| Foto: Ángela María

Vista Hermosa, Meta

Sustitución voluntaria: el nuevo despertar de Vista Hermosa

Tres historias sobre cómo y por qué campesinos del Meta decidieron abandonar el negocio de la coca y apostarle a la legalidad.

2 de julio de 2021

Los cultivos ilícitos y el problema de las drogas conlleva a la violencia. Es importante brindar alternativas para la sustitución voluntaria”, enfatiza Jaime Triana. Él es el coordinador territorial de Meta de la Dirección de Sustitución de Cultivos Ilícitos, uno de los departamentos que implementó el Programa Nacional Integral de Sustitución de Cultivos Ilícitos, PNIS. Esta iniciativa inició en el 2017 como resultado del punto 4 del Acuerdo de Paz firmado entre el Gobierno nacional y la extinta guerrilla de las Farc.Este es un modelo de sustitución participativo —cuenta Jaime—. Queremos demostrar que con voluntad y el acompañamiento del PNIS se pueden lograr las cosas”.

 

De acuerdo con cifras de la Dirección de Sustitución de Cultivos Ilícitos, en el sur del Meta hay 9.664 familias beneficiadas del Programa. 2.202 de ellas son de Vista Hermosa. SEMANA RURAL le cuenta cómo y por qué los campesinos de Vista Hermosa, uno de los siete municipios de Meta que hacen parte de esa iniciativa, decidieron apostarle a la legalidad.
 

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Marisol trabaja en su finca con ayuda de sus dos hijos. Decidió apostarle al cacao, un cultivo con bastante competitividad en la región. © Ángela María Agudelo Urrego

El cacao, los cítricos y la ganadería

Cuando había coca había mucha violencia —dice Marisol Rodríguez, una campesina de 38 años. Recuerda que el 2006 y el 2007 fueron dos de los años más violentos en la vereda Costa Rica, a media hora de la cabecera municipal—. Mataron a mucha gente inocente de parte y parte. A veces, veníamos a la finca y nos decían que venían los ‘paras’, y el caserío quedaba sin una persona”.

 

Marisol cuenta que, si vivían en la zona rural y visitaban la cabecera los tildaban de guerrilleros, y si hacían el recorrido a la inversa, eran paramilitares. Durante ese tiempo casi no salían, pues temían ser interceptados, pero aún así la guerra atacó su familia. Marisol recuerda con claridad la fecha en la que perdió a su primer esposo, Alcides: 22 de agosto de 2006. Su hijo Sebastián tenía unos dos años cuando lo asesinaron. Su hermano corrió con el mismo destino dos años atrás. “Él salía los fines de semana a San Juan o Granada, le gustaba trabajar, divertirse y salir a bailar o a tomar algo—recuerda Marisol. En ese momento, tenía 15 años—. Salió un fin de semana y nunca regresó. Tenía 17 años”.

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Marisol camina por su finca. Lo que antes eran tres hectáreas de coca, hoy son terreno de árboles frutales y cacao. © Ángela María Agudelo Urrego


Jaime, su hermano, trabajaba como raspachín de coca, y Marisol y Alcides trabajaban en los cultivos. No descarta que la muerte de sus familiares fuera por las salidas y la estigmatización hacia los campesinos. Eso, y la violencia que golpeó al municipio, fueron razones suficientes para que Marisol le apostara a la sustitución de los cultivos ilícitos desde hace un par de años. Antes, en su finca, tenía tres hectáreas de mata de coca que hoy reemplazó con algunos árboles de mandarina, naranja tangelo y valencia. A unos cuantos metros, hace dos años, sembró cacao, y a unos metros de la entrada de su finca, tiene un espacio para la ganadería. Marisol es una de las beneficiarias del PNIS y espera seguir trabajando para sacar adelante sus cultivos y a su familia.

 

Marisol trabaja en compañía de sus dos hijos, Sebastián y Freider, de 17 y 11 años, respectivamente. Cada dos o tres días, visita la finca y vigila las cosechas, fumiga cuando es necesario y recoge las frutas si están en óptimas condiciones. Con el cacao, espera el miércoles o el jueves de la semana de recolección para llevarlo a Vista Hermosa y venderlo; mientras que con los cítricos, organiza canastillas de unas 20 libras para venderlas entre $40.000 o $50.000 a compradores de otros lugares como Villavicencio, Granada o Acacías. El proyecto del PNIS nos ha ayudado a disminuir el miedo y la violencia —cuenta—. Que uno diga que sin coca no se puede vivir, no es cierto. Hay que tener paciencia y aprovechar las herramientas que nos brinda el programa”. 

 

Ahora, Marisol espera el presupuesto para su proyecto productivo, el de ganadería. El PNIS le entregó una lista para que seleccionara los implementos necesarios para llevarlo a cabo, como alambre de púas para las cercas, zinc, carretillas, abonos y motores. Sin coca también se puede vivir”, dice.

 


Farmer Gora: emprendimiento de jóvenes y resiliencia

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Farmer Gora es un emprendimiento familiar de los Góngora. La familia vive en Costa Rica, una vereda cercana a la cabecera municipal. © Maria Paula Varón

 

Adrian conoció la coca cuando apenas estaba en el colegio. La veía solo a mitad y a final de año, en las vacaciones, cuando trabajaba como raspachín. Lo hacía junto a sus cuatro hermanos y, por día, ganaba entre $10.000 y $15.000. Era una buena suma por jornada, pues debía ayudarle a su madre a solventar los gastos del hogar, pagar uno que otro pasaje de bus y costear los materiales del colegio. Por decisión de su madre, Adrián y sus hermanos estudiaron en Granada, un municipio cercano, pues integrantes de la guerrilla Farc los habían amenazado con el reclutamiento forzado.

 

Cuando estaba cursando el último año de bachillerato, Adrian decidió seguir el consejo de Mahatma Ghandi: “Sé el cambio que quieres ver en el mundo”. Se unió con uno de sus hermanos, Emerson, para iniciar un emprendimiento familiar: Farmer Gora, un nombre que escogieron en homenaje a los campesinos (por la traducción de la primera palabra al inglés) y a su primer apellido, y la imagen es don Humberto Góngora, abuelo de los dos hermanos.Nuestra filosofía es motivar e incentivar. No es solo pensar en nosotros sino en el campesino, en mejorar su calidad de vida, en valorar su trabajo y devolver la confianza en el campo”, dice Adrian. Farme Gora vende yogur natural y crema de maní artesanal, ambos productos ideales para acompañar almuerzos y postres.

 

Iniciaron en el 2016, en el mercado campesino de San Juan de Arama, otro de los municipios del sur del Meta. Esa vez, solo vendieron algunas chocolatinas y cuatro sabores de yogur. Al principio solo compramos la leche a los campesinos de acá, para convertirla en yogur— cuenta Adrián. Pero él y su hermano quisieron ayudar a más campesinos—. Mi idea era darle valor a la materia prima que se produce acá. Compré frutas que se dan en la región y quedaron los yogures de maracuyá, limón, mandarina, arazá, café, piña y otros sabores. Hoy, Farmer Gora es conocido en los municipios cercanos a la vereda Costa Rica, donde vive la familia Góngora. Venden la botella personal a $3.500 y el litro a $12.000, y aprovechan espacios como los mercados campesinos en Villavicencio o Vista Hermosa para viajar, cuando pueden.

 

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© Ángela María Agudelo Urrego


La producción dura tres días. En ese tiempo, Farmer Gora trata la leche y añade probióticos, refrigera, preparar la fruta en almíbar, mezcla para que el yogur sea más líquido, endulza y vuelve a refrigerar. Todo el proceso garantiza que esa bebida láctea llegue fresca a los mercados, tiendas y demás distribuidores en el departamento.

 

El siguiente paso, con el presupuesto que les entregará el PNIS, es continuar con el emprendimiento y adecuar la infraestructura, para cumplir con los requisitos del Invima y tener su propia planta de producción y procesamiento. Sentimos mucha tranquilidad al saber que ayudamos a otras personas y, al mismo tiempo, generamos un cambio positivo en nuestra comunidaddice Adrian—.  A los jóvenes les digo que crean en sí mismos, que si quieren ser el cambio es necesario que sean persistentes. En el campo está el futuro, y hay maneras de lograrlo trabajando con legalidad”.

 

 


 

Una apuesta por la tranquilidad

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Luz Heidy vive con su esposo y sus dos hijos, y junto a ellos se encarga del cuidado de su finca. Se considera víctima del conflicto armado, en específico de desplazamiento forzado. 
© Ángela María Agudelo Urrego

 

Luz Heidy Cárdenas tardó siete años en volver a su hogar, ubicado en la vereda El Palmar, en Vista Hermosa. Fue por los cultivos ilícitos —ella y su esposo cultivaron coca por ocho años en una parcela de tres hectáreas—. Nos tocó dejar lo mucho o poco que teníamos e irnos”. Estuvo fuera desde el 22 de febrero de 2002, huyó a Villavicencio y regresó hasta el 7 de mayo de 2011. Ese año, ella y su familia comenzaron desde cero. Madrugaron a ordeñar vacas, a conversar con los vecinos y a buscar una alternativa legal para vivir. Luz Heidy siguió la enseñanza de sus padres, fundadores de la vereda: el trabajo en el campo.

 

El programa del PNIS es muy bueno porque nos ha dado un buen cambio de vida. No tenemos millones como con la coca —admite que con los cultivos ilegales, cada 45 días podía ganar seis millones de pesos—, pero tenemos una vida muy tranquila y vivimos y trabajamos en la legalidad. Con los 12 millones de la asistencia alimentaria, Luz Heidy pagó los gastos de la casa, compró algunos medicamentos para la familia, pagó el estudio de sus hijos y adquirió algunas gallinas. Además, recibió semillas y una bomba para la fumigación de los cultivos. Luego, con el dinero de las huertas, creó la suya y allí cultiva yuca, pimentón, cúrcuma, pepino, poleo y la plata conocida como “acetaminofén”. Todos para el pancoger y el sustento de su familia.

 

Luz Heidy ya lleva siete años con el proyecto de las gallinas. Ella se encarga de comprarlas o de adquirir los pollitos, de cuidarlos durante los meses necesarios y de llevar la producción hasta las casas de sus vecinos o la cabecera municipal. Por ejemplo, en el caso de los pollitos, debe esperar unos cuatro meses para trabajar con ellos, y con las gallinas, de seis a siete meses para que pongan huevos. Son ocho meses de trabajo arduo para luego, volver a comprar y repetir el proceso.
 

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En su proyecto de gallinas, Luz cuenta con 24 animales. Cuando obtiene la producción, se acerca a las casas de sus vecinos o se dirige a la cabecera municipal para vender.
© Ángela María Agudelo Urrego


En esta vereda se ha visto el cambio. Podemos salir y entrar sin que nadie nos pregunte o moleste, podemos trabajar y dedicarnos a nuestros cultivos, cuenta Luz, quien también le pide al Gobierno que no se olviden de ellos y que mejoren las vías de acceso a las veredas, así podrían comercializar y transportar con mayor facilidad sus productos.

 

Hoy, con 39 años, Luz Heidy trabaja en la finca con la ayuda de su esposo y sus dos hijos, Marlon y Brandon Felipe. Su sueño es tener su propia tierra y continuar con sus proyectos productivos. No contempla volver al negocio de la coca, porque además de la tranquilidad que siente, piensa en sus dos hijos y en el futuro que pueden tener en el campo. Brandon continúa en el colegio y Marlon, por su parte, se inscribió al Sena para cursar un técnico en mecánica automotriz. En ese momento era lo único que podíamos hacer —recuerda Luz Heidy—. En cambio, ahora tenemos muchas más opciones. Podemos decir que no y trabajar en otro cultivo. Preferimos la paz y la legalidad”.