Ilustración Nicolás Gutiérrez.

LA GUERRA CONTRA LAS DROGAS

Confiscar la dosis mínima: 15 evidencias contra la medida

ARCADIA le pidió a Alejandro Gaviria, exministro de Salud, escribir sobre el debate de las drogas ilícitas a propósito del decreto expedido por el gobierno que permite confiscar la dosis mínima. La medida no solo va en contra de la jurisprudencia de la Corte Constitucional, sino que también ataca el eslabón más débil de la cadena.

Alejandro Gaviria*
22 de octubre de 2018

Este artículo forma parte de la edición 157 de ARCADIA. Haga clic aquí para leer todo el contenido de la revista.

Lo que quiero, pues, son hechos reales […] en la vida solo hay una cosa necesaria: los hechos”, escribió Charles Dickens en Tiempos difíciles, su novela social. Quiero tomarme en serio la admonición, dejar de lado las disquisiciones filosóficas, las luchas libertarias, las declaraciones de principios, etc. Voy a circunscribirme a los hechos del mundo, a la evidencia científica, a los resultados de las indagaciones de investigadores, científicos sociales y evaluadores de políticas públicas. El debate sobre las drogas ilícitas debería partir, en mi opinión, del estado actual del conocimiento sobre la materia.

Sin pretender una síntesis completa, los quince puntos siguientes resumen buena parte de la evidencia relevante.

1. Los estudios más serios y exhaustivos sobre el daño individual y social de las sustancias psicoactivas muestran que el alcohol y el tabaco son más dañinos que la marihuana, el éxtasis, el LSD y los hongos alucinógenos. Entre las dimensiones del daño individual se cuentan la mortalidad directa e indirecta, la dependencia y la discapacidad mental asociada al consumo. Entre las dimensiones del daño social sobresalen el crimen, los costos económicos de la atención en salud y el deterioro de la cohesión comunitaria. En Estados Unidos, por ejemplo, el tabaco mata más de 400.000 personas al año; el alcohol, 100.000, y las sustancias ilícitas, 25.000.

2. Las dos grandes crisis recientes de salud pública asociadas al consumo de sustancias, una en Rusia y otra en Estados Unidos, fueron generadas por sustancias legales. En Rusia, por el alcohol; en Estados Unidos, por los analgésicos opioides. Ambas crisis ocasionaron una disminución notable en la esperanza de vida al nacer en estos dos países, los mismos que paradójicamente han liderado la guerra global contra las drogas.

3. La clasificación internacional de sustancias psicotrópicas, adoptada por el convenio internacional sobre la materia, firmado en Viena en 1971, no guarda ninguna relación con el daño previsto o la evidencia científica correspondiente. La Lista I, que en teoría incluye las sustancias más peligrosas, contiene en general drogas de baja toxicidad y baja adicción. En palabras de Antonio Escohotado, las listas III y IV, las de menor peligrosidad en teoría, “incluyen drogas que tienen en común crear tolerancia e inducir una dependencia física intensa, con aparatosos síndromes abstinenciales, cuando menos tan graves como la morfina y en algunos casos (como el de los barbitúricos) bastante peores”. No existe ninguna evidencia científica que justifique, por ejemplo, que la marihuana haga parte todavía de la Lista I.

4. El consumo abusivo varía según el tipo de sustancia. Va de un 10% para los consumidores de marihuana a un 30% para los consumidores de crack y heroína. En el caso de la marihuana, el consumo problemático es minoritario. En palabras de Mark A. R. Kleiman, “solo una minoría, dentro de la minoría que desarrolla un mal hábito, desarrolla, a su vez, el tipo de mal hábito persistente que puede ser descrito por la palabra adicción o por la palabra abuso, esto es, un desorden crónico con repetidas recaídas”.

5. El acervo de conocimiento sobre las propiedades médicas de la marihuana ha crecido rápidamente. Existe evidencia creíble, por ejemplo, sobre los efectos benéficos del cannabis en el tratamiento de la agitación en pacientes con demencia, las náuseas en pacientes oncológicos o la epilepsia en pacientes refractarios a los tratamientos tradicionales. La marihuana parece, además, mucho más segura que los opioides para el manejo del dolor crónico. De la misma manera, las propiedades médicas de la psilocibina, un alcaloide presente en los hongos alucinógenos, han despertado un renovado interés en la comunidad científica. Estudios recientes sugieren que la psilocibina tiene propiedades benéficas en el tratamiento de la ansiedad y la depresión. Científicos de todo el mundo han pedido la reclasificación del cannabis y la psilocibina; pero nada ha cambiado.

6. La prohibición no funciona como estrategia o política preventiva. Todo lo contrario. La llamada “regla de acero de la prohibición” resume de manera precisa un efecto adverso que ha sido ampliamente documentado, que ha estado presente en los muchos embates prohibicionistas: a mayor intervención, mayor ilegalidad y más dañinas las sustancias que se distribuyen o comercializan ilegalmente: la prohibición del cannabis dio paso a los cannabinoides sintéticos, la de la coca, a la cocaína y el bazuco, la del opio, a la heroína, etc.

Le puede interesar: La “confesión”: una columna de Sandra Borda

7. La prohibición ha contribuido ampliamente a la violación de los derechos humanos de personas vulnerables, campesinos sin tierra, minorías raciales, etc. Estados Unidos representa un caso paradigmático. Hace varias décadas, muchas ciudades de ese país experimentaron un proceso acelerado de segregación racial. Los blancos se mudaron a los suburbios, llevándose los mejores empleos y las oportunidades. En el centro quedaron los negros, atrapados física y socialmente. Las familias se fracturaron, el crimen se disparó y el tráfico de drogas se convirtió en la principal actividad económica de muchas áreas deprimidas. La sociedad optó, entonces, por lo fácil, por encarcelar a quienes habían encontrado en el tráfico de drogas una única salida. Estados Unidos se convirtió en una nación de carceleros. Los presos suman actualmente más de dos millones de personas. Por cada blanco en la cárcel, hay ocho negros.

8. La prevención es difícil. Incluso los mejores programas preventivos, aquellos centrados simultáneamente en todas las sustancias, legales e ilegales, tienen efectos modestos sobre el consumo. Muchos programas no funcionan en absoluto; otros no son más que una forma de activismo ineficaz.

9. Los programas de reducción del daño, el intercambio de jeringas, los tratamientos de sustitución de heroína con metadona, etc., logran prevenir los efectos más negativos del consumo problemático de sustancias. En Colombia, por ejemplo, la prevalencia de VIH/SIDA es varios órdenes de magnitud mayor en las personas que se inyectan drogas. En este contexto, los programas de reducción del daño son una política recomendable para disminuir la transmisión de esta enfermedad y minimizar las consecuencias de salud pública.

10. Las políticas regulatorias que combinan, por ejemplo, impuestos, restricciones a la publicidad y advertencias sanitarias, han mostrado ser eficaces para disminuir el consumo de sustancias legales como el tabaco. La regulación en general funciona mejor que la prohibición. En Colombia, la incidencia de consumo de cigarrillos ha disminuido sustancialmente en los últimos años. Este hecho sugiere que una regulación adecuada puede hacer compatibles los objetivos de salud pública y las libertades civiles. Ayuda a los primeros sin coartar las segundas.

11. La legalización de la marihuana no ha traído consigo un aumento sustancial del consumo. El caso del estado de Colorado, en Estados Unidos, es ilustrativo. Fue el primer estado en legalizar el uso recreativo de la marihuana en 2014. Los datos más recientes muestran que, con posterioridad a la legalización, el consumo de marihuana en adolescentes disminuyó a los niveles más bajos en una década. En este caso al menos, la regulación parece haber resultado más eficaz que la prohibición.

12. La aceptación social de la marihuana ha crecido en buena parte del mundo, y en Colombia también. Las cifras de Estados Unidos permiten una comparación de largo plazo. En 1969, 12% estaba de acuerdo con la legalización de la marihuana; en 1980, 30%; en 2018, 62%. Entre los millennials, el porcentaje correspondiente sube a 74%. Ya ocho estados han legalizado el consumo recreativo. Canadá hizo lo mismo. Uruguay también.

13. Los programas de control de la oferta, como el Plan Colombia, por ejemplo, no han tenido un efecto discernible en la disponibilidad de drogas en el país o los países de destino. Caben por supuesto algunas distinciones. En palabras de Mark A. R. Kleiman y sus coautores, “la interdicción ha tenido un mayor éxito que la erradicación, la cual ha tenido, a su vez, un mayor éxito que el desarrollo alternativo […]. Sin embargo, el mensaje es claro: no hay soluciones mágicas en los países de origen para resolver el problema de las drogas en los países de destino”. Cientos de miles de muertos después, Colombia sigue exportando 80% de la cocaína que consume Estados Unidos.

14. Los mercados ilegales alimentan la violencia, congestionan la justicia y desbordan las capacidades del Estado. La evidencia al respecto es portentosa, pero casi redundante para un observador colombiano.

15. La guerra contra las drogas no funciona. Un mundo libre de drogas es un objetivo imposible. La evidencia, eso sí, sugiere muchas formas de hacer mejor las cosas, de no hacer daño al menos. Pero la evidencia muestra también que, en este asunto, los hechos científicos no han sido tenidos en cuenta por quienes formulan las políticas y toman las decisiones.

Le puede interesar: Los sí y no de la incautación de la dosis personal

Los hechos resumidos en este artículo tienen tres fuentes principales: el libro Historia general de las drogas, de Antonio Escohotado; el libro Drugs and Drug Policy: What Everyone Needs to Know, de Mark A. R. Kleiman, Jonathan Caulkins y Angela Hawken, y la literatura científica.

Noticias Destacadas