Actualmente hay un nuevo modelo de inversiones conocido como 'impact investing', el cual busca lograr impacto social, ambiental y además, conseguir un retorno económico. | Foto: Archivo Semana

Banca de inversión

Invertir verde también rinde

Grandes empresas han empezado a aplicar acciones para mejorar entornos sociales y ambientales y ser más competitivos*

Luis Gallo y Virgilio Barco
18 de diciembre de 2012

En años recientes ha habido una incipiente convergencia entre el sector social y el sector de negocios. Algunas
entidades sin ánimo de lucro han comenzado a explorar y desarrollar modelos de negocios sostenibles
que les permitan reducir su dependencia de financiación mediante donaciones.

Emprendedores sociales han empezado a desarrollar ‘negocios’ que generan impacto social y ambiental y que, a la vez, arrojan un retorno económico. Grandes empresas han iniciado a incorporar el principio de ‘valor compartido’, formulado por Michael Porter, que plantea que tomar acciones para mejorar los entornos social y
ambiental está estrechamente ligado con la competitividad de largo plazo y la rentabilidad de las compañías. Igualmente muchas de ellas han descubierto que atender segmentos de la base de la pirámide mediante el desarrollo de negocios inclusivos u ofertas de productos y servicios adaptados a estas poblaciones permite tener impacto social y generar ingresos importantes.

También ha habido cambios importantes en la forma como se financian proyectos sociales. Un país como Colombia, clasificado como de ingresos medios, accede cada vez menos a recursos de cooperación internacional.

Así mismo, la crisis económica en mercados desarrollados ha reducido considerablemente la disponibilidad de recursos de donación de fuentes privadas. Algunos donantes, especialmente personas no están satisfechas
con el modelo tradicional de filantropía en el que acumulan riqueza y luego la reparten al final de su vida
productiva: estos nuevos filántropos buscan tener un mayor impacto social o ambiental durante su vida y desean tener una participación activa en la asignación, la inversión y el seguimiento de sus donaciones.

Finalmente, algunas fundaciones privadas empiezan a cambiar el modelo tradicional de financiamiento en el que ponen sus fondos patrimoniales a rendir en el mercado de capitales tradicional y luego reparten los
rendimientos como donaciones, por un modelo en el que parte de sus fondos matrimoniales se invierte en empresas o proyectos que generan impactos social y ambiental y que están más alineadas con su misión social.

Como resultado ha surgido una nueva clase de inversiones conocida como inversión social rentable o impact investing, en inglés. El objetivo principal de este tipo de inversión es lograr impacto social y ambiental y,
además, lograr un retorno económico atractivo. En algunos casos, estos inversionistas se contentan con simplemente recuperar su inversión. En otros, están dispuestos a recibir un retorno por debajo de mercado con tal de aumentar los impactos social o ambiental de la inversión. Y otros inversionistas, quizá más sofisticados, buscan maximizar los impactos social y ambiental y logran a la vez tasas de retorno atractivas.

Un ejemplo de inversionistas que tienen un claro enfoque en lo social y lo ambiental es el Fondo Acumen, cuya fundadora y directora, Jacqueline Novogratz, estuvo recientemente en Colombia para participar en el Foro de Innovación Social. Acumen ofrece lo que denomina ‘capital paciente’ a empresarios sociales en sectores tales como energía renovable, salud, educación y vivienda, principalmente en Asia del Sur y África, sin esperar
un retorno en el corto plazo.

Acumen está estructurado como una entidad sin ánimo de lucro y reinvierte todos sus excedentes. Del otro lado del espectro está Ignia, un fondo de 250 millones de dólares que se creó con parte del producto de la venta del Banco Compartamos, una entidad microfinanciera en México cuya oferta pública inicial valoró la institución en 467 millones de dólares. Ignia invierte en empresas sociales de vivienda, salud, tecnología,
agricultura, servicios financieros y agua, y espera retornos similares o superiores a las tasas de mercado.

En Colombia, el Fondo Inversor, constituido por inversionistas privados y entidades sociales – tales como la Fundación Saldarriaga Concha, Fundación Sociedades Bolívar y otros aportantes similares–, invierte en proyectos y empresas sociales y ambientales buscando retornos de mercado. Según el banco JP Morgan y el Monitor Institute, el mercado potencial para inversiones de impacto en la próxima década es de 500.000 millones de dólares1, lo cual equivale solo al 1 por ciento de fondos globales administrados.

A pesar del creciente interés que hay en este tipo de inversiones, para llegar a esa cifra existen varios retos.
El primero de ellos es aumentar la demanda por este tipo de recursos. Hoy hay más dinero disponible en fondos de inversión de impacto, que oportunidades de inversión. Una razón es la pequeña escala de muchas empresas con vocación social y ambiental.  

Otro reto importante es medir los impactos social y ambiental. En el caso de inversiones tradicionales, existen conceptos plenamente aceptados por inversionistas para evaluar el desempeño de sus inversiones,tales como tasa interna de retorno, valor presente de los flujos o volatilidad de un activo financiero. En el caso de inversiones sociales y ambientales rentables, no existen estos conceptos y, por consiguiente, los inversionistas no tienen claridad acerca del impacto que están generando. Hay varios sistemas de medición en desarrollo, así  como uno nuevo de certificación de empresas con impacto social.

Finalmente, para que grandes inversionistas institucionales tales como empresas de seguros o fondos de pensiones accedan a estas inversiones, se requiere una trayectoria comprobada de inversiones de impacto de tamaño importante. Cuando se logre vencer estos obstáculos, se podrá hablar de una nueva clase de activos distinta pero complementaria a renta variable, renta fija o instrumentos alternativos tales como los hedge funds.

En el futuro, grandes inversionistas asignarán un porcentaje de sus activos bajo administración a inversiones de impacto con el objetivo primordial de maximizar los retornos sociales y ambientales y con el entendimiento claro de que el retorno esperado será o no diferente al de otras clases de inversiones. La inversión de impacto nunca será un sustituto para la acción gubernamental, ni remplazará la acción social. Sin embargo, en la medida en que logre canalizar recursos privados cuantiosos para resolver retos sociales y ambientales, se puede convertir en un motor importante para los cambios sociales y ambientales que el mundo tanto necesita.

* Este artículo fue publicado en la edición de mayo de Semana Sostenible.