Teorías como las de ‘El pequeño emperador’ que aseguran que la atención excesiva que reciben los hijos únicos los convierte en personas disfuncionales, perezosas, exigentes y agresivas. | Foto: Pixabay

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¡Solo uno, gracias! O por qué cada vez más padres deciden tener solo un hijo

Cada vez más padres tienen un solo hijo. En lugar de hacer comentarios acerca de lo egoísta que es esta decisión, las demás personas deberían dejar de ser imprudentes y analizar por qué esta puede ser una opción no solo válida y respetable, sino también bastante sensata.

Carolina Vegas*
10 de febrero de 2018

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El día que mi hijo Luca cumplió un año celebramos emocionados. Era un momento cumbre en nuestras vidas como una familia de tres. Nos parecía increíble ver que aquel bebé pequeño y flaco que habíamos alzado por primera hacía 365 días ya era un niño robusto, que trataba de sostenerse en pie, y decía papá y mamá. Esa noche, mientras el pequeño dormía y mi esposo y yo decidimos tomarnos una cerveza en calma, sentados sobre nuestro sofá, brotaron las lágrimas que llevaba todo el día tratando de contener. “¿Qué pasa?”, me preguntó mi esposo Santiago al ver que el llanto no era de felicidad. “¡Que no quiero tener más hijos!”, le contesté. Sentía que estaba pronunciando palabras inconfesables y que en algún lugar me estaban juzgando por ser una mala madre al no desear darle un hermano, o hermana, a mi hijo. La realidad es que más allá del amor, la emoción y la felicidad que había traído el pequeño a nuestras vidas, ese año que concluía había sido también el más duro de mi vida. La falta de sueño, las exigencias de un bebé que requiere atención constante, el cansancio y la adaptación a una nueva vida en donde una ya no es la protagonista de su propia historia, me habían dejado con la convicción de que no quería volver a pasar por ahí.

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Con el tiempo he dejado de sentir terror al imaginar un nuevo embarazo, un nuevo parto y posparto. Es más, al alzar al recién nacido de una amiga vino a mí, de nuevo, el impulso, el deseo, de tener otro bebé. Es que huelen tan rico, y no pesan casi nada, y hacen los ruidos más lindos… Pero una vez logré despertar de la ensoñación, pensar con seriedad el tema y discutirlo racionalmente con mi pareja, vimos que las razones para quedarse con un solo retoño van más allá del deseo, el miedo o los ataques de ternura. En nuestro caso la realidad económica en un país como Colombia es la que nos hace pensar que tener un solo hijo es quizás la mejor opción. Sobre todo, si uno calcula los inmensos costos de la educación y la salud, y piensa que quiere poder ofrecerle todas las mejores oportunidades para su futuro; y también viajar y ver el mundo. Así mismo, Santiago y yo tenemos muchas aspiraciones y sueños profesionales, y queremos poder realizarlos y estar muy presentes en la crianza de Luca. Es un tema de números. De tener tiempo para ser padres, y para ser nosotros mismos y realizar los sueños personales que podamos albergar. Y, otra cosa que no es secundaria, es que yo tuve Luca a los 34 y después de lidiar con problemas de fertilidad. Si llegáramos a plantear la posibilidad de otro hijo, tendríamos que sortear de nuevo mis dificultades fisiológicas para lograr un embarazo. Luca ya de por sí fue un milagro.

Las razones que acabo de dar para mi caso personal son las que inciden la mayoría de las veces a la hora de decidirse por tener solo un hijo o hija. “Me siento cansada, agotada, falta de sueño. Probablemente si uno fuera una mujer no trabajadora pues sería diferente, pero la experiencia y el deseo me dieron para aguantar una sola vez en la vida ese tema. No tengo una visión romántica de la maternidad. Es más, como que estoy en una etapa en la que apenas estoy empezando a sentir plenitud de ser mamá. Esa etapa inicial me da susto”, aseguró Lariza, la mamá de Salvador. Además hizo énfasis en la cuestión económica al decir que: “Es un acto de generosidad con Salvador, yo tengo en la conciencia que va a tener más posibilidades de estudio y de cosas en un mundo competitivo que teniendo un hermano”.

Ella lo ve como un acto generoso, pero aun así la gente pregunta con saña y el estigma del egoísmo persiste. “Pobrecita se va a quedar sola cuando ustedes mueran”. “Le va a hacer falta el amor de los hermanos”. “¿Cómo le van a hacer eso al niño? ¡No sean egoístas!”. “Esa niña va a ser una malcriada, porque ustedes le van a dar todo lo que ella quiera”. Conocidos y desconocidos repiten estas frases como mantras a los padres que hacen público su deseo de tener una familia de tres. El juicio de los demás ante esa decisión hace que la gente muchas veces no se atreva a hablar abiertamente sobre el tema.

La idea de familia que cargamos en nuestro inconsciente colectivo sigue atado a una visión de antaño en donde el comedor siempre estaba lleno de gente, cada quien tenía uno o más hermanos, y un hogar lleno de niños, adultos y viejos, departiendo felices en ferias y fiestas. Pero la realidad, la de las cifras, demuestra que esa idea de familia ya no es una realidad en Colombia. En la Encuesta Nacional de Demografía y Salud (ENDS) de 2015 los resultados indican que las tasas de fecundidad de los colombianos han bajado de forma sustancial en los últimos 20 años. En 1995 el promedio de hijos por mujer era de 3, pero en 2015 este número bajó a 2. Es más, en las zonas urbanas del país el promedio está en 1,8 hijos por mujer. Estos números son el resultado de un mejor acceso a educación sexual y salud sexual y reproductiva, lo que al final termina dando a las mujeres herramientas para elegir cómo, cuándo y si quieren ser madres. A esto se une la realidad de a puño de que entre mejor sea el nivel de educación y más prometedora la carrera profesional de las mujeres, más tiempo se tardarán en tomar la decisión de ser madres postergando la crianza a sus 30, 35 o 40 años.

“No hay un modelo de familia perfecta”, enfatiza María Elena López, psicóloga familiar y coautora del libro El hijo único. Consejos para la crianza de un solo hijo que se publicó en 2006. “La realidad de cada familia es particular y única. Creo que es posible que los miembros de una familia pueden ser felices independientemente de su estructura”. Pero de alguna manera, parece, que las familias con un solo retoño son creaciones defectuosas que necesitan un arreglo: otro hijo. “Hay de alguna manera cierta reprobación a esta idea de tener hijos únicos, porque es como si fuéramos a criar especímenes raros en la sociedad”, dijo Eduardo el padre de Salvador (otro Salvador diferente, muestra fehaciente de la popularidad de este nombre en años recientes). “Entonces pasan cosas como tener que uno mismo validarse como hijo único y decir ‘pero mírame, soy buena persona y soy hijo único. Soy hijo único y soy funcional’. Entonces sí, empieza una defensa de que así también pueden ser las familias”. Y pueden ser perfectamente felices y funcionales. Así por todos los frentes estén tratando de meterles miedo a los padres que solo quieren un hijo con teorías como las de ‘El pequeño emperador’ que aseguran que la atención excesiva que reciben los hijos únicos los convierte en personas disfuncionales, perezosas, exigentes y agresivas. Disculpen, yo conozco bastante gente así, y casi todos tienen hermanos. También existe esta idea de que los hermanos son los mejores amigos, que se necesitan y aman ante todas las cosas. Miren a su alrededor, analicen sus propias familias, el hecho de compartir ADN no hace que la gente se lleve bien, y mucho menos que se quiera. Si no me creen asistan a una conciliación entre hermanos cuando están negociando la sucesión de los bienes de sus difuntos padres. El poder fraternal, el jalón de la sangre, es uno que queda de lado muchas veces cuando hay dinero de por medio, poder o intereses. No nos digamos mentiras.

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Otros factores también contribuyen a que cada día más mujeres opten por solo tener un hijo. El nacimiento de un bebé, por lo general, suele traer conflictos entre la pareja. Adaptarse a un nuevo miembro de la familia, que además cambia todo a su paso, no es fácil y muchas relaciones no logran superar el proceso. Por eso hay una gran incidencia de divorcios durante los primeros tres años del nacimiento de un bebé. En ese punto hace mucho énfasis la doctora Toni Flabo de la Universidad de Texas quien ha dedicado casi todos sus estudios a las familias de tres.

Durante la Gran Depresión en Estados Unidos aumentaron a 23 por ciento las familias con un solo descendiente, eso lo recalca la revista Time en su texto de portada de julio de 2010 titulado The only child myth (El mito del hijo único). Y es que ese sin duda es un tema trascendental, más en un país como Colombia en donde si uno quiere ofrecer la mejor educación y salud a su familia, las más de las veces debe recurrir, si puede, a la oferta privada, que es muy dura para el bolsillo. ¿Qué puede tener de egoísta querer ofrecerle lo mejor a su hijo? ¿Acaso no es sensato parar en uno cuando uno sabe que sus capacidades económicas no alcanzan para mantener como uno quiere a otro bebé? Un amigo querido frenó a una pariente que cada tanto le preguntaba cuando iban a encargar el siguiente hijo con esta frase: “¿Y es que usted le va a pagar la universidad?” Puede sonar agresivo, y seguro lo fue, pero la pregunta reiterada genera ira y su punto es muy válido.
En el artículo de Time también se hace un énfasis especial al tema de la fertilidad. Y ese es un filón que muchos, con su imprudencia, no analizan. Andrea la mamá de Paola y su pareja planeaban tener más hijos. Después de un primer embarazo difícil, pero exitoso, vinieron dos pérdidas que los dejaron devastados a nivel emocional y físico. Andrea decidió contarles la verdad a todas las personas que le preguntaran por qué solo tenía una hija. “La gente me ve y piensa que yo tuve solo una hija, pero yo sé que fui mamá de tres. Para la gente una pérdida es una pérdida, y ya, y a todo el mundo se le olvidó. Para una mamá es un hijo que murió. Para mí son dos hijos que murieron”, asegura ella, quien por su experiencia decidió nunca volver a preguntarle a nadie acerca de hijos, matrimonio o planes de vida.

*Editora de SEMANA y autora de las novelas Un amor líquido y El cuaderno de Isabel (Grijalbo).