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Libro 'La Soprano' de Alfredo Serrano.
Libro 'La soprano' de Alfredo Serrano. | Foto: Cortesía Alfredo Serrano

NACIÓN

Fragmento de ‘La soprano’, del periodista Alfredo Serrano Zabala

SEMANA reproduce el séptimo capítulo de la obra en la cual el autor narra la vida de Patricia Guzmán Díaz y la influencia que ella tuvo al interior de un centro penitenciario en Bogotá, en el que junto a un grupo de mujeres logra lo increíble, conformar un coro.

13 de marzo de 2023

CAPÍTULO 7

Martes 29 de diciembre de 2020 Cárcel El Buen Pastor, Bogotá.

MARÍA ELENA RODRÍGUEZ

Delito: Microtráfico.

Un calvario en Bosa

Ese martes, muy a la ocho de la mañana, las reclusas integrantes del coro la Magia del Canto en Cautiverio, aguardaban con ansiedad el momento de su entrevista. El sitio de la reunión fueron las mismas garitas que se utilizan para conversaciones de las prisioneras con abogados y familiares cuando no es un día de visita. El recinto es una pequeña habitación de un par de metros cuadrados en donde los contertulios quedan separados por una reja metálica en donde las personas se pueden ver, la rea al interior y a centímetros el visitante.

María Elena, de cuarenta y un años de edad, llegó con gran dificultad para movilizarse conducida por una compañera que hacía de lazarillo, dada su condición física producto, al parecer, por un mal procedimiento médico que le ocurrió al interior del penal y que la condujo al uso obligado de una silla de ruedas. La primera reacción de María Elena al ver a Patricia Guzmán, la soprano, fue comenzar a llorar y a decir… “Profe, como me alegra verla, tú eres un ángel que todas nosotras tenemos. A pesar de todas estas rejas, eres la única persona que nos da paz. Me alegra que se preocupe por nosotras”.

“Yo nunca me fui, siempre estoy pendiente de ustedes”, le contesta Patricia Guzmán y añade, “no ha sido fácil, no ha sido fácil, las llevo en mi corazón y ustedes lo saben… María Elena es mi protegida, mi consentida en el coro” agregó la soprano.

“Ustedes no saben cómo han sido de duros todos estos meses de la pandemia de la Covid-19″, dice María Elena y prosigue; “anhelaba esas mañanas cuando las dragoneantes nos llamaban para asistir al coro. Yo no sé, cómo Dios me puso en ese coro, porque en la cárcel, por mi incapacidad, nadie daba por mí nada. Yo quería un descuento de pena.

Yo llegué bien de salud a la cárcel y luego ya postrada en una silla de ruedas no me podía desplazar sola y tenía que tener un apoyo y acá adentro no todo el mundo lo ofrece.

Para llegar al salón-teatro donde se desarrollaba el programa del coro debía bajar unas escaleras y eso fue un reto para mí porque no podía conmigo misma. El primer día, cómo pude, bajé lentamente esas escaleras y llegué con dificultad a ese teatro, allí me sobresaltó un gran susto al pensar que debía traspasar esa puerta en donde estaba la profesora y mis demás compañeras de suerte. La profe, hablaba y hablaba y mi primera impresión fue que era una persona muy brava, y me dije, bueno, vamos a ver qué pasa.

La expectativa que yo tenía de la profe Patricia era totalmente diferente… Mi relación con ella desde el principio fue como si ya me conociera. Cuando me vio me dijo, hola mucho gusto, bienvenida. Ese recibimiento fue para mí como pensar, huy todavía estoy viva. Ella era una persona extraña que, en ese momento, me hizo sentir agradada. Yo no tenía idea de, qué era en sí el coro.

Entonces comienzo a escuchar con atención las charlas de la profe Patricia. Ella hablaba y hablaba y nos miraba a una por una. Yo decía, ¿será que sí, será que no? ¿Será que yo puedo? ¿Me irá a poner problema por mi silla de ruedas? Porque no me podía mover. Hasta el día que llegó la profe a mí, en la cárcel, de manera disimulada, me peloteaban de un lado a otro por mi condición, ¡la gente me sacaba el cuerpo! María Elena, oriunda de Cúcuta, Norte de Santander, llevaba tres años privada de la libertad.

“Ya en el coro comencé a preguntarles a mis compañeras de qué patio eran, con la sorpresa que algunas me decían, María Elena, ¿no se acuerda de mí? Yo les decía, no. Yo quedé con lagunas y se me olvidan las cosas, pero algo muy particular es que la cara de la profe Patricia Guzmán nunca se me olvidará, cuando escucho su voz se me activa algo en la cabeza. Un día que tuve una visita de mis cinco hijos, dos hombres y tres mujeres. luego no me acordaba de sus voces, ni de sus caritas…

Yo llego a Bogotá muy pequeña, mi mamá tuvo el embarazo en la capital y cuando fui a nacer viajó para Cúcuta, de allí me traen como a los cuatro años y mi madre comienza a buscar trabajo y fui creciendo en mi entorno viéndola a ella con sus luchas. Mi madre es de Mesitas del Colegio en Cundinamarca y mi padre es de Cúcuta.

Cuando empecé a crecer mi mamá me envía a donde la abuelita que vivía con una tía y ellas me criaron, porque mi madre, cuando se pudo escapar de mi papá, cayó en el alcohol. El esposo de mi tía no quería en su casa a nadie más, entonces cuando él llegaba mi abuelita me escondía debajo de la cama, allí me colocaba una colchoneta con un cubrelecho.

Al otro día para que yo pudiera ir a estudiar esperábamos a que el señor saliera y así pasé mucho tiempo. Soy única hija, mi madre perdió varios embarazos por las palizas que mi papá le propinaba. Cuando tuve doce años de edad, mi mamá fue por mí y me llevó para donde ella vivía con su pareja. Ese señor me violó. Yo busqué a mi papá y él me llevó de regreso a Cúcuta. Eso fue peor y por mi comportamiento, me internaron en un sanatorio.

Con el tiempo los médicos dijeron que yo ya no era agresiva y que podía salir del sanatorio, entonces llamé a mi tía en Bogotá y le pedí que me ayudara, que me rescatara, entonces mi tía fue por mí, mi papá me entregó, pero le dijo que solo por unos días.

Alfredo Serrano.
Alfredo Serrano. | Foto: Alfredo Serrano

Mi tía y mi abuelita me pusieron a estudiar. A mis quince años quedé embarazada, en ese tiempo vivíamos, ya con mi mamá, en un cuartico en el barrio San Jorge al sur de Bogotá. Yo le decía a mi madre que, si podíamos traer a mi abuelita a vivir con nosotras, ella me decía que no y yo le insistía. Yo estudiaba en el barrio Kennedy y para ir al colegio les decía a los señores de los buses si me llevaban gratis por la puerta de atrás.

Yo en los buses llevaba hasta colchones y tablas. No teníamos para comer, yo salía a conseguir comida y conocí a Corabastos, la central de alimentos más grande del país y me iba en las madrugadas con unos costales y traía comida. Volvía a las siete de la mañana y mi abuelita me ayudaba a organizar el mercado que recogía en Corabastos y luego la abuelita cocinaba. Yo en la tarde me iba a estudiar.

Luego nos fuimos con mi madre para otro barrio, El señor que me violó, volvió a vivir con mi mamá. Mi papá pagó un abogado y lo metió a cárcel por haberme violado. Ya en ese tiempo no le hacía caso a mi mamá, solo a mi abuelita y a mi tía. Yo les pedía a mis tíos para mi abuelita, me volví la protectora de ella, mi abuela se llamaba Cecilia.

Viviendo con mi abuelita me conseguí al papá de mis hijos, él trabajaba reparchando las calles, él me ayudaba con mi abuela. Nos conseguimos un apartamentico. Yo vendía curitas, galletas, muñequitas de trapo que hacía mi abuelita. Ella ya murió. Mi madre está viva, a veces viene a visitarme a la cárcel, pero la que más viene a verme es mi hija que tiene veintiséis años de edad, la pequeña no viene a verme.

Recuerdo que me subía a los buses a vender, y veía que había institutos y un día entré y pregunté para un curso de enfermería, me explicaron cómo funcionaba el estudio que era por módulos, me dijeron cuánto valía, qué papeles debía traer, yo les dije que tenía unos pero que otros no porque yo había estudiado en Cúcuta, me dijeron que me daban plazo para completar mis papeles. Me gané media beca y comencé a estudiar auxiliar de enfermería, en ese entonces mi abuelita me cuidaba a los niños. Estudié tres módulos.

Mi esposo un día por celos me pegó y me dije, yo no quiero repetir la historia de mi papá y de mi mamá. Mi abuelita se enfrentaba a él para que no me golpeara. De ese barrio nos fuimos a vivir al Rubio. Yo me veía con mi pareja y él me pasaba dinero para los niños, pero yo no quería vivir más con él.

A él lo mataron un primero de enero. Ese día él me golpeó, yo le dije, ¡que no más!, y no le quería dejar ver a los niños. Le dije, esta va a ser la última vez que usted va a ver a los niños. Por la noche comienzan a llamarme, y a marcarme, yo dije, no voy a contestar. Al otro día vi un poco de llamadas perdidas. Devuelvo la llamada y me dicen; María Elena lo que pasa es que mataron a Ernesto… Yo dije, dejen la bobada porque ya no les creo.

Fui con mi suegra a reconocerlo y si, era él, lo habían baleado. Eso fue a la vuelta de la esquina de la casa de su mamá en el barrio Claret, era el año 2010. Ernesto era el papá de mis tres hijos menores porque la niña grande es hija de mi padrastro.

Mi familia allá en Cúcuta, decían que yo era la nieta indeseada, decían que no se metieran conmigo, que yo era ilegítima para ellas. Allá me echaban la culpa de haber estado con él. Mi madre desde ahí tuvo un comportamiento extraño conmigo que ahora ya que soy una mujer echa y derecha, lo entiendo.

Ella me dice, gorda tranquila, yo la quiero mucho, y yo veo que el amor de mi hermana con ellos es diferente. Mi mamá hace lo que mi hermana diga. Yo le decía, mami recuerda que yo soy su hija también. Muchas cosas me alejaron de mi mamá. Cada vez que discutimos yo soy la mala. Yo le digo, yo he cometido errores, como todo ser humano, y siempre me estaba comparando con mi hermana. Entonces decidí hacer rancho aparte.

Comencé a trabajar con gente buena que me decía; ¿por qué no se come la comida? yo les decía, es que la llevo para mis niños. En otras casas me revisaban las bolsas al salir y me pedían que no sacara comida. Había niños que yo les hacía el desayuno y no se lo comían y votaban esa comida, yo les decía no la boten yo me la llevo y me decían no, eso me daba dolor, porque nosotros necesitábamos ese alimento.

Cuando me regalaban ropa que se les quedaba a los niños, mis hijos se ponían contentos cuando yo llegaba con esa ropa, eran muy agradecidos. En cambio, yo iba a donde mi mamá y le decía mami no tengo aceite y me decía, no le puedo dar porque su hermana todo lo compra contadito. Mi madre siempre hecha a mis hijos para un lado.

Pasado el tiempo de la muerte de mi esposo Ernesto, me conseguí a otra persona. Vaya sorpresa, los primeros meses bien, cuando de pronto comenzó a golpearme, ya no solo me daba pata y puño y me tiraba al piso, sino que me daba puñaladas, me encerraba, yo tengo puñaladas en mi mano, en el brazo, en la cabeza, tengo además un mordisco, él me echaba llave para no dejarme salir.

De ese hombre, también me separé, y me fui a vivir a Bosa, allí una señora me dijo que me iba a ayudar. Me voy para Bosa San José y allí comienza mi otro karma. Allá como era una invasión me dieron una vivienda para vivir ahí. Allí no pagaba agua ni servicios públicos. La vivienda me costaba 150 mil pesos mensuales, entonces tenía que trabajar y comencé a aprender a reciclar, era duro porque allí se encontraba papel higiénico usado, entonces me enseñaron a mirar las bolsas de tal manera que pudiera escarbar sin irme a chuzar con algún objeto.

Ya viviendo en esa “olla” de Bosa San José, los que mandan ahí, identificaron que yo vivía en el sector, rastrearon mis movimientos e identificaron a mí familia, entonces empezaron a decirme que ellos me ofrecían un trabajo, y que mi marido no se volvería a meter conmigo, porque sin protección, y si yo salía a un supermercado él me esperaba con una navaja a puntearme o a corretearme, eso me tenía muy asustada.

Allí los mismos jefes de la invasión me brindaron protección. Entonces me fui involucrando con ellos, empecé a hacerle aseo a sus apartamentos, a buscarles apartamentos en arriendo, me decían que dijera que ellos trabajaban en tal cosa, me ponían a que les ayudara a hacer documentos, me iba para internet, miraba las membresías, les ayudaba a mandar a hacer unos sellos, era para poder expandir más su poder. Ya me ganaba mi plata y comencé a pagar sola mi arriendo, por buscarles apartamentos y tramitar algo de papelería.

Los apartamentos los buscaban para expandir el microtráfico de drogas en la zona. Ellos mandaban segundas personas para que uno no tuviera contacto con la cabeza mayor. Esa tarea implicaba cierto respeto y miedo. ¡Cuidado uno hablaba más de la cuenta! porque yo tenía mis hijos, vivía en el sector y allí se podía desaparecer cualquier persona. Ese era un pequeño Bronx. Allí mucha gente entraba, pero no volvía a salir.

Cada vez que yo salía lo hacía con cierto control de parte de ellos, yo siempre hacía la tarea de documentación y conseguir apartamentos. Ellos le exigían al arrendatario ciertos papeles y siempre se transportaban en motos. Esa mafia engañaba a los dueños de los predios porque realmente esos apartamentos se tomaban para trabajar en la zona. Controlaban quiénes se movían, por qué lo hacían, en dónde se metían, lo anterior, para evitar que les pisaran su terreno.

Ellos se ubican como en una especie de torres de control, en esos lugares no puede haber armamento, las personas del arsenal están aledañas al muelle, por si llega una reacción policial, en esas casas no se encuentra nada. Si se llegare a encontrar algo en alguna casa, la responsabilidad pesaba sobre uno como la encargada de esos arriendos.

El modus operandi, es el mismo en las otras ollas de la ciudad porque ese control viene de una organización muy grande llamada Los Rastrojos. Eso funciona así todo el tiempo, si caen unos se ponen otros, y se cambian los nombres. Por la pandemia se vino mucho venezolano, entonces el “cascón” ya no va a pagar un millón y péguele por un muñeco, que significa una persona muerta.

El venezolano ya se regala por doscientos o trescientos mil pesos y por esa plata va y hace la ejecución de la persona. En Bosa San José las casas son de palo, hay muy pocas de cemento y como en cuatro cuadras, quedan las torres de control de todas las “madres” en barrios como: Patio Bonito, Amparo, Bosa y Venecia, en Venecia se mueven muchísimo en los burdeles, que además son de la organización.

En vista de mi buen trabajo me dan un ascenso, que consistía en que como yo vivía allí con mis hijos, ya no tenía que salir a hacer documentación, y de todas las personas era de las pocas que no consumía drogas, además mi rostro no estaba con cicatrices ni lacerado, no tenía mala expresión, mi manera de vestir no era de “ñera”, y tampoco tenía una postura vulgar.

A las reuniones no mandaban a las señoras que llevaban mucho tiempo, eso me ocasionó riñas con algunas de ellas. No vieron bien que, yo siendo tan nueva, me hubiesen pasado de un cargo a otro mejor.

Las reuniones se hacían en Venecia con los grandes “señores”, tuve que conocer al “señor de la noche” y al “señor del día” porque el trabajo era de veinticuatro horas continuas. Eran hombres maduros que tomaban el mandato heredado de sus familias y para eso los entrenan, y así los hijos llegan a ser el segundo al mando de sus padres. Ese entrenamiento lo hacen por fuera de Bogotá, en el monte.

Los hijos de los “señores de la noche” se entrenan en el monte. Las organizaciones del día se prestan los trabajadores, siempre se buscan que sean del pueblo. Como se manejan asuntos tan delicados, la vida de uno ya les pertenece a ellos. Usted no puede opinar o hacer algo fuera del control de ellos. Y si alguien se descarrila, uno debe responder por esa persona.

A mí me pagaban cada ocho días, se llevan libros de contabilidad. En el menudeo de drogas al jíbaro se le entregaban “bombas”. En una “bomba” vienen cien “cosos”, vienen en cápsulas que se venden a dos mil pesos o en papeletas a mil pesos. La droga del menudeo se reconoce por la envoltura y por la cápsula, la mercancía de cada sector debe ser completamente diferente.

Cuando hay contrabando, ellos acostumbran a realizar pesquisas, la persona que mete el contrabando es una persona que está por fuera del juego porque se les advierte una sola vez, no hay segundas oportunidades. Las “bombas” se entregan según los sectores. Unos comienzan a las siete de la mañana, y el turno termina a las siete de la noche.

Uno tiene que dejar unas veinte o treinta “bombas”, si hace falta se surte, pero uno ya sabe qué cantidad debe dejar para surtir los puntos. Las treinta “bombas” las maneja una sola persona, la encargada de surtir. Uno le surte al jíbaro. Yo hice ese trabajo, yo surtía y también trabajé bajando plata. Uno surte el material y recoge el dinero. Esa ya es otra escala, allí cada actividad tiene una escala y su propio precio.

Tuve quince días de prueba, pero no sabía que en esos días me estaban probando. Cuando paso la prueba me enseñan fotos y videos del seguimiento que me hicieron. En las rutas, la plata se debe entregar ordenada, cara con cara, no se pude entregar moneda, porque ella lo delata a uno con la policía por el menudeo. Dicen que esas monedas vienen del microtráfico. Los jefes exigen billetes de alta denominación. Nada de billetes de mil, dos mil, ni de cinco mil pesos.

La prueba que a mí me hicieron fue terrible porque tuve que pasar por muchos controles. El primer día cuando me hicieron la inducción me fijé cómo era que tenía que trabajar y mi estrategia fue otra. Yo le tenía miedo a llegar a una cárcel, pensar que la policía me fuera a parar me daba terror. Veía, que como me indicaron que trabajara, era muy arriesgado.

Yo tenía que ir a ciertos puntos y a determinada hora. Entonces si era por la mañana compraba leche y pan que me daban en bolsas de papel y llevaba una manila a la que le hice un doble fondo y ahí metía la plata, y al predio entraba con la leche y el pan.

El jíbaro decide si trabaja al interior de la casa o no, él debe pagar a sus “campaneros”. Yo hacía un cronograma en las cuatro entradas o en una sola entrada, según el sitio, y sugería en dónde tenían que ir los “campaneros”.

Uno en ese oficio no puede ser tan obvio, la persona no debe consumir. Ellos cometían el error de trabajar con consumidores.

Al lado de mi casa vivía una familia de gente más humilde que uno, ellos trabajaban para la organización, pero el señor consumía. A ese señor le entregaban para trabajar en la noche cinco “bombas”, y el tipo se fumaba dos, cada una valía 120 mil pesos. A la persona que trabaja el menudeo se le entregan quince mil pesos por “bomba” o cincuenta pesos por cada dulce…

Yo tenía que recibirle hacia las nueve de la noche cuentas a mi vecino. A ellos, les dije, mi alias es Adriana y no les permitía que me llamaran por María Elena, mi nombre de pila. Entonces la vecina me decía mire señora Adriana lo que pasa es que mi esposo se me fumó la mercancía, y no tengo como responderle y sé que este tema es muy delicado, señora Adriana no deje que nos maten, me decía mi vecina.

Las casas de atrás de la invasión en Bosa San José, son las casas de fachada, de consumo, son las bodegas y las caletas. Allí nos llevaban a cierta casa a todos los trabajadores. El “señor” llegaba con su arma, y todos de pie hacíamos un círculo, él patrón comenzaba a exponer que había ciertas irregularidades, que le estaban vendiendo con bajo perfil. ¡Ustedes me están metiendo contrabando! ¡Ustedes están tomando! ¡Ustedes no están cuidando! ¡Ustedes se van de sus puestos y dejan a otra persona!, se pierden armas y la persona tampoco aparece… Entonces el “señor” sacaba su arma y, al azar, le propinaba un tiro a cualquiera, y nosotros no podíamos decir nada…

Eso nos daba mucho miedo, porque no sabíamos a quién le iban a dar. Mucha gente murió así delante de nosotros. Yo pensaba en mi casa y decía: Señor cuídame con tu sangre preciosa, con la sangre de Cristo, yo sé que esto no está bien, dame una luz para poderme ir, no quiero tener problemas y que sean perjudicados mis hijos. Todas las noches me sentaba y pensaba ahí en mi comedor, ¿qué iba a hacer?, no quería que eso se fuera a salir de las manos, le pedía a Dios que no me fuera a pasar nada.

'La soprano' de Alfredo Serrano.
'La soprano' de Alfredo Serrano. | Foto: Cortesía Alfredo Serrano

A mí me llamaban a las dos de la mañana y me decían, señora Adriana se acabó la mercancía, yo les decía, no puedo hacer nada, entonces me tocaba llamar al jefe… Y el tipo me decía, yo no sé, usted ya sabe qué hacer y entregarme las cuentas correctas. Yo les decía, ese no es mi trabajo, el jefe me decía insultándome, ¿qué quiere, un tiro en la cabeza? A mí no me importa, entonces yo le decía, sí señor tranquilo, yo le organizo eso.

Los fines de semana mi estrategia cambiaba, compraba bolsas de regalo y peluches. Sacaba medio relleno del peluche. En los burdeles del barrio Venecia se vende mucha droga, y allá mantienen los “cascones” los gatilleros, los que matan. A ellos había que traerles, para su rumba, perico y bazuco, además de la droga que la gente venía a adquirir.

Yo salía a cierta hora porque en San José Bosa hay mucho potrero y uno se arriesgaba también, porque era una amenaza para las otras personas que querían montar su propia “olla”. Uno se convierte en un objetivo de muerte para ellos. Yo me metía por los potreros, salía por una carretera y me metía en otra, salía por Ciudad Verde, me metía por otro potrero, siempre lo hacía sola.

Cuando llegaba a la vía tomaba un transporte colectivo, me bajaba en una estación de gasolina, o en otro lugar en donde había más gente, pasaba por el lado de la policía, tomaba el sistema masivo de transporte, y de ahí tomaba otro carro hasta llegar al punto. Eso era como jugando al gato y al ratón, para que no me mataran ni para que me cogieran presa.

Mi ascenso en el grupo vino acompañado de una oculta intriga de unos pocos que calculaban la manera de hacerme daño, ¿qué le hacemos? ¿Cómo la “legalizamos”? Porque allí hay un régimen que opera así; por ejemplo, la señora que quedó, trataba a la gente muy mal, y tienen la potestad de decir, usted no me cae bien entonces la “legalizo” ante los jefes y aparte de “legalizar” a la persona cobran dinero tipo recompensa y “embalan” a personas que no tienen nada que ver con esto.

Esa gente tiene tranzados a los uniformados. Yo en dos ocasiones tuve que hacer dos “tranzas” con los policías para pagarles la vacuna, ellos me mandaban a mí porque no despertaba sospechas, yo sabía hablar y tratar a la gente. Siempre tenía que ir muy elegante a esas reuniones con ellos, mi vestimenta era tacón, vestido, pantalón, iba muy bien peinada, bien maquillada, muy bien organizada.

Cuando terminaba de estipular la entrega del dinero y qué cantidad era para cada turno de los policías e identificaba al comandante del -CAI- me reunía con mis patrones para hacerles el croquis, de cómo deberíamos entrar, salir, les indicaba en dónde se estacionaban las motos de la policía, qué rangos había, cada cuanto era el relevo de ellos, yo tenía que identificar de dónde venía la orden de la torre, esa eran mis obligaciones laborales.

Yo no sé cómo saqué habilidad para moverme en ese mundo, del cual, nunca había hecho parte. Y aunque solo hice hasta octavo de bachillerato, leo mucho. Me gusta leer sobre astrología y sobre los temas vedados, aquellos que dice la gente, eso no se debe leer. En la cárcel he hecho cursos de autoconocimiento.

Mi primera entrada a la cárcel fue por mi hijo, el que le sigue a la mayor. Un día mi hijo me puñaleó. Él va al sitio de mi trabajo, es decir, a la “olla”. Él se había ido a vivir con una señora ya de edad, mi hijo estudiaba, tenía trece años de edad, tuvo muchos conflictos con ella. Cuando yo no estaba metida en el negocio del microtráfico fui a la parroquia donde mi abuelita asistía y hablé con el padre. Le dije, padre como usted me tiene arrendada la casita de al lado, yo deseo hacer una obra y él me dice que no había presupuesto.

Le dije al padre, pidamos ayuda, toquemos puertas, hagamos algo. Deme la oportunidad de tener un comedor comunitario para las personas de la tercera edad. Entonces me fui sin conocer a los barrios del norte de Bogotá, y me iba de puerta en puerta, en casa lujosas y les decía a las señoras que venía de tal barrio y que allí teníamos cantidad de abuelos y niños, y les pedía panela, mercado, ropa que no usaran, zapatos, etc. En algunas casas me decían no y cerraban las puertas.

Yo sin embargo no desmayaba y en algunas casas comenzaron a sacarme cajas, ropa, muñecos. Yo me devolvía feliz, me tocaba bregar en los buses porque me subía por detrás y tenía que atravesar toda la ciudad y a los buses que no les cabía un alma. Luego comencé a llevarme lonas en lugar de las cajas, y bolsos grandes que yo hacía con retazos de tela, y me echaba esas tulas al hombro y a veces los señores de los buses no me querían llevar porque ocupaba más espacio entonces me tocaba pagarles otro pasaje.

Cuando llegaba al barrio me dirigía a la parroquia y le decía al padre, conseguí esta ayuda y el padre me decía ¿usted qué está haciendo? Le dije, me voy de casa en casa y pido.

Un día llego a una parroquia del norte de Bogotá y hablé con un padre, le dije de dónde venía, le expliqué que quería tener un comedor comunitario pero que no contaba con los recursos, le dije, soy madre cabeza de hogar, tengo a cargo a mis hijos, a mi abuela y vivo al lado de la parroquia, por favor, ayúdeme.

Con ese padre había unas señoras adineradas y ellas escucharon la conversación. El padre me dijo que no podía y me cerró la puerta. Cuando yo iba saliendo de la parroquia una señora me dice venga, estuve escuchando la conversación, ¿en dónde queda el barrio? Le dije queda en la localidad octava en la parroquia tal y tal.

A los tres días de esa conversación, las señoras llegaron allá en carros muy lujosos, y yo pensé ¿qué va a pasar? Entonces preguntaron por la señora María Elena que vive al lado de la parroquia y preguntaron que en dónde quedaba la parroquia.

Las señoras llegaron hasta allá y una de ellas me dijo, se acuerda de mí, le dije, si señora. Me dijo, vengo a mirar y estoy interesada en colaborarle y si esto es con compromiso, podemos arrancar. Me dijo tienen que tener como mínimo unos treinta niños, le dije, tengo en lista a noventa y nueve niños.

¿Cómo podemos ayudar? me dice la señora. Le dije, mire señora este es el salón que el padre aquí de la parroquia nos da, aquí a veces dan comida y a veces no, me gustaría tener una estufa como había visto en la televisión. Las señoras hablaron con el padre y él accedió.

Las señoras comenzaron a mandarnos ladrillos, yo no ganaba plata. El padre en las fiestas contrataba gente para que le ayudara y le dije padre deme ese contrato a mí, ayúdeme. Me dijo mija no se comprometa porque usted no va a poder pintar todas estas paredes, le dije padre téngame confianza que yo puedo. Me gané el contrato y pinté la iglesia. Me fui con mis hijos pusimos papeles, llevamos a mi hija pequeñita en un coche y había una pila y allí bañaba a mi hija porque yo no tenía gas.

Allí alimentaba a mi hija con el seno, la abrigaba, la dormía y la dejaba a mi lado en el coche mientras pintaba, mis hijos me ayudaban. Llegaba muy tarde a mi casa, organizaba algo, me iba para la panadería con mil pesos y le decía al panadero que si me vendía mil pesos de pan duro. El señor me sacaba una bolsa de recortes y de pan duro, me regalaba pedazos de galletas y compraba una panela y hacía agua de panela en un tarro y les daba a los niños pan con agua de panela y luego los acostaba, al menos con el estómago caliente pero nunca los dejé acostar sin comida.

La señora que se enredó con mi hijo estaba en mi cobertura, ella iba al hogar con sus hermanas y su mamá a alimentarse en el comedor comunitario que me ayudaron a montar las señoras que me habían apadrinado a los noventa y nueve niños de la lista, además de adultos mayores. Yo en Corabastos conseguía comida gratis para el hogar.

Ellas llegan allá, la señora estaba enferma de cáncer y les dije… voy a hablar con las señoras, mis patrocinadoras, para ver cómo les pueden colaborar, ellas les hicieron un mercado y les regalaron para medicamentos… Yo me sentía como un supermán como una heroína porque decía, así como a mis hijos les he calmado el hambre, a otras personas también.

La hija de la señora que se metió con mi hijo me colaboraba lavando la losa. Mi beneficio era la comida que quedaba para mi casa y también comencé a compartirla con ellas. Con el tiempo, la señora comienza a sonsacar a mi hijo, me decía, su hijo es lindo, no parece que tuviera esa edad, yo les dije, ¡mis hijos son propiedad privada! y si usted no quiere ver a una leona, por favor, no me busque.

La señora me dice, no Adrianita no sea así, le dije, con mis hijos no. Pues no, ella no entendió el mensaje y se metió con mi hijo, comenzó a enamorarlo, fue su primera mujer, le dio su primer hijo, ya él no podía acercarse a nosotros. Mi hijo se volvió rebelde. Yo fui y puse el caso en manos de las autoridades porque mi hijo era un menor de trece años de edad y la mujer tenía veinticinco.

La policía fue, me prestaron el apoyo y mi hijo salía corriendo, entonces la policía se iba. Yo salía andando detrás de él, el muchacho me despistaba y volvía a la casa de ellas. Mi hijo se fue de la casa, yo lloraba, lo buscaba, en esa casa me echaban orines, tomates pichos, me decían acá no la queremos ver, me traban mal, y mi hijo congraciaba todo eso, yo llamaba a la policía y nada.

Le dije, mijo el caso contigo es perdido, nunca coja los malos caminos, yo quería que estudiara y fuera alguien en la vida, no repita la historia que nosotros tenemos, por favor hijo…

Con el tiempo mi hijo comienza a conducir una carreta de caballo. Un día estaba mercando cuando mi hija me dice; mami mira a Manuelito, yo dejé a mis niños y me fui a encontrarlo y grité ¡Manuel! ¡Manuel! ¡Manuel!, el muchacho me hacía señas de que me fuera, yo le decía, Manuel espéreme y lo alcanzo en un semáforo en rojo.

Le dije, ¿mijo usted por qué está así? Usted no es para estar en este trabajo, vuelva a la casa, por favor, estudie… Mi abuela nos decía que esos carreteros eran ladrones, drogadictos, mi hijo ya estaba consumiendo porque las mujeres con las que se fue le brindaron ese libertinaje que aceptó con gusto. La mujer de él decía, que ella era enemiga del trabajo y que el hombre que viviera con ella tenía que mantenerla.

Un día me llaman por teléfono, me dicen, la señora María Elena, les dije, sí señor, me dicen le hablan de la estación de policía tal, les dije, ¿qué pasó? Me dicen usted tiene un hijo llamado Manuel, les dije sí señor soy la mamá de él, me dijeron por favor se puede acercar a la estación tal.

Yo llego a la estación y estaba su mujer quien me dice, mire Adriana no se vaya a poner brava, mire sáquelo de aquí, yo sin él no puedo vivir. Hablé con las autoridades quienes me dijeron, a su hijo se le encontró robando… Yo miraba a Manuel y le decía, Manuel yo le di a ustedes esos ejemplos, él me decía, hay cucha… Entonces la trabajadora social lo reprendía porque era aún menor de edad, él decía, yo no necesito sermones, ¿me van a sacar?

Ese Manuel que veía allá no era mi hijo, su cara había cambiado, también su manera de vestir. Al hijo me lo entregaron con el compromiso de que se fuera conmigo, yo les dije, él no se va conmigo. Yo le dije a la mujer, ayúdeme para que mi hijo no se pierda. Apenas salimos de la estación, mi hijo me dijo, chao, te cuidas, mi nuera me dice, gracias porque yo sabía que a mí no me lo iban a dar, y se fue con ella.

La mujer de mi hijo, decía que a ella no le gustaba que sus hermanas se vieran con él porque él no las veía como hermanas sino como mujeres particulares. Yo le dije a mis demás hijos, esa mujer va a ser la desgracia de nosotros.

Con el paso del tiempo mi hijo se desconectó de nosotros, cuando veía a sus hermanos los golpeaba, yo le llamaba la atención y él ya me contestaba con groserías. Ahí es cuando me voy a vivir al barrio Bosa San José y pasa todo lo de mi vinculación con Los Rastrojos.

'La soprano' de Alfredo Serrano.
'La soprano' de Alfredo Serrano. | Foto: Alfredo Serrano

Un día llega mi hijo “pengantiado”, chupando pegante Bóxer, buscando a la mamá, entonces mis hijos menores, me dicen mami llegó mi hermano Manuelito, mami como que Dios nos lo devolvió…

Yo salgo de mi casa y voy hacia la esquina, veo a mi hijo y le digo, ¡hola papi!, y ¿usted por qué está así? ¿Qué tiene? Y me dice, cual papi, usted no es mi mamá, a usted la odio, usted mandó a matar a mi papá, le dije, ¿usted por qué me dice eso? No se haga, me refuta y entonces le di una cachetada. Le dije, Manuel yo ayudé a capturar al tipo que mató a su papá. En su vida me vuelva a decir eso, ¿usted no sabe la falta que me hace su papá?

Me dice; vengo por plata, necesito plata. ¡No tengo Manuel!, le respondí, ¿cómo no va a tener, manejando esto acá? Necesito tres millones de pesos, me dijo. De dónde hijo, usted está loco, le contesté, entonces sacó una pata de cabra y me propinó dos puñaladas en un brazo.

Yo estaba entaconada porque tenía una reunión con mis patrones. Al momento de mi reacción voy hacia atrás, trastabillo y caigo al lado de unos globos de reciclaje, yo pongo el brazo porque me tiró la puñalada al cuello, lo empujo y me manda la segunda y me la pone más abajo de la primera, y los niños comienzan a gritar: ¡Manuel va a matar a mi mami! entonces el niño menor coge un palo y le mete un garrotazo en la espalda y Manuel me dice, la voy a matar, la voy a matar, y me levanto, entonces Manuel se retira con su bicicleta en la que había llegado.

Herida me voy para donde unas vecinas a la casa esquinera, las señoras comienzan ayudarme y me dicen camine la llevamos al médico, les dije, no, yo tengo una reunión con unos señores y no puedo faltar, les pedí que me echaran panela raspada encima de las heridas, échenmela en los huecos y yo vote y vote sangre. Luego me dirijo para mi casa y saco una caja de pañitos y comienzo a limpiarme. Si no cumplo mi cita ese señor me da un tiro en la cabeza, pensé.

Mi hijo se fue, yo me fui para la reunión con las heridas rellenas de panela, un abrigo me tapaba, la reunión era el bautizo de los hijos del patrón, nos recogen en el carro, subo a mis niños y a una señora y nos vamos para la reunión. Ahí está la hora, fecha y sitio de la reunión, yo en ningún momento salí de ese sitio y menos para atentar en contra de la vida de mi hijo Manuel…

No lo demandé porque dije, es mi hijo, cómo lo voy demandar y creo que ese fue mi error. Las cámaras de seguridad de la cuadra muestran mis heridas con hora y fecha. A la hora loca de la fiesta, las doce de la noche, a mi hijo lo abalean. Él luego de herirme salió por la primera entrada al barrio y nosotros salimos por la segunda en el carro. Mi hijo fue a atracar a una persona y ese señor tenía un arma y le pega unos tiros a Manuel. Mi hijo se debate entre la vida y la muerte y pierde su brazo, su gravedad se extiende por cerca de tres meses.

Yo no sabía que había una orden de captura en mi contra. Mi nuera declaró ante las autoridades que yo me había ido a la casa de ella con mi hijo menor a darle bala a Manuel y que ellas asustadas se tiraron al piso… Ellas armaron su película y me denunciaron ante la Fiscalía. Yo tenía una orden de captura y las autoridades nunca me lo hicieron saber, yo salía a la calle con toda normalidad.

Un día en que la señora de al lado le estaba celebrando el cumpleaños a su hijo, yo estaba en pijama. De un momento a otro llegan las autoridades y entran, saludan, yo les dije, buenas noches, entonces un policía dice; la señora María Elena, le contesté, soy yo, entonces me solicitan mi cédula, les dije, aquí no la tengo. Me dijeron necesitamos que nos acompañe a la estación a una diligencia que no se demora nada…

Me puse una ruana y los acompañé y le dije a mi hija mayor que me acompañara. Me subo a la patrulla y adelante se encontraba mi hijo Manuel y les dice a los policías, si esa es la señora María Elena. En la estación a mi hija le dijeron que no podía entrar más y la dejaron en una antesala. Los policías me esposaron y me metieron a un calabozo, allí me echaron agua, me golpearon, me estrujaban la cabeza, yo les preguntaba ¿por qué me golpean? Les dije, yo no he hecho nada, me dijeron que venían por un documento.

Mi hija llamó a mi mamá, le dijo que ella escuchaba gritos que eran míos y cuando mi mamá llegó le dijeron que su hija estaba bien. Yo llena de miedo pensaba… me van a matar. Mi captura fue como a la una de la mañana y a las siete me dicen que me puedo ir, le dije a mi hija ¿para qué llamó a mi mamá? Abrazo a mi mamá y a mis hijos. Alcanzo a dar dos pasos afuera de la estación de policía, cuando se me viene una camioneta blanca y me encierra.

Se baja un señor y me dice, ¡quieta ahí!, tiene derecho a guardar silencio, si no tiene un abogado… Y me lee mis derechos. Yo le decía señor cuidado se le dispara esa arma… Los niños se cogían de la ruana, del brazo, de la pierna y decían no se pueden llevar a mi mamá, y trataban de no dejarme subir a la camioneta. Eran hombres de la Sijin de la policía, unos “sijinetes”, como los llaman en el argot del bajo mundo bogotano.

Me suben a la camioneta y allí me dicen, llevábamos buscándola por buen tiempo y no dábamos con usted, si no nos dicen… Usted es muy dura para capturar. Les digo, pero ¿de qué me acusan? me dijeron, no se haga la loca, uno de ellos me apretaba las costillas con el arma.

Cuando arribo a la Unidad de la Reacción Inmediata -URI- de Kennedy, me suben a un recinto, mis hijos llegan detrás con mi mamá, me dejan un buen rato allí y luego me entran a una oficina. Yo pensaba, pero ¿qué será? Entonces traen una carpeta, muestran mi foto, me identifican plenamente como María Elena Rodríguez. Me dijeron a usted la acusamos de intento de homicidio. Les dije, señores en mi vida he cogido un arma. Les dije ¿a quién? ¿hacia quién? Me dicen, hacia su hijo Manuel quien ya era mayor de edad.

Días después de mi captura me trasladan a la cárcel El Buen Pastor, estuve un año presa, me fui a juicio y me sacaron a pagar pena domiciliaria. Allí seguí trabajando con la organización Los Rastrojos en Bosa San José y luego en otro operativo llegan, allanan mi casa y nuevamente me capturan. A los cinco días de estar detenida en una estación de policía de la autopista, se dan cuenta que yo portaba en mi pierna un dispositivo tipo brazalete, el que les colocan a los presos para hacerles seguimiento en la retención domiciliaria.

Ese día dentro de los “sijinetes” (de la SIJIN de la policía) que llegaron en el allanamiento venía uno que trabajaba para nosotros y en voz baja me dice, Adriana, yo no quería, pero fulano y sutano soltaron la boca… Me dijo, lo siento, yo sé que usted es una gran mujer y lo hace por sus hijos, pero me mandaron a mí y si no, no lo hubiese hecho. Le dije, no me haga eso, por favor, yo no quiero ir presa, en eso uno de los consumidores que estaba en la casa dijo esa señora no tiene nada. Uno de los agentes dijo, ella es de la organización y no puede quedarse por fuera, llévensela.

Me echaron en un platón, yo alcancé a rescatar una plata y se la di a mi mamá para que se bandeara con los niños y con mis nietos que estaban a mi cargo, los niños le decían a la policía que no se llevaran a la mamita, yo les decía, papitos voy a ir al médico y ya vengo.

Me capturaron un tres de octubre y al otro día cumplía años. Los mismos policías que me recibían el dinero de la vacuna, ellos me decían que, si yo estaba dispuesta a colaborar, ellos me ofrecían protección para mí y para mis hijos. Yo les decía, me quiero salir de esto, no quiero seguirle haciendo daño a la gente… Pero no me puedo salir a las buenas, yo sé que me van a matar, les decía. Yo había escalado dentro de la organización, pero me vendieron sin importarles nada.

La negociación que hice con la justicia no me sirvió de nada porque estoy amenazada de muerte, mis hijos quedaron desprotegidos afuera, lo que me prometieron nunca lo cumplieron. A mis hijos se los llevó en Bienestar Familiar y mi hijo se les voló.

Mientras estuve en la estación el comandante de ahí me ayudó bastante y dejaba que mis hijos fueran a verme, él me entraba cigarrillos para que yo vendiera y esa platica se la entregaba a mi mamá para que tuviera para el diario y comida de mis hijos.

El día del traslado de la estación de policía a la cárcel El Buen Pastor, yo me levanto muy temprano a bañarme y el comandante estaba ahí cuando él me ve en toalla, me dice; ¿María Elena, usted tiene brazalete? Le contesté, sí señor, me dijo, ¡no! ¡nos metimos en la grande! entonces llamaron al INPEC, ese día no me sacan. Al otro día llegan, me graban con una cámara de video, me quitan el brazalete, me toman una foto y me llevan para El Buen Pastor.

El comandante me acompañó hasta la cárcel y me dijo que me dejaba recomendada allá. Yo regresé a la cárcel en el 2017, llegué por estupefacientes, me condenaron a cinco años seis meses y llevo tres años acá adentro, ya me mandaron mi papel de la libertad condicional, pero todavía no me puedo ir porque el otro proceso de intento de homicidio continúa.

Entrando me robaron las cosas que traía, como llegué a otro patio las internas no me conocían, los primeros días por el hacinamiento tenía que dormir acurrucada, a la una de la mañana tenía todo listo para bañarme y vestirme sin hacer bulla en la celda porque si no me golpeaban las reclusas por despertarlas tan temprano.

Al regreso me quedaba de píe hasta que nos dieran el desayuno, luego esperaba el almuerzo, en la tarde, solo me dejaban entrar a la celda hasta que las reclusas vieran sus novelas. Había televisor, pero no me dejaban ver televisión. Entonces me fui conociendo con más gente y me preguntaban que de dónde venía, yo les decía que de Bosa San José y me decían huy eso es muy bravo y me preguntaban que por qué venía y les decía que, por tráfico, me decían, ah usted es Adriana la que salió por televisión, la noticia decía, cae la banda de los Vikingos y de los Perros.

Yo entré caminando bien a la cárcel y estaba descontando pena en un comité de trabajo, logro llegar adelante, porque en la cárcel llegar hasta ahí es todo un proceso muy problemático. Yo les decía a las dragoneantes que me ayudaran a descontar pena, les decía, no soy drogadicta ni ladrona. Salir del patio para mí era un descanso…

Ese trabajo se me convirtió en un problema porque comenzaron a presionarme por asuntos que yo no podía solucionar y me dio una migraña terrible que me llevó a sanidad, allá no respetaban el orden de llegada, sino que atendía de acuerdo al patio del que veníamos, como el mío era malo pasaban primero a reclusas del patio cinco. Yo llevaba mis ojos muy rojos del dolor de cabeza y me dijeron; ¿usted viene trabada? Les dije, háganme la prueba, yo no fumo. Ayúdenme que me duele la cabeza…

Lo único que me dio la enfermera fue un medicamento y regreso a la celda. Yo sentía que los ojos se me salían y comencé a sangrar por la boca, les dije a mis compañeras me siento ahogada, y regreso a sanidad. Cuando volví ya habían cambiado el turno, un médico me examina y me pregunta que, qué sentía y le conté que había venido por un fuerte dolor de cabeza, le dije mire como tengo los ojos, le dije, me pitan los oídos.

El médico ordenó a la enfermera que me aplicara un medicamento. Cuando la enfermera me fue a aplicar la inyección le pregunté cuál era la medicina que iba a emplear y ella me contesta, usted no pregunte y me dijo: ¿quién es la enfermera usted o yo? Entonces yo me tranquilicé. La enfermera me coloca dos inyecciones en cada glúteo, y cuando me coloca la última vi todo negro, sentí el sabor del medicamento y que la cabeza se me agrandaba… De ahí no supe más.

Cuando me desperté ya estaba en el hospital de Engativá. Cuando me revisan me pasan un aparato por el pie y no lo sentí, me fui a voltear y el cuerpo me ganó, y yo me dije, ¿qué paso? Las babas se me salían sin poderlas controlar, y sentía mi cara muy rara, los ojos muy cansados y no me podía parar.

Mi mano me quedó en una posición inusual y no la sentía, una pierna la tenía dormida, la otra la sentía pesada. Los médicos me dijeron que eso era normal por ser drogadicta… En ese trance duré dos días.

Regreso al Buen Pastor, me dejan en observación en sanidad y luego me envían para el patio. Ya en el patio yo dormía en la puerta de mi celda y la guardia que había hecho el relevo ordenó que yo no podía dormir ahí en el suelo, sino que tenía que hacerlo en un planchón, entonces bajaron a la señora mandamás de la celda de su cama para que me dieran a mí, ese era otro lio para mí, y los insultos y las vulgaridades no se hicieron esperar de parte de ella y de las demás presas de la celda. Yo decía, no tengo la culpa.

En la cárcel comenzaron a decirme paralítica y tiesa. Yo salía como podía a la contada diaria de reclusas y luego me volvían a tirar en el piso del pasillo al lado de la puerta. Una dragoneante vio que yo tenía los brazos negros y me consiguieron una silla y después de la contada comenzó a sacarme de la celda. Yo la esperaba para poderme bañar, ya tenía pañal, comenzaron a hacerme terapias, pero luego no volvieron a hacerlas. El proceso de mi rehabilitación me ha tocado sola.

Cuando llegué al coro, la profe Patricia hizo algo con las autoridades del penal y al otro día me llaman a sanidad. Y una dragoneante del Buen Pastor que es de lo peor, me dice sapa, yo le dije, por favor no me vaya sacar porque es lo único que tengo, me dijo, ya sabe, pórtese bien y me zarandeó en esa silla como se le dio la gana.

Yo nunca supe cómo hacer de manera legal el reclamo por el mal procedimiento médico que me aplicaron en El Buen Pastor, que me postró a una silla de ruedas y por supuesto que al interior del penal nadie dijo nada, todo quedó en absoluto silencio. Me tocó quedarme callada.

Mi carpeta médica aparece incompleta, llena de fórmulas en donde, por ejemplo, sale una imagen y no sale la lectura, en otras sale la lectura y no sale la imagen, dicen que no tengo nada, el médico que me vio fue un señor Meléndez y luego me vio el doctor Hernández, él me decía demande, y yo le contestaba, doctor yo no sé cómo hacerlo. Ese doctor Hernández fue muy bueno conmigo, él dio la orden que me sacaran porque podía hacer un ataque cerebrovascular -ACV-, él me decía, la idea es que con el tiempo vuelva a caminar porque yo le preguntaba si volvería a caminar con normalidad.

Tuve una segunda salida al hospital de Engativá porque estaba muy mal. Las primeras terapias me ayudaron a soltar el brazo que me ayuda a sostenerme, hay una pierna que aún no coordino bien. Cuando cambiaron a la terapeuta no volví a tener terapias.

Resulta que los horarios de las terapias y los del coro se cruzaban, entonces dije, quiero despejar mi mente, deseo ver a la señora del coro, quiero ver a la señora del coro, no me importa si no voy a las terapias. Cuando volvía al patio después del coro, me preguntaban las compañeras que en dónde estaba y les decía que me estaba deleitando, pero algunas dragoneantes me amenazaban y me decían, pórtese bien, si quiere volver al coro.

Las dragoneantes me obligaron a ir a la terapia, entonces en la terapia yo le decía a la terapista, mire debo ir a mi curso de descuento de pena, sabiendo que ese curso no daba descuento de pena, pero para ir con la profe Patricia yo le mentía.

Luego tenía que buscar a alguien del patio que me ayudara con la silla de ruedas para llegar al coro, cuando mis amigas allí supieron que no estaba haciendo las terapias me decían, amiga piense en sus hijos, recupérese, yo les decía, es que esa señora me da fuerza, necesito escucharla, verla…

La profe que siempre nos inculcaba la disciplina, a veces le llamaba con fuerza la atención a alguna compañera y yo no le decía a la profe que por mi enfermedad en ocasiones se me olvidaban las cosas, en algunos exámenes yo quedaba nula, no me acordaba de nada, pero yo no decía nada sobre esa condición.

Un día hablé con la compañera Diana Giraldo, le conté y le dije ¿qué hago? Yo no quiero salir del coro, no quiero que me digan, es una desmemoriada y no sirve para el coro. No quería tampoco que sintieran lástima de mí, yo puedo, le dije a Diana y ella me contestó, voy a tratar de hablar con ella…

La profe siempre nos traía alegría, ella cogía mi silla de ruedas y me daba vueltas, me decía, María Elena, ¿no ensayas? Yo le contestaba, si señora. Yo tenía una compañera que no sabía escribir y comencé a enseñarle. Con mi pérdida de memoria, perdí el recuerdo de cómo se escribían algunas palabras. Un día la profe le hizo un examen escrito a mi amiga y ella le solicitaba le hiciera la prueba de manera oral y la profe brava decía que no, entonces yo la interrumpí y le dije, profe, ella me dijo, por favor María Elena no interrumpa… Luego le dije, profe, yo le pasé el cuaderno a ella, lo puse al día porque la compañera hasta ahora está aprendiendo a escribir. La profe nos dijo, por favor, no metas las manos por ella, cada una de ustedes me debe contar sus cosas.

La silla de ruedas se me dañó y por eso, me tocó pararme y comenzar a moverme como fuera y ya medio puedo avanzar, con gran dificultad me muevo, pero llego.

Una interna de nombre Jazmín que estaba en el coro me dijo, me voy a salir… le parecía muy duro el proceso del coro, yo le dije, Jazmín si yo puedo, tú puedes. Nuestra primera sorpresa con el coro fue salir a una presentación a la calle, yo le decía Jazmín pellízqueme, ¿vamos a salir a la calle? Si, si, mi negrita, me respondía Jazmín. La profe en las clases nos decía, muchachas esos tatuajes no se ven muy bien. Y cuando pensaba en que nos tocaba usar trajes escotados para las presentaciones pues los tatuajes quedaban al descubierto.

Y le pregunté a Jazmín, que cómo hacía para los pañales desechables, pues se notaban, ella me recomendó que me colocara una toalla, así lo hice. Ella me ayudó a vestir con el traje de gala y me puso las medias veladas. Yo la maquillé a ella y ella a mí, la peiné, ella hizo lo mismo conmigo, cuando cruzamos los pasillos que conducen a la puerta principal de la cárcel, la emoción nuestra era impresionante… La verdad eso fue una bendición de Dios muy grande, disfrutar de la libertad, así fuera por unas horas…

Saliendo nos cogimos de la mano, yo fui una de las últimas en subir a la camioneta que nos llevaba con los guardianes del Inpec hacía la presentación. En la camioneta iba Jazmín a mi lado, le dije en secreto, si ve que si podía. En el recorrido por la calle, parecíamos niñas, le decía, mire Jazmín tal cosa y le señalaba con el dedo, y me decía, que te pasa, y yo le decía, es la adrenalina de la calle…

Por las ventanas de la camioneta ligeramente abiertas nos entraba el aire de la calle, veíamos gente montando en bicicleta por las ciclorrutas, gente que caminaba, otros esperaban el transporte público. Cuando llegamos al punto de encuentro, qué emocionante fue ver a la profe Patricia allá, nosotras gritamos de alegría. Yo decía, estamos vivas.

Cuando nos bajamos, la gente que estaba en el lugar nos miraba y yo les decía chao. De pronto la profe se nos vino y llena de regocijo comenzó a gritarnos amores, amores y vino y nos abrazó, una a una. Allá debajo de una carpa comimos algo diferente a la comida de la cárcel, ¡que delicia! Carulla le había dado a la profe, para esa ocasión, unos platos exquisitos para nosotras.

Para la presentación del coro, me quitaron la silla de ruedas y me pararon de tal forma que quedé apoyada entre dos compañeras. Yo cantaba y temblaba de la emoción. Esa presentación fue grabada para un especial de televisión del programa Los Informantes de Caracol televisión. Yo miraba todo, al público, a las cámaras de televisión y me decía, Dios yo quiero cantarte a ti, mi Jesús. En ese momento recordé que mi abuelita me llevaba a la iglesia Mira en Bogotá, y que yo decía, algún día quiero cantar en una tarima como cantan esos coros. Mi abuelita me decía, mija algún día alcanzará ese sueño.

Cuando la gente que presenció la presentación de nuestro coro comenzó a aplaudirnos, nosotras que estábamos todas hermosas no cabíamos de la dicha, eso era como un regalo de Dios. Yo cantaba y lloraba. Ver que unas personas no aptas para la sociedad eran exaltadas, eso será imborrable para nosotras… Nos dieron regalos, la gente quería hablar conmigo, me decían ¿me puedo tomar una foto contigo? Yo les decía siii.

La entonces procuradora Margarita Cabello, me dijo, ¿me puedo tomar una foto contigo?… En la reunión que tuvimos adentro en un camerino, yo las hice reír a todas antes de salir a la presentación e hicimos una oración. Unos muchachos me entrevistaron con una grabadora. Ya en la cárcel cuando sintonizábamos la radio y nos escuchábamos en las entrevistas, decíamos, no puede ser, somos famosas…

Allá nos dieron gaseosas que yo no había visto en mi vida, comimos pollo, helados, tortas exquisitas. Para nuestra salida a la calle, sacaron una lista de las internas que podíamos ir a la presentación, ello de acuerdo a si estábamos condenadas o no. Yo le decía, Dios ayúdame a quedar en esa lista. Varias compañeras no pudieron salir.

Cuando llegaron las resoluciones de salida fue un momento contradictorio porque unos estábamos que no cabíamos de la dicha, otras lloraban porque no les autorizaron su salida, fueron momentos muy raros. Cuando nombraron a María Elena Rodríguez, yo me puse a llorar porque alcancé a pensar que por mi discapacidad y el trabajo para transportarme mi salida sería negada.

Lo más duro del coro de la profe Patricia para mí fue bajar las escaleras, las bajaba sentada, la profe y sus dos hijos me brindaron todo el apoyo, me animaban. Ese coro me sacó de la oscuridad.

De mi proceso judicial se perdieron unos Cds. Ahora estando yo aquí en la cárcel matan a una cuñada de mi hijo y me están involucrando en ese crimen. En ese proceso me quieren meter cuarenta y siete años de prisión. Entonces estando presa me están acusando de un homicidio y una tentativa de homicidio y lo peor es que no tengo para pagar a un abogado. Lo poco que tenía me lo robó una abogada que había contratado y se voló.

En la cárcel es muy común que hombres presos en distintos penales del país nos escriban con la intención de que los conozcamos, surjan relaciones y que de la cárcel de mujeres vayamos a verlos en visitas conyugales. Nos dicen estamos buscando amigas, nosotras preguntamos, ¿cómo la quiere?, mueca, mocha, en muletas, en sillas de ruedas…, bromeamos. Así conocí a un señor de 68 años de edad, le conté de mi condición y sobre mi vida, le dije que no tenía como contratar a un abogado y le conté sobre las necesidades de mis hijos afuera…

Ese señor un día me dijo, ¿usted está dispuesta a venir a conocerme? Le dije, es que yo estoy en una silla de ruedas, le conté lo que me había pasado, yo no sé si a mí me lleven, él me dijo, vas a decir que tú eres mi compañera y pasamos la solicitud y vienes a visitarme. Él está preso en la cárcel La Picota, al sur de Bogotá.

A los días me aprobaron la visita, el Inpec dispuso de todo para mi desplazamiento, llegué a La Picota, el señor me recibió, tuve relaciones con ese señor, me sentí la mujer más despreciable del mundo, nunca había vendido mi cuerpo, me sentí sucia.

Cuando volví al Buen Pastor, el señor me llamaba todos los días, y me dijo que me iba a ayudar porque él veía en mí a una gran mujer, me dijo, las circunstancias en que nos conocimos no fueron las mejores, yo le dije, señor, yo no quiero volver a allá, yo no sirvo para eso. Quería conocerlo, pero no me gustó como se dieron las cosas.

El señor me mandó al abogado que cobró ocho millones de pesos. En pandemia no he podido ir a ver al señor a la Picota, él me hizo saber que una cosa compensaba la otra, ese pedazo es triste… Esa práctica ha generado otra forma de prostitución que se registra al interior de los penales en Colombia. Todo lo coordinan proxenetas que hay en El Buen Pastor con alcahuetas de los otros penales. Así subsisten muchas mujeres presas, vendiendo su cuerpo en las cárceles de Colombia con otros presos y es muy usual que una vez estén con el señor que van a visitar, vengan el mismo día tres o cuatro hombres más para tener relaciones sexuales… La plata de ese servicio es consignada con antelación.

A nosotras nos sacan en dos buses y en una camioneta que se dirigen, en Bogotá para las cárceles La Picota, La Distrital y La Modelo. Nosotras desde la una de la mañana nos levantamos para arreglarnos y estar listas para esa faena. Eso se hace los días domingos. Cuando es fuera de Bogotá, asignan entre semana el día para hacer el vuelo. Llega también el momento en que las mujeres ya no quieren estar con hombres y se consiguen una mujer acá.

Ahora en la cárcel tengo autorizada una hora de marcha diaria, eso me cansa muchísimo, me subí de peso, ya no utilizo la silla de ruedas, estoy solicitando un caminador y unas rodilleras.

En mi vida jamás volveré a trabajar para ninguna banda delincuencial, ahora soy una persona totalmente cambiada, tengo otras expectativas de vida, porque el coro de la profe Patricia nos ha mostrado un nuevo camino, los empresarios que patrocinan el programa nos han ofrecido oportunidades una vez recobremos la libertad, y sé que una de esas, es para mí.

Mi hijo se encuentra privado de la libertad, yo le solicité una visita virtual y él dijo que no. Él está preso por hurto en la prisión de máxima seguridad de Cómbita en el departamento de Boyacá. El cayó con una muchacha que perdió un ojo, y dicen que yo disparé el arma que le causó la lesión a esa mujer. Una de mis hijas menores hace poco fue violada brutalmente. En la cárcel te puedes defender si tienes dinero, si no hay plata, no hay nada que hacer.

Yo tenía seguridad aquí en la cárcel porque me hicieron un atentado con una comida que me entraron, esa seguridad ya me la quitaron.

El coro me sirvió para volver a sentirme viva, para saber que puedo seguir luchando, que en el mundo hay personas que pueden creer en uno, conocí que cantar es sinónimo de libertad, ahí nadie me amenaza, que no hay límites, la única obligación es sentirse libre. Si Dios me permite seguiré dando la batalla en el coro, aunque la pandemia nos cortó el proceso llegamos a pensar que no volveríamos a ver a la profe Patricia… Gracias a ella por ayudarme y creer en mí… Por venir acá y tenerme en cuenta…

Deseo que por medio de mi historia se rescate a muchas mujeres que sufren afuera.

Le pido a Dios que cuando salga de este lugar, pueda encontrar a una niña que me robaron, era una menor de edad, espero verla si está viva, era mi segunda hija, ella se llama Johana Marcela Rodríguez Chavarro, dicen que le cambiaron el nombre a Camila Fernanda, tiene veinticinco años de edad y nació un quince de abril…

* Con autorización del autor Alfredo Serrano Zabala