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Turismo

Carta desde Vancouver

Esta ciudad sale clasificada año tras año como uno de los tres lugares más agradables para vivir en el mundo.

2 de julio de 2017

Por la mañana, caminatas al borde del Pacífico. Por las tardes, paseo por Stanley Park, una península de bosques cuasisilvestres más grande que el Central Park de Nueva York. Por la noche, quizás una cena con lo mejor de la gastronomía marina. Vancouver ha sido descrita por muchos como un paraíso-urbe. Otros la han etiquetado como un ‘Manhattan con montañas‘. La diversidad de razas y acentos han hecho de esta ciudad de la provincia más occidental del país un centro de 2 millones de habitantes donde el concepto de forastero se diluye fácilmente en un ambiente de apacible y cordial familiaridad.

¿Desde dónde preferiría admirar la ciudad primero? ¿Desde qué punto se tiene una mejor panorámica? ¿Tal vez desde el Puente Suspendido de Capilano? ¿O mejor desde el ascensor de cristal que sube a 168 metros de altura en el denominado Vancouver Lookout? Quizás la última sea la mejor opción, dado que, al llegar arriba, la vista desde la plataforma circular aportará un decorado más completo para los ojos: el monte Seymour, la montaña Grouse, o el Puente Lion Gate, construido hace 79 años y que conduce al privilegiado suburbio de West Vancouver.

Y hablando de puentes, hay uno al que los habitantes de Vancouver guardan especial afecto. Se trata del Puente Suspendido de Capilano, una estructura colgante a 70 metros de altura y que cruza 135 metros sobre el río del mismo nombre en medio de una reserva forestal a 15 minutos al norte del centro de la ciudad. Y es que hay quien dice que en Vancouver los ciudadanos y el mobiliario urbano se deben adaptar a la naturaleza y no al revés. Llevar la cuenta de la cantidad de parques sería inútil, pero para una mención especial está el Queen Elizabeth, con otra maravillosa vista sobre los picos nevados, así como también sobre las aguas del mar. Tiene, además, pista de bolos sobre hierba, campo de golf y un invernadero tropical.

La ciudad también cuenta con uno de los barrios chinos más grandes de Norteamérica, donde se celebran mercados nocturnos una vez a la semana en temporada de verano. O la popular y de moda Grandville Island, para dar una prueba de lo mejor del diseño local, o de las artesanías fabricadas por las denominadas Naciones Originarias de Canadá, los primeros pobladores de estas tierras y cuya impronta está muy presente a lo largo y ancho de la ciudad.

Para acabar la excursión, se debería dar siempre un paseo por el barrio de Gastown, uno de los más antiguos de la ciudad y quizás una pieza clave para comprender su alma. Se trata de una mezcla de edificios de estilo victoriano y eduardiano que escaparon a la demolición de los años sesenta, donde se puede comer o tomar una cerveza o hacerse un retrato con el famoso reloj de vapor de la ciudad, una postal ineludible en Vancouver. Feliz viaje.