Alejandro Morellón. Crédito: Danilo Cangucu / Revista Semana.

Reseña

Los sonidos violentos de las cosas

Una reseña de 'El estado natural de las cosas' de Alejandro Morellón.

Carolina Venegas K.
20 de febrero de 2018

Para su libro Nueve cuentos, el escritor norteamericano J. D. Salinger utilizó como epígrafe un koan: “Conocemos el sonido del aplauso de dos manos, pero ¿cuál es el sonido del aplauso de una sola mano?”. Un koan es, en la tradición zen, un problema, en apariencia absurdo, que le plantea el maestro a su discípulo y que este debe tratar de resolver trascendiendo el pensamiento racional común. Salinger propone ese koan como estrategia de lectura: adentrarse en la historia sin pretensiones, jugar con las posibilidades, saber que cada relato puede tener un desenlace que en principio no parece satisfactorio, pero que no podría ser de otra manera porque no hay respuestas estáticas, solo más preguntas. ¿Cómo es el sonido de un acto que sucede en el vacío?

Le puede interesar: El aplauso

El escritor español Alejandro Morellón propone una aproximación parecida a la lectura en El estado natural de las cosas, libro con el que ganó la IV edición del Premio Hispanoamericano de Cuento Gabriel García Márquez 2017, compuesto por seis cuentos cortos y uno más largo en seis partes. Estos relatos, que suenan como lo cotidiano para dar al lector un sentido de familiaridad –“Siempre he disfrutado de la violencia de lo cotidiano” es la frase que abre el libro–, se despegan de la razón al proponer historias fantásticas en que se rompen las reglas –de la gravedad, anatómicas, de la lógica– para dar cuenta de las imposibilidades espirituales de cada uno de los personajes, que parecen aceptar sus destinos sin cuestionarse del todo cómo llegaron ahí o qué sigue después. ¿Por qué buscar la Divinidad en la naturaleza? ¿Puedo ser yo mi propio doble? ¿Cómo se ve la propia vida desde afuera y arriba?

Aquí puede leer uno de los cuentos de El estado natural de las cosas

Los relatos de Morellón son una colección de sonidos, algunos generados en el vacío, otros, violentos por lo sutiles: el de una bofetada (que no suena nunca como un vaso que se rompe en la oscuridad). El de un edificio en medio de la noche donde zumba la nevera y un reloj marca un compás que nadie sigue. El golpe seco de un hombre que cae desde su cama al techo. El de un matadero –pisadas, el sonido del agua que lava sangre del piso, gritos ahogados– al que un hombre ha ido a que le corten la mano como parte de una acción de arte contemporáneo. El de una risa femenina que retumba por una ciudad, ahogando los rumores de lo cotidiano y los estruendos de la violencia.

Son sonidos que se cruzan y mutan en estructuras que se repiten, revelándose, algunas veces, monótonas, como fórmulas que en un principio resultaron novedosas pero que se agotan rápidamente. ¿Cuántos finales abiertos puede tener una colección de cuentos? ¿Qué tan complejo es para el lector convertirse, en este caso, en un notable discípulo zen? Sin embargo, el sistema de preguntas que es el libro de Morellón está articulado con tantísimo cuidado que cada uno de sus relatos se convierte en imágenes que retumban una vez se cierra el libro: la de un viejo que llora contra la ventana de un bus porque ya no tiene una mujer que lo cuide, la de un hombre abandonado al recuerdo de sus padres, el porno y lo que no fue, la imagen de una sombra porfiada.

Noticias Destacadas