Nuestra columnista Sandra Borda.

CONTRA LA INTUICIÓN

Duque y su política exterior: bienvenidos al pasado

Nuestra columnista Sandra Borda comenta la política exterior de estos primeros meses del gobierno de Iván Duque.

Sandra Borda
22 de octubre de 2018

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A tan poco tiempo del inicio de la administración del nuevo presidente Iván Duque, no creo que haya un espacio en que se haya producido un cambio más abrupto frente al gobierno de Juan Manuel Santos que en el de la política exterior. Y para no ponerme con rodeos, debo decir que los cambios constituyen un retroceso y no un avance, y nos regresan a épocas muy aciagas del desempeño internacional colombiano. Esos retrocesos tienen que ver con el tratamiento de la crisis venezolana, nuestra participación en la discusión internacional sobre el tema de las drogas ilícitas y nuestra relación con Estados Unidos.

Una vez finalizadas las negociaciones de paz, Santos adoptó una aproximación al caso venezolano que no se mantiene hoy. En el intento por convertirse en un facilitador de la resolución a la crisis venezolana, su gobierno buscó mantenerse igualmente distante del oficialismo y la oposición para, de esta forma, poder constituirse en mediador legítimo de una salida negociada. Además, a través del Grupo de Lima, buscó que ese papel pudiese desempeñarse multilateralmente para que de esa manera fuese más legítimo. El actual gobierno, desde la campaña electoral, se alineó con la oposición venezolana y ha decidido adoptar un discurso menos tendiente a la búsqueda de una salida negociada y más cercano a la posibilidad de brindar apoyo a un golpe de Estado o propiciar una salida militar.

Sorprendentemente, Duque no ha logrado liderar una posición de gobierno o de partido frente a este tema. El Centro Democrático, hasta ahora un partido disciplinado y con posiciones generalmente unificadas, ha decidido fragmentarse y adoptar un discurso más militarista que el de su presidente. El embajador en Estados Unidos, Francisco Santos, parece ir por la misma línea. Uribe, la figura más poderosa del partido, ha sugerido en varias ocasiones que lo de Venezuela no se resuelve sino a través de un golpe militar. En este escenario, Duque parece más un analista de temas internacionales dando su opinión sobre lo que se debería hacer con Venezuela y menos la cabeza del diseño e implementación de la política exterior colombiana. Lo que dice sobre el tema parecen más bien impresiones que pocos en su partido y en su propia diplomacia están dispuestos a entender como directrices.

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En el tema de las drogas, el problema es distinto. Allí sí hay plena unidad de partido. De hecho, el decreto relacionado con el porte de la dosis mínima que generó tanto debate está diseñado más para satisfacer a las bases uribistas que para realmente contribuir en algo a reducir los niveles de consumo de drogas ilícitas. Por esa razón justamente se trata de un retroceso. Mientras la administración Santos trató de poner sobre la mesa de la conversación internacional la necesidad de debatir la falta de resultados del régimen prohibicionista antidrogas, Duque y su partido quieren volver a la vieja fórmula que lleva casi un siglo demostrando no funcionar, pero que les deja la consciencia tranquila a las mentes conservadoras de este país. Perdimos así la oportunidad de liderar un debate necesario no solo para Colombia, sino para todo el sistema internacional.

Las posiciones en los dos temas anteriores, en buena parte, también responden a la necesidad de volver a alinearnos con los intereses de Estados Unidos casi que irreflexivamente. El gobierno Santos logró pocos y pequeños espacios de autonomía frente al gobierno estadounidense que se constituían en un buen comienzo para empezar a tener una relación menos obsecuente con la potencia. La tarea de proponer una revisión internacional del régimen antidrogas fue, en sí misma, un ejercicio de autonomía sin precedentes.

El actual gobierno, al contrario, ha decidido volver a caer en los brazos de un gobierno republicano sin siquiera un pequeño asomo de disenso con la potencia. Vamos a volver a ensayar la fórmula que nos dejó en un aislamiento regional costosísimo durante el gobierno de Uribe: empezamos a darle la espalda a la región para poder hacerle la venia a Estados Unidos. Nos apartamos del Grupo de Lima en su declaración en contra del uso de la fuerza para resolver el problema venezolano, y nos acercamos con sonrisitas nerviosas e inseguras al impredecible gobierno de Donald Trump. Santos intentó jugar en ambos tableros y en alguna buena medida lo logró a punta de pragmatismo. El modelo uribista siempre ha sido más amigo de patear el tablero regional y jugar solo mirando hacia el Norte. Bienvenidos al pasado.

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