
Alberto Carrasquilla
Elusión
Si aceptamos que la evasión tributaria difiere de la elusión, el reciente escándalo bancario abre un debate interesante.
A mediados de 2012 arranca la mala racha con un evento bastante espectacular: la renuncia, en vivo y en directo, en una sesión del Congreso de los Estados Unidos, del señor David Bagley, un profesional con 20 años de servicio en la entidad, los últimos 10 como jefe global de cumplimiento (compliance), algo así como la persona encargada de velar porque todas las actividades del banco estuvieran ceñidas a las diversas normatividades vigentes en asuntos espinosos tales como el lavado de dinero. Pues bien, la renuncia se origina en el reconocimiento suyo y de sus colegas en el sentido de que la embarraron en grande y que se les colaron varios orangutanes de diverso pelaje. Según el reporte que analizó la comisión parlamentaria en cuyo seno se produjo el evento, el banco hizo negocios con dinero del narcotráfico mexicano, le mamó gallo a las restricciones impuestas por el gobierno americano a Irán en al menos 25.000 transacciones por casi US$20.000 millones, fue muy laxo en la vigilancia de transacciones con sauditas vinculados al terrorismo internacional, y así. El banco recibió una multa por US$1,9 mil millones por parte de los reguladores americanos.
Todo lo anterior, amén de otros líos recientes relacionados con presuntas manipulaciones en los mercados financieros, para dejar bien claro que este banco no es ninguna perita en dulce, no es el ángel de la guarda ni es, propiamente, la Madre Teresa. No obstante lo anterior, creo que el escándalo más reciente, vinculado esta vez a su participación en facilitar la elusión tributaria en diversos países, merece más reflexión de la que ha tenido en el debate público.
Palabras más, palabras menos, la acusación –que ya ha producido una robusta cuota inicial de renuncias y disculpas– es sencilla. A través de su filial en Suiza, el banco presuntamente ayudó a muchos clientes adinerados a diseñar esquemas que les rebajaban de manera importante sus obligaciones tributarias. El punto de fondo es que dichos esquemas no necesariamente son ilegales y ello es cierto por una razón que poco se plantea: por razones diversas, pero centradas en la carga política y frecuentemente populista que tiene el debate impositivo a lo largo y ancho del mundo, los códigos tributarios suelen ser enormemente complejos y permiten que unos contribuyentes paguen menos impuestos que otros, así sea cierto que, desde el punto de vista de su actividad económica y financiera, los dos sean idénticos. Desde luego, no hablo de actuaciones dolosas, en cuyo caso el tema es transparente y hasta aburrido. Estoy hablando de actuaciones completamente legales, que es el caso interesante y que merece reflexión.
La elusión tributaria ocurre cuando un contribuyente paga el mínimo que le corresponde legalmente, en lugar de pagar el máximo, por ejemplo depositando parte de sus ingresos en vehículos financieros exentos, y es muy distinta a la evasión, que ocurre cuando el contribuyente hace trampa, por ejemplo ocultando parte de sus ingresos. Lo deseable, desde luego, es que si tenemos la misma renta, paguemos el mismo impuesto de renta y carece de sentido que no sea así. La pregunta de fondo es si ese objetivo se surte mejor azuzando escarnios públicos o reformando códigos impositivos. Por ahora, tal y como lo demuestra la interminable retahíla mediática, pareciera que gana la primera alternativa y por goleada.
Esto es verdaderamente lamentable ya que se desperdicia la oportunidad de que la rabia obvia contra la injusticia que el mismo código origina se canaliza no en contra de la especificidad del código mismo sino hacia una abstracción hecha de categorías que incluye, como en todo lo malo que pasa en el imaginario, a “los ricos”, a “los bancos” y los demás sospechosos de siempre. Sacrificar un debate concreto en el altar de una abstracción taquillera, equivale a no hacer nada salvo sentarse a esperar la siguiente.
@CarrasqAl