre de otras para mejorar.

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En efecto, con el confusionismo a cuestas, China encontró en la globalización la oportunidad de explotar su feroz potencial mercantilista. Lo hizo dividiendo la producción estatal en varias compañías que compiten entre sí, pero bajo la sombra del omnipotente Estado chino. De esta forma, este país ha logrado ser competitivo en la arena global.

El superávit comercial de China le ha permitido construir enormes reservas en tesoros del bono americano y financiar el déficit comercial de EE. UU. Por su parte, el capital fluye con vigor a las rugientes BRICS, que con el apetito por materias primas empuja los índices de acciones de estos países a nuevos récords.

Mientras tanto, el mercado de derivados financieros ha permitido la creación de un mercado inmobiliario global, donde un fondo de pensiones en Europa otorga crédito indirecto a cualquier persona en EE. UU.. Las bondades de la liberalización no tienen límites y la prosperidad ha llegado al mundo. Pero también ha surgido una dependencia en los grandes bancos.

En la próxima columna mostraremos en detalle cómo el exceso de globalización creó bancos demasiados grandes para quebrar y cómo la política monetaria expansiva entre 2009 y 2018 ha aumentado la desigualdad mundial, creando el germen de un nuevo populismo.

En estos escenarios, la enfermedad de la globalización se transfiere de los bancos de Wall Street a las grandes compañías de Silicon Valley.