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Lo que el caso Bieri muestra sobre la censura en Colombia

El caso de Juan Pablo Bieri y la grabación en la que afirma que Santiago Rivas no puede salir más en los productos de RTVC por ser crítico de las políticas del gobierno es una oportunidad para mirar la relación de los funcionarios y el gobierno con la censura.

Revista Arcadia, Sara Malagón Llano
28 de enero de 2019

Este artículo forma parte de la edición 159 de ARCADIA. Haga clic aquí para leer todo el contenido de la revista.

"Sale de parrilla"

La frase que titula este editorial –y con la que el gerente de RTVC, Juan Pablo Bieri, censuró el pasado 6 de diciembre al periodista Santiago Rivas y su programa Los Puros Criollos– es una oportunidad para mirar la relación de los funcionarios y el gobierno con la censura. El 24 de enero, el colectivo La Liga Contra el Silencio publicó una grabación en la que se oye a Bieri decir que Rivas no puede salir más en los productos de RTVC por ser crítico de las políticas del gobierno, específicamente del proyecto de Ley TIC. Aunque él mismo había señalado a sus críticos de difundir “noticias falsas”, el audio lo reveló como un mentiroso, un funcionario temerario e inexperto y, además, un gerente poco apropiado para una entidad concebida para estimular la comunicación, contribuir a la libertad de expresión y lograr medios públicos fuertes e independientes.

Horas antes del cierre de esta edición, se supo que Bieri será retirado del cargo, a pesar de que seguía defendiéndose diciendo que le habían vulnerado su privacidad.

Uno de los sinsabores del episodio tiene que ver con la motivación que puede llevar a un funcionario o un gobierno a censurar. En este caso –y no habrá sido la primera vez– la inconformidad, el malestar sobre una opinión disonante, termina tirando por la borda el hecho de que la opinión pública sirve para tratar asuntos de interés (precisamente) público. Ahí, en la supremacía de lo particular sobre lo legal o legítimo, se cocinan la retaliación y la impresión de que silenciar a un ciudadano es correcto si el censor lo considera justo. Y más justo parece entre más poderoso es el censor. Que a estas alturas esto pueda ocurrir en Colombia es vergonzoso y reprochable, pero lamentablemente común.

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Igualmente preocupante es la manera como se sigue reaccionando a una acusación de censura. Que ni la junta directiva de RTVC ni el propio gobierno hubieran ordenado una investigación interna cuando se conoció el caso en diciembre pone en evidencia cuánta política corre todavía por las venas del Estado. Pero también deja entrever cuánto se subestima en Colombia la gravedad de la censura. En su libro Contra la censura. Ensayos sobre la pasión por silenciar, el nobel de literatura sudafricano J.M. Coetzee recuerda que los regímenes más dados a censurar son, a la vez, los más dados a negar que lo hacen. Al mismo tiempo, continúa Coetzee, entre más censuran más atención le ponen a aquello que buscan silenciar y, así, vuelven a su objeto algo cada vez más interesante para el público. El efecto es el ruido, no el silencio. Recordemos nada más el caso reciente del documental La negociación.

Ante esto, cabe preguntar si las críticas de Santiago Rivas sobre la Ley TIC habrían sonado tanto si Bieri no hubiera decidido expulsarlo de RTVC. Y también podría preguntarse si RTVC se habría ahorrado una crisis si no hubiera salido a ponerle una mordaza a Rivas y agredir un valor democrático. Al fin y al cabo, si de algo sirvió la censura a que lo sometieron fue para intensificar las críticas a Bieri y llevar a alguien a filtrar una grabación a los medios de comunicación. La censura como búmeran, podría decirse.

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Pero la censura en Colombia también es un arma. Nadie puede olvidar que aquí el ejercicio de la comunicación sigue siendo objeto de la violencia, de amenazas y estigmatizaciones, en algunos casos de manera letal. No todos los periodistas del país pueden alzarse contra el poder como lo hicieron Rivas y los medios que lo rodearon. Sin fama ni aliados, solos en un ambiente en que agredir a un periodista parece normal, los profesionales suelen terminar sometiéndose a quien los violenta. Así, la autocensura es uno de los mayores males del periodismo colombiano; su combustible es el miedo, y su perjuicio, la pérdida de credibilidad en los medios.

Y aquí de nuevo, la censura, como acto, también cercena la credibilidad del periodismo profesional. Quizá no lo saben, quizá no les importa, pero a esto aportan Bieri y quienes lo respaldaron en su andanada contra Rivas. En un ambiente de desconfianza, frente a discursos cada vez más intensos sobre desinformación, fake news y polarización, un gerente de medios que censura y miente solo abre grietas y profundiza la desconfianza en los medios. Y mientras las personas dejan de creer en todo, por esas grietas podrá colarse siempre la violencia contra quien quiere opinar.

Al final del juego, la mejor estrategia ante la opinión pública y los medios de comunicación siempre es el diálogo, base del equilibrio social. En cuanto a la libertad de expresión, el gobierno de Iván Duque ha cuidado un discurso ceñido a los estándares internacionales. Pero no siempre lo ha aplicado. Pasada la tormenta de RTVC, un buen comienzo podría estar precisamente donde todo arrancó: escuchando, no aleccionando, a quienes tengan reparos sobre el proyecto de Ley TIC. Un gobierno no puede tener miedo a que lo critiquen.

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Le damos la bienvenida a las páginas de ARCADIA a la internacionalista y politóloga Laura Gil, quien, en nuestra sección de reseñas, tendrá todos los meses un espacio titulado “El libro político”.