"La gente cree que dejé el sacerdocio por enamoramiento hacia una mujer, pero no" Padre Linero | Foto: SEMANA

La vida me enseñó

“Si me voy a casar, yo les cuento... y hacemos una cipote parranda”: Padre Linero

Alberto Linero dejó el sacerdocio y de esa experiencia de cambio de vida quedó un libro con muchas enseñanzas. En él cuenta que aspira a tener una vida normal, seguir inspirando a la gente y no descarta la posibilidad de encontrar una mujer.

12 de enero de 2019

Alberto Linero se ordenó como presbítero en 1993. El año pasado decidió dejar el sacerdocio y  tomar otro rumbo. El libro Vivir la vida de otra manera, publicado por Editorial Planeta, es una reflexión sobre por qué lo hizo y una fuente de motivación para otros que, como él, sienten que deben explorar nuevas rutas en la mitad del camino. “El libro tiene esa doble intención: dar mis razones de por que cambié de rumbo, pero también motivar a otros a hacer un cambio”.

Linero ha recibido una carta de parte del papa Francisco en la que se le brinda "la misericordia de la dispensa", con lo que se le libera del celibato y de la obediencia —aunque Linero asegura que siempre será obediente—, y le animan a continuar en su camino católico, a evangelizar e, incluso, si llegara a estar frente a alguien en peligro de muerte que pidiera el perdón de los pecados, Linero deberá proceder como un sacerdote, pues no ha dejado de serlo, simplemente no ejerce, no practica. Quien es uno de los sacerdotes más populares del país habló con SEMANA sobre las lecciones de ese tránsito y los aprendizajes que le ha dejado la vida.

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El día que recuerdo con mayor felicidad fue el de mi ordenación presbiteral, el 25 de marzo de 1993. Monseñor Eladio Acosta me concedió el ministerio, que no voy a perder nunca. Ese fue un día feliz porque desde los 16 años había soñado con él y en ese momento se me permitió servir de mediador para el perdón de los pecados.

Dos decisiones difíciles: decirle a mi papá que iba a ser presbítero de la iglesia fue duro. No sé qué concepto tiene el de los presbíteros, pero en ese momento no estaba de acuerdo. Ahora que decidí dejar el sacerdocio también fue difícil decirle: "Óyeme, ¿te acuerdas que hace 33 años te dije que quería ser presbítero? Pues he sido feliz estos 33 años, pero quiero ir por otro camino". Mi mamá sí me apoyó. Ella siempre ha sido cómplice mía. Me dijo "tienes 50 años y puedes hacer lo que quieras".

Me desenamoré. La gente cree que dejé el sacerdocio por enamoramiento hacia una mujer, pero no. Llegó un momento en el que el relato eclesial no me llenaba y yo, que siempre he tratado de ser coherente, dije ‘no más’. Yo pienso que comencé a perder la conexión emocional con la personas y yo no puedo vivir sin la gente. Esa desconexión se da por la manera como entendemos la espiritualidad. Nos creemos sagrados y nos distanciamos de la gente con ritos que son diferentes a los de los demás. Así creamos abismos y terminamos en claustros mentales. Lo de la pederastia y esa política de encubrimiento también tuvo que ver con mi desilusión. Con solo un caso deberíamos escandalizarnos. A mí me escandaliza y pido perdón porque eso no debió haber pasado nunca. De Dios nunca me he sentido alejado. Ese ‘man’, sigue palpitando en mi corazón y me llena.

Es posible vivir la vida de otra manera. Hay gente que cree que no puede decir ‘no más’, pero es posible reinventarse. Uno no está condenado a vivir siempre de la misma manera. Yo entré al seminario a los 16 años y ahora estoy haciendo muchas cosas por primera vez, como irme a tomar un café con una amiga, algo que no hacia en mi vida presbiteral, o ir a un bar y tomarme un trago. Por primera vez pagué los servicios públicos y me los han cortado porque no sabía de eso; por primera vez he hecho presupuesto y me he dado cuenta de que a veces uno no llega al mes. Son primeras veces que tienen que ver con las cosas diarias de la vida, como las tienen otros seres humanos y eso me han hecho sentir feliz, renacido.

Episodio anterior: “Mi mayor sueño es tener un hijo”: Claudia López

Las crisis tienen doble faz: te desacomodan, te hacen doler, te ponen la vida borrosa y te hace sufrir, pero solo si pasa eso, vuelve a haber luz, armonía y orden. Entonces, bienvenidas. No hay que tenerles miedo a los fracasos porque después de superarlos seremos mejores. El plan perfecto no existe, todos tienen margen de error. También aprendí que hay cosas que no son negociables, pero son pocas. La mayoría de cosas se pueden negociar. Dios me ayudó en esta decisión. El me ayuda siempre. No me llama al celular, no me contesta twitter, ni me dice ‘hola, Alberto’ pero se que está conmigo y me ayuda a ser feliz y a sostener mis decisiones.

El evento que más me ha marcado en la vida fue la muerte de mi abuela Cleotilde. Ella era mi mundo. Yo sabía que estaba enferma pero no comprendí su muerte. Yo tenía 9 años. Cuando empecé a sufrir su ausencia aprendí que a la gente hay que valorarla y amarla cuando uno la tiene. Mucha gente no expresa todo lo que podría frente a una persona que quiere porque mañana lo puede hacer y ¿saben qué? de pronto mañana no llega o cuando llegue mañana esa persona ya no está. Su muerte me enseñó a vivir en el presente y a expresar los sentimientos. Esa experiencia también me hizo sentirme atraído y temeroso de la muerte al mismo tiempo.

En anteriores episiodios: Antonio Navarro: “El día más triste fue cuando murió uno de mis hijos”

Yo la he embarrado mucho,  como todo ser humano. Me arrepiento de momentos en que mi temperamento me ha llevado a ser duro con las personas y a decir cosas que no están bien. Alguna vez, cegado por la ira, le he podido decir a alguien que es poco inteligente, que es tonto.  En mi caso la ira es la emoción más difícil de controlar. Uno explota y termina dañando todo. De eso me arrepiento. Aunque tengo muy claro en mi cabeza de que a todos hay que tratarlos igual y que todo el mundo es digno y uno debe brindar las condiciones para que todos se realicen, a veces uno no lo hace. Esto es en tono de confesión y he tenido que pedir perdón.

A Dios le pido tres cosas: la primera es que me permita ser agradecido y descubrir las bondades de mi vida y que a pesar de que las cosas sean resultado de mi esfuerzo no sienta que me las merezco. La segunda es la posibilidad de ser lúcido y entender la vida para tomar buenas decisiones. Y la tercera es que logre controlar las emociones, tener una homeostasis que me permita ser sano emocionalmente porque solo así es posible ser feliz.

Nos hace falta espiritualidad. No concibo que podamos rezar e ir al culto y que no nos podamos entender ni hablar ni respetar ni construir consensos a pesar de las diversas opiniones. Creo que necesitamos una experiencia espiritual que nos haga trascender posiciones, intereses y nos ayude a comprender que podemos tener objetivos comunes en medio de las diferencias. A los colombianos les hace falta entender que nadie es mejor que nadie.

La iglesia tiene que cambiar. Deben tener una liturgia más cercana a la gente pues no podemos seguir con ritos que no dicen nada. Se que hay cosas inmodificables pero otras se ha modificado en la historia. El celibato como disciplina obligatoria tiene que desaparecer, debe ser opcional, algunos querrán vida célibe. ¿Cuántos jóvenes perdemos porque Dios los llama pero la disciplina del celibato no les permite formar parte de la iglesia? También hay que revisar el tema moral. No soy nadie para decir esto porque no permanecí, pero no me importa.