Cuando nace un hijo una pareja pasa a ser un trío | Foto: Pixabay

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10 cosas que me hacen una mala pareja desde que soy mamá/papá. O, una lista confesional

Un hijo lo cambia todo, desde la manera en que se ve y se vive la vida, hasta la forma en que se relaciona la pareja. La media naranja deja de ser el único protagonista del mundo emocional de los padres. Las prioridades y percepciones cambian, y esto puede afectar las relaciones sentimentales.

Carolina Vegas*
17 de marzo de 2018

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1. Somos tres en esta relación.
Esa frase se la escuché por primera vez a la princesa Diana de Gales, recién divorciada del príncipe Carlos, durante una esperadísima entrevista en la que reveló que su exesposo había mantenido una relación sentimental paralela durante años con Camila Parker. Siempre pensé que el tercero en disputa dentro de una relación clásica tenía que ser alguien externo, un amante furtivo. Pero no. Cuando nace un hijo en el seno de una pareja, esa pareja pasa a ser un trío. No solo porque este nuevo miembro de la familia irrumpe, de manera literal y física, en el sagrado lecho (es decir que compartirá la cama y el cuarto de sus progenitores durante meses, a veces años) sino porque entra a ser parte de cualquier decisión que se tome. Desde si se puede ir o no a cine, o a comer, para reconectar la llama del amor, hasta si después de dicha cita romántica (cuando todo se da y los abuelos, los tíos o una niñera acceden a quedarse con el pequeño para que los grandes puedan salir) en efecto se podrá reconectar la llama del amor en el sagrado lecho. Cualquier decisión que tome un miembro de la pareja impactará la vida y el futuro del tercero en disputa. En especial si esta implica el fin de la relación sentimental. Y ni hablar de los celos. Los que sentirá el padre porque el hijo o la hija no se desprende de la madre, los que sentirá la madre cuando el pequeño o pequeña descubra que el papá es su pareja de juegos favorita, los que sentirá el infante cuando alguno de los dos ose tocar al otro, pues en su cabeza ambos solo pueden quererlo a él.

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2. Aún eres una de mis personas favoritas, pero si estamos frente al cráter de un volcán y solo puedo salvar a uno (o dos, o tres)…
Cuando una madre o un padre sienten real amor por sus hijos, ese amor es más grande que cualquier otro. Es un cariño que provee la fuerza para levantar carros, escalar montañas, correr maratones, levantarse todos los días y proponerse ser una mejor persona. No existe amor más grande. Entonces, a la pareja le toca entender, y aprender a llevar el hecho, de que ya no es el protagonista y único dueño del corazón del otro. Esto no es fácil. Es más, las estadísticas demuestran que muchas relaciones no aguantan la llegada de los hijos, y muchos se separan poco después, cuando los niños aún son pequeños. Por supuesto, este no es el único factor en juego a la hora de decidirse por un divorcio, pero la realidad es que entender que el corazón del otro ya no es solo para uno es difícil.

3. Mi tiempo es restringido.
Lindos eran los días en que uno desayunaba y quedaba libre, en que los fines de semana eran para dedicarse a descansar, dormir, ver televisión, quedarse en piyama. Lindos y lejanos, porque una vez se tienen hijos esos momentos dejan de existir (a menos que uno tenga suficiente ingreso para tener niñera de sábado y domingo, y en efecto no desee ver a sus hijos ni siquiera en esos días, que por ningún lado es mi caso). El punto es que el tiempo para cualquier actividad extra, que no involucre la seguridad y supervivencia de la familia, y la búsqueda de sustento, es restringido. Y es importante no dejarse de lado a uno mismo, pues en esa repartija el tiempo que una le dedica a una misma, ya sea para leer un libro, ver una serie, salir con los amigos, tomar un café, hacer ejercicio o mirar al techo mientras se espera que actúe una mascarilla, es el primero en morir sacrificado por cualquier otra cosa. Entonces, pareja, si decido más bien dedicarme a mí, así sea un par de horas, no lo tomes a mal, es por el bien de nosotros.

4. Siempre voy a estar pensando en la logística… y eso me hace menos divertida y espontánea.
Escaparse unos días al Caribe, pensar en un viaje para dos al sureste asiático, tomarse un café solos, todas estas actividades exigen una planeación estratégica que podría ser la envidia del proyecto de desarrollo de una multinacional. Caray, es que el simple hecho de que una reunión en la oficina alargue la hora estipulada de salida puede convertirse en una catástrofe de proporciones épicas. La única manera de mantener la maquinaria de la familia en funcionamiento es la logística. Y aunque no me interesa ser prejuiciosa, es una realidad estadística que esta suele ocurrir más en el cerebro de uno de los miembros de la pareja. En el caso de las parejas heteronormativas suele ser la mujer la que carga este lastre todos los días. Es decir que, por lo general, la cabeza de las madres suele emplear buena parte de su tiempo y energía en planear, en cuadrar, en revisar agendas, en ver qué falta en la nevera. Y estas listas, anotaciones y angustias están ahí todo el día, hasta mientras dormimos. La idea clásica del multitasking se queda en pañales si se compara con todo lo que es capaz de planear, pensar y ejecutar una mamá en un día.

5. No eres tú… solo tengo mucho sueño.
Mi teoría es que los padres que aseguran que a pesar de que sus hijos son pequeños aún disfrutan de una vida sexual de ensueño y que en esa área nada ha cambiado con el nacimiento de sus angelitos están: A) mintiendo descaradamente, porque les da vergüenza confesar que lo más excitante que ocurre en sus cuartos es que en efecto toda la familia pasa la noche derecho. B) cuentan con tanta ayuda y son tan ricos que tienen una nana diurna y otra nocturna y ven a sus hijos una hora al día, como los protagonistas de Downton Abbey. C) están teniendo un affaire con alguien más que no vive en su casa.
La realidad es que este es otro factor que puede determinar la suerte de una relación de pareja, si no se sabe manejar bien. Por muchos factores. Por un lado, una madre recién parida, o parida hace relativamente poco, casi nunca va a estar dispuesta a tener relaciones sexuales al mejor estilo 50 Sombras de Grey. Es más, quizás está aún tan traumatizada por la experiencia del parto que no quiere siquiera pensar en la posibilidad de un nuevo embarazo. También hay que tener en cuenta que la lactancia baja la libido y produce resequedad vaginal. Ni hablar de la falta de sueño y el cansancio. Y, para no ser sesgados, muchos padres, o parejas que no parieron a la criatura, también están pasando por un proceso de adaptación a su nueva realidad que puede quitarles el apetito sexual por algún tiempo. El sexo es importante, sin duda es clave en una relación de pareja, pero como sociedad debemos dejar de ponerle un valor tan alto en nuestras vidas. Hay momentos en que no tener sexo no tiene nada de malo y es perfectamente natural y normal. El punto es el respeto que se tenga hacia el otro si uno de los dos no quiere tener relaciones. Eso también hace parte del amor. Saber esperar también es dejarse querer.

6. Ya no me siento igual de sexy que antes.
Cuando una mamá pasa por el proceso del embarazo y el parto, su cuerpo cambia para siempre. Aprender a querer ese nuevo cuerpo, esa nueva imagen toma tiempo. Uno no se reconoce tan fácilmente en el reflejo del espejo y eso puede tener efectos importantes sobre la autoestima. Ser madre es todo un proceso de re-conocimiento de uno mismo, que pasa por lo físico, lo emocional, lo psíquico y lo espiritual. Por lo tanto es entendible que durante un buen tiempo uno no se sienta sexy, y que sienta que el otro ya no lo percibe a uno como una persona atractiva, en especial si la pareja es descuidada con sus comentarios. Ver a todas las modelos, estilo Adriana Lima y Heidi Klum, desfilar figuras perfectas dos meses después de dar a luz tampoco ayuda al proceso. Porque, seamos realistas, la mayoría de madres nunca tuvimos, ni antes ni después de gestar y parir, un cuerpo de modelos. Aprender a querer a ese nuevo yo, que ahora es madre, toma tiempo y paciencia.

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7. Perdóname por supervisar todo lo que haces.
Los prejuicios históricos y las frases de las abuelas nos rayaron la cabeza. “Los hijos son de las mamás”. “Los hombres en la cocina huelen a caca de gallina”. “Su papá nunca cambió un pañal”. Y aunque uno es consciente de que los tiempos han cambiado y que además hoy los padres, en su mayoría, quieren hacer parte activa del proceso de crianza y ser capaces de lidiar con cualquier circunstancia que los involucre, las madres, muchas, me incluyo, seguimos cada paso de ellos con ojos de águila. “Así no se pone el pañal”. “A él le gusta la fruta cortada en círculos y no en cubos”. “Ese pantalón no combina con esa camiseta”. “¿Le lavaste primero el pelo y luego los pies?”. “¡Dámelo que lo vas a hacer llorar!”. Además de clavarnos el puñal solas, porque la lora desestimula a cualquiera, no estamos dejando que los padres desarrollen su paternidad a su manera. Hay muchas formas de hacer las cosas y uno no es el único que las hace bien, simplemente las hace distinto. (Recordatorio urgente para Carolina).

8. No quiero flores, solo que laves la loza.
La desigualdad de género comienza en el hogar. Varios estudios indican que las mujeres dedican el doble de tiempo, a veces más, a labores no pagas que los hombres. Estas incluyen el cuidado de otros y en general todas las labores domésticas. Muchas veces la tensión que deriva de este hecho puede acabar con la armonía del hogar. ¿Cómo no, si la repartición es injusta y claramente uno de los dos está más cansado que el otro? Los hombres no tienen por qué ayudar en el hogar. Tienen que hacer, porque también es su reponsabilidad. Pero cambiar estos estereotipos de género, y quitarles cierta comodidad a los miembros del otro sexo, no es tarea fácil. Es hora de cambiar los paradigmas. Querido esposo, novio, padre que lee este artículo: pocas cosas tan románticas como un hombre que sepa lavar, planchar, cambiar pañales, dar papillas y cocinar, y que sobre todo lo haga sin quejarse, y sin que se le tenga que pedir 100 veces.

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9. Así como sube mi nivel de tolerancia hacia el bebé, baja mi nivel de tolerancia hacia ti.
Algunas de las peleas más fuertes que se pueden dar entre una pareja pueden ocurrir en los primeros meses posteriores a la llegada de un bebé. Los ánimos están caldeados, los padres están exhaustos. Nadie sabe qué está haciendo y los niños demandan mucho tiempo, dedicación exclusiva, cariño, apego, sacrificios, en fin. Este es un caldo de cultivo excelente para las peleas. Muchas veces queremos mostrar nuestra mejor cara a nuestros hijos, ser muy pacientes con ellos así por dentro queramos gritar, tal vez salir corriendo de la casa sin rumbo fijo solo para descansar y respirar un poco. Toda esa frustración acumulada necesita un escape, un blanco, y ese suele ser la pareja. Y esta es quizás otra de las razones principales por las cuales ocurren tantas separaciones cuando se tienen hijos pequeños. En medio de la angustia, la incertidumbre, empezamos a ver al otro como un enemigo. Ahí es cuando todo estalla. A veces es necesario acordarse de respirar, de tener la piel más gruesa, de no creer que cualquier comentario es una ofensa.

10. Mi plan soñado es estar completamente sola, así sea un par de horas.
Hay una película, quizás floja pero muy graciosa, que se llama Malas madres. En ella tres mamás se rebelan contra el sistema. Una de ellas, madre de cuatro niños, confiesa que su fantasía mayor por esos días es tener un pequeño accidente de tráfico, nada fatal pero si de cierta gravedad, que le permita pasar dos semanas en la clínica, para dedicarse a ver televisión y comer gelatina. El tiempo propio es tan escaso, es un lujo tan grande, que se convierte también en el gran anhelo. Por eso es importante respetar los espacios del otro, esos que son para dedicarse a uno mismo. Así sean un par de horas. Permítase, y permítale al otro, unos momentos de libertad, de escape, para que no tenga que fantasear con un accidente para poder descansar de la rutina agobiante.

*Editora de SEMANA y autora de las novelas Un amor líquido y El cuaderno de Isabel (Grijalbo).