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La cultura primero: una crítica a la economía naranja

En la idea de que el gobierno tenga que salir a socializar la economía naranja, a dar a conocer una decisión ya tomada, hay un problema –o al menos surgen preguntas–.

27 de marzo de 2019

Este artículo forma parte de la edición 161 de ARCADIA. Haga clic aquí para leer todo el contenido de la revista.

Hace pocos días, Colombia vio nacer el que podría ser el proyecto gubernamental más ambicioso y voluminoso implementado para transformar el sector cultural en lo que va del siglo XXI. Su inclusión en el Plan Nacional de Desarrollo dio inicio a la “economía naranja” que el presidente Iván Duque lleva anunciando desde que era candidato presidencial. Tras meses de trabajo intenso en el alto gobierno, bajo el liderazgo del propio Duque y de su asesor privado Felipe Buitrago, su ministra de Cultura, Carmen Vásquez, y el viceministro de la cartera, David Melo, ya está en marcha una política pública que supera en inversión y alcance a los esfuerzos que ha habido en veinte años de ministerio de Cultura para cambiar paradigmas en el sector.

La economía naranja quiere, como es obvio por su nombre, atar la capacidad creativa y artística de los colombianos al crecimiento de la economía, y hacerla así incidir directamente en el producto interno bruto al multiplicar por dos su aporte: del actual 3,4 % a un planeado 6 % en 2022. Para ello, el gobierno deberá tender un puente con los segmentos de las artes y la creatividad, y con sus representantes, y hacer que por allí circulen ideas, proyectos y productos que contribuyan a ese fin.

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La economía naranja será coordinada desde el ministerio de Cultura, que acaba de reformarse para estar a la altura del desafío. José Ignacio Argote, hasta ahora director de Fomento Regional, asume el cargo de viceministro de Cultura, mientras David Melo pasa a ser viceministro de Economía Naranja y a liderar las direcciones de Cinematografía, Artes y Comunicaciones. En manos de Melo también recaerá la labor quizá más compleja: la de articular al ministerio de Cultura con seis ministerios más y cinco entidades para darle a la economía naranja la fuerza que necesita. Y para lograr metas tan ambiciosas como, según ha dicho Felipe Buitrago, crear un entorno de crecimiento, formalización y emprendimiento que un día no muy lejano permita reemplazar los ingresos provenientes, por ejemplo, de exportar carbón, por los de exportar artesanías o moda.

La economía naranja de Iván Duque abarca la industria del ocio, la de los contenidos y medios, la de los derechos de autor y también las famosas industrias culturales y creativas, que incluyen el cine, el teatro, la arquitectura, las artes visuales y escénicas, la publicidad y el turismo. Su motor acaba de arrancar con el lanzamiento de numerosas convocatorias para becas y estímulos en ciudades y territorios. Y con una gira por el país, el viceministro Melo ya se alista, según informa el propio ministerio, a “socializar” el programa.

Pero precisamente aquí, en la idea de socializar la economía naranja, de salir a dar a conocer una decisión ya tomada, hay un problema, o al menos surgen preguntas. ¿Dónde está el diálogo con el sector cultural? ¿Cómo perciben artistas y creadores, gestores y administradores culturales, la megarreforma que ya puso a rodar el gobierno? ¿Qué opinan de su forma, su contenido y su posible impacto? ¿Creen en la economía naranja por filosofía o por el simple beneficio que les pueda traer? Y por último, ¿están el gobierno y su política naranja suficientemente conectados con los deseos y las frustraciones de quienes hacen o viven en la cultura, lo cual, si uno quisiera generalizar, abarca a toda la población colombiana?

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Para esta edición de ARCADIA hemos decidido escuchar voces disonantes o al menos críticas del proyecto de economía naranja. El escritor y periodista Antonio Caballero, que desde la fundación del ministerio de Cultura en 1998 se ha opuesto a la institucionalización de la misma, escribió el artículo de portada. De este sale la cita en la carátula; una cita, por cierto, que, si bien representa una posición radical, surge de una voz al menos tan legitimada para opinar sobre cultura como las de la ministra Vásquez, el asesor Buitrago o el viceministro Melo. El segundo artículo de portada viene de la pluma de Germán Rey, profesor, investigador social y consultor que ha hecho una reconocida carrera por sus estudios sobre las industrias culturales en Colombia.

Al especial de portada le siguen dos artículos relacionados con casos específicos que pueden dar luces sobre cómo la cultura no pasa necesariamente (o al menos no de primera) por su potencial económico. El centenario de la Bauhaus, una escuela de diseño fundada después de la Primera Guerra Mundial en Alemania, cuenta la historia de un movimiento creativo cuyos fundamentos surgieron de la violencia y el conflicto social de un país y buscaban, desde una postura crítica y filosófica, construir una sociedad mediante la pedagogía y la observación del mundo. El segundo artículo ahonda en una gran noticia: la próxima inauguración de la nueva Cinemateca de Bogotá, un proyecto que nace de una política cultural distrital que aporta porque sabe que su contribución, en primera línea, debe ser social y que esto es una inversión a largo plazo. Esa historia refleja la consciencia de que lo público juega un rol esencial en hacer fuertes a los artistas y al patrimonio cultural de una nación. Y esta nación debe incluirnos a todos.

Escuche abajo este editorial leído en voz alta por Camilo Jiménez Santofimio, director de ARCADIA: