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El francés Rod Paradot interpreta a Malony.

En salas del país

Relaciones violentas

La brutalidad y el desespero de un adolescente marginado es el punto de partida de ‘Con la frente en alto’, la nueva película de la francesa Emmanuelle Bercot, encargada de inaugurar el pasado festival de Cannes.

Christopher Tibble
2 de octubre de 2015

El ambiente burocrático resulta asfixiante. La oficina de la jueza, el constante tecleo de su asistente, la mirada indiferente del abogado. El tedioso y desangelado recinto desde donde la magistrada despacha sus veredictos sobre la custodia y cuidado de menores de edad violentos genera cierta claustrofobia. Quizás se deba a que gran parte de Con la frente en alto (La tête haute), la más reciente cinta de Emmanuelle Bercot, transcurre en ese despacho. Pero quizá es porque aquel cuartito continuamente recuerda tanto a los personajes como a los espectadores que el destino de Malony, el protagonista, parece inevitable.

Esta película hace parte del Festival del Cine Francés, así como Diario de una camarera.

Primero de niño, y luego en sendas ocasiones durante su adolescencia, Malony se ve obligado a comparecer ante la jueza a causa de su conducta violenta. Sufre de repentinos episodios agresivos: controlado por una fuerza superior, explota desquiciado, lastimando a quienquiera que lo rodee, desde un compañero en un centro de detención juvenil hasta una mujer embarazada. Así, Con la frente en alto retrata la difícil vida de Malony: la relación con su madre desempleada, quien lo tuvo de adolescente, su paso por varios centros, así como su primer amor, tan crudo y difícil como el resto de la cinta.

La película de Bercot, al igual que otras películas francesas como La clase (Palma de Oro en 2008), muestra la peor cara de la juventud francesa, que parece dominada por un multiculturalismo fragmentado y, ante todo, agresivo. Ver Con la frente en alto, encargada de inaugurar la más reciente edición del Festival de Cannes, resulta una experiencia tortuosa. No busca enaltecer los posibles vínculos entre árabes y franceses blancos, al estilo de la popular Amigos intocables (2011), ni tampoco parece querer plasmar una violencia estética como la de Mommy (2014). La cinta más bien presenta sin filtros la situación de una familia de bajos ingresos, abatida por la violencia y el desespero. No muestra la violencia como un preludio a la superación. Tampoco hace de la agresividad una metáfora de coraje. La película resalta a la violencia como punto de partida y como consecuencia. Como inicio y también como fin.

Incluso los actos de altruismo del protagonista, o por lo menos de bondad, que se sienten necesarios para darle a la obra un resquicio de luz, son seguidos por la misma brutalidad. Malony evoluciona, es verdad, y también se enamora, pero la película se despide con cierta ambigüedad, o más bien con un sentimiento de malestar: es probable que la situación no vaya a mejorar. Y eso hace de Con la frente en alto una obra digna de ser vista. Pues la convierte en una cinta más terrenal que teatral. A pesar de por momentos mostrarse como una buena persona, Malony carga una monstruosidad interna que ni se intenta explicar y que lo convierte al mismo tiempo en víctima y victimario.

También cabe destacar que ver a Catherine Deneuve (la jueza) sentada en ese frío despacho resulta al mismo tiempo extraño y fascínate: es ver a la niña dorada de la Nouvelle vague, la misma que cantaba y bailaba en el idílico pueblo costero en Los paraguas de Cherburgo (1964), convertida en una burócrata de facciones tensas, dedicada a resolver casos de maltrato infantil y delincuentes juveniles en una Francia que parece muy lejana a la retratada en los musicales de Jacques Demy.