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Al momento de su captura en Brasil, Marquitos Figueroa se identificó con documentos venezolanos. Cuando escuchó el acento de uno de los policías colombianos que estuvo en el operativo aceptó que no podía mentir y reconoció ser el capo de La Guajira. | Foto: Archivo SEMANA

ORDEN PÚBLICO

La Guajira respira con la captura de Marquitos

La captura en Brasil de Marquitos Figueroa es el comienzo del fin del imperio del terror.

25 de octubre de 2014

En La Guajira y gran parte  del norte de Colombia el nombre de Marquitos Figueroa era ampliamente conocido desde hace varios años. A sangre y fuego pasó en la última década de ser escolta y sicario de narcos en la costa a ser el jefe de un imperio criminal de grandes proporciones. Narcotráfico, robo de gasolina, extorsiones y tráfico de armas eran tan solo algunos de los millonarios negocios ilegales que estaban bajo el absoluto control de Figueroa.

Desplazamientos forzados de poblaciones enteras y más de medio centenar de asesinatos fueron la huella que imprimió en esa zona del país. Ninguna actividad ilegal o legal escapaba a su control. Y aquellos que osaban cuestionarlo, o no obedecían sus órdenes, sencillamente entraban a engrosar la larga lista de sus víctimas. En medio de la impunidad  duró años sin que la mano del Estado siquiera lo rozara. Su poder llegó a ser tal que se enfrentó a los dos jefes paramilitares más fuertes del norte del país, Hernán Giraldo y ‘Jorge 40’, por la disputa de las rutas de cocaína en la Sierra Nevada y la costa. Llegó incluso a ingresar a la oficina de la esposa de este último, ponerle una pistola en la cabeza y obligarla a llamar al temido jefe del bloque norte de las autodefensas para dejarle en claro quién tenía el poder.

El año pasado su nombre dejó de ser el de un desconocido capo asesino que mandaba desde los desiertos y rancherías de La Guajira, y el país entero empezó a conocer la dimensión de su poder. La razón por la que dejó el anonimato criminal tuvo que ver con las denuncias que cobraron relevancia nacional contra el entonces  gobernador de La Guajira Francisco ‘Kiko’ Gómez. Lo que era un secreto a voces en el desierto se transformó en un escándalo nacional. Gómez fue arrestado y se descubrió que junto a Figueroa, quien había sido escolta suyo en el pasado, estarían involucrados en asesinatos, entre otros delitos. En poco tiempo el país conoció el extenso prontuario de Figueroa y quedó en evidencia su amplio poder para corromper y comprar lealtades entre las autoridades. Muestra de ello es que sorprendentemente varias fiscalías locales cancelaron inexplicablemente las seis investigaciones y órdenes de captura que tenía por diversos delitos, incluido homicidio.

Comienza la cacería

Para mediados del año pasado Figueroa dejó de ser un fantasma y por orden del gobierno nacional fue incluido en la lista de los delincuentes más buscados del país. Se ofrecía una recompensa de 350 millones de pesos y era el segundo hombre más perseguido, detrás de alias Otoniel, jefe de la banda criminal Los Urabeños o Clan Úsuga. Esa bacrim intentó enfrentarse a Figueroa para apoderarse del control de rutas de narcotráfico y gasolina ilegal desde Venezuela. Sin embargo salió derrotada y decidió  unírsele para  formar una alianza temible. El poder de Figueroa crecía sin cesar.

Las autoridades lanzaron no pocas operaciones para atrapar a Figueroa. Sin embargo, la amplia red de corrupción que tenía a su servicio, sumada al hecho de que contaba con la protección, por convicción o miedo, de un sector de la comunidad wayúu, de la cual hace parte, frustraban las acciones en su contra.

En junio del año pasado la dirección de inteligencia de la Policía (Dipol) y la Dirección de Policía Judicial e Interpol (Dijín) decidieron cambiar la estrategia para cazar a Figueroa. El principal reto tenía que ver con que no se trataba de una banda criminal cualquiera. Era lo que los expertos denominan una “organización de sangre”, mucho más cerrada y difícil de infiltrar ya que todos los integrantes son familiares cercanos. A lo cual se sumaba que las familias guajiras y las wayúu son, por razones culturales, extremadamente unidas.

El primer paso del grupo especial de la Dipol fue seleccionar a dos de sus hombres más experimentados oriundos de la zona. Por trabajos previos de inteligencia sabían que Figueroa usaba parqueaderos en Riohacha y otros municipios de La Guajira para esconder allí los carrotanques cargados con gasolina de contrabando que traían desde Venezuela. Los agentes de la Dipol lograron conseguir inicialmente trabajo como cuidadores de los parqueaderos. Lentamente allí comenzaron a ganarse la confianza de algunos de los hombres de Figueroa. Con el paso de las semanas a los infiltrados les fueron encomendadas otras labores. Entre esas realizar mandados, conducir o acompañar a la esposa de Figueroa.

Con el paso del tiempo los infiltrados descubrieron que Figueroa no tenía una sino ocho esposas, con las cuales tenía un total de 25 hijos, el último de los cuales con una de sus cuñadas. Una de ellas, conocida como la Negra, era la encargada de girarles dinero a las otras mujeres para su mantenimiento y el de sus hijos. Algunas vivían en Riohacha y otros municipios cercanos. Otras en Valledupar y Bucaramanga. Con ese descubrimiento, la Dipol en Bogotá ordenó enviar 15 agentes encubiertos más para vigilar a cada una de esas mujeres y sus hijos, algunos de los cuales estudiaban en reconocidas universidades. La esperanza era que Figueroa se comunicara con algunas de ellas y así poder seguir la pista para capturarlo. Usando fachadas de indigentes, vendedores ambulantes, conductores de mototaxis, los hombres de la Dipol no le perdían rastro a la familia del capo.

Las semanas fueron pasando y poco se sabía de Figueroa. Desde la clandestinidad y en una hábil estrategia el capo guajiro hacía que los miembros de su grupo difundieran información falsa que indicara que estaba en Fonseca, Riohacha, Valledupar o incluso que se había entregado a autoridades estadounidenses en Panamá. Todo con el fin de desviar la atención de las autoridades. Muchas personas aseguraban haberlo visto en algún lado. Incluso varios medios de comunicación y periodistas independientes  publicaron notas afirmando que Figueroa se movía como pez en el agua en cualquier ciudad de la costa.

El paciente trabajo de uno de los infiltrados de la Dipol dio un primer gran indicio a finales del año pasado. El hombre se había ganado la confianza de la última de las mujeres de Figueroa y se convirtió en su chofer personal. En un descuido de ella pudo tener acceso a su celular y allí encontró una fotografía de Figueroa. Era la primera imagen reciente que se conocía del capo. También consiguió varios números celulares, entre ellos uno muy extraño. Inicialmente los investigadores creyeron que se podría tratar de un celular en Venezuela. La sospecha tenía cierta lógica pues con mucha frecuencia una de las mujeres de Figueroa cruzaba la frontera y viajaba hacia Maracaibo.

La Dipol se comunicó con sus colegas de la Organización Nacional Antidrogas de Venezuela (ONA) y pidió su ayuda para que los venezolanos realizaran seguimientos y labores de investigación en su territorio. A los pocos días miembros de ONA se comunicaron e informaron que el número celular era de Brasil y que habían seguido a la mujer de Figueroa a quien un hombre siempre recogía en Maracaibo, el cual la dejaba en un bus que recorría toda Venezuela hasta cruzar la frontera con Brasil. Los hombres de la Dipol reclutaron  al hombre del carro y lo convirtieron en su informante.

El comienzo del fin

El hombre del carro comenzó a entregar valiosa información a la Dipol. Él no solo transportaba a su mujer sino que adicionalmente era el conductor de confianza de varios de los lugartenientes más importantes de Figueroa, que viajaban desde La Guajira a encontrarse con el capo.

Desde Bogotá, la Dipol se comunicó con sus pares del grupo de inteligencia contra el narcotráfico de la Policía Federal de Brasil. Solicitaron ayuda para localizar la ubicación del número celular que tenían. A los pocos días las autoridades brasileñas informaron que se trataba de un teléfono que estaba en la ciudad de Boa Vista, estado de Roraima, cerca a la frontera con Venezuela. Por medio de controles satelitales la Dipol logró ubicar las coordenadas exactas de la casa en donde reportaba ese número. Aunque el teléfono estaba encendido, prácticamente desde ese número no se hacían llamadas. La única que registraron los analistas era justamente con una de las mujeres de Figueroa.

Todas estas pistas indicaban que el capo estaba en Brasil pero no había certeza absoluta de que así fuera. Los infiltrados continuaron su paciente labor de vigilar a todas las ocho esposas. A comienzos de septiembre descubrieron que la más joven, de 25 años de edad, estaba planeando un viaje. Ingresó a territorio venezolano y con la ayuda de ONA lograron determinar que iba rumbo a Brasil. En coordinación con las autoridades brasileñas, dos hombres de la Dipol y otro más de la Dijín viajaron a Sao Paulo para planear la operación con los locales. Se desplazaron hasta Boa Vista y con permiso de las autoridades de ese país los policías colombianos se disfrazaron de indigentes para acercarse a la lujosa casa en donde creían que estaba Figueroa.

Durante tres semanas rondaron el lugar pero no veían al capo. Sin embargo, sí lograron identificar a un hombre que entraba y salía constantemente de la vivienda. Se trataba de Milton Alejandro Figueroa, alias Norte, sobrino y tercero al mando del grupo criminal.

El sábado 18 de octubre los infiltrados de Dipol y Dijín en Boa Vista vieron entrar a la casa a la última de las mujeres de Figueroa. Para los policías era claro que efectivamente el capo se encontraba en el sitio.

Junto a los brasileños esperaron cuatro días a que el capo saliera para arrestarlo. El miércoles de la semana pasada vieron a la mujer salir de compras hacia las 2 de la tarde. Entonces optaron por allanar la casa. El grupo de asalto de la Policía brasileña entró primero y encontró a Figueroa en una de las habitaciones junto a su sobrino. Inicialmente se identificó con documentos venezolanos y negó su identidad. Sin embargo, al escuchar el acento de los policías colombianos entendió que estaba perdido.
 
Con cara de sorpresa aceptó ser Figueroa. Fue esposado y trasladado a Sao Pablo desde donde será deportado a Colombia en los próximos días.

A la paciente labor de los infiltrados se sumó otra no menos importante. Durante todo este año un grupo especial de la Dijín se dedicó a reconstruir minuciosamente los seis procesos judiciales, y otros más que Figueroa tenía en Colombia. No era un asunto menor pues esas pruebas recaudadas por la Dijín evitarán que salga de la cárcel y serán fundamentales en otros casos. Uno de ellos es el del cantante vallenato Jorge Oñate, vinculado al grupo de Figueroa, y actualmente investigado por homicidio.

La operación que terminó con la captura de Figueroa sin duda alguna es el golpe más grande y contundente contra este hombre y su organización, que se habían transformado en el terror de La Guajira. Una región que ahora puede empezar a respirar en paz.

Vea un video de la llegada de Marquitos Figueroa a Sao Paulo.

Vea un video de los hombres de Marquitos Figueroa en Colombia.

Escuche audios relacionados con su captura en estos enlaces: uno, dos, tres.