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David Foenkinos (28 de octubre de 1974) es, además de escritor, músico de jazz.

Reseña

El síndrome del autor fantasma

El francés David Foenkinos, autor de 'La delicadeza' y 'Charlotte', dos grandes éxitos en ventas, publicó hace poco su última novela, 'La biblioteca de los libros rechazados' (Alfaguara, 2017): un thriller romántico sobre el misterio de un manuscrito de una obra maestra rechazada por las editoriales.

Ángel Castaño Guzmán
7 de julio de 2017

¿Y si la pintura exhibida detrás de un vidrio blindado –motivo de orgullo del director del museo y de las autoridades locales– no fuera el fruto del combate cuerpo a cuerpo del artista famoso con los colores y las formas sino –pongamos– la tarea de un audaz aprendiz? ¿Y si el verso pegado con cinta adhesiva en las ventanillas de la buseta en efecto fuera del célebre poeta a pesar del no rotundo de los críticos y de los custodios del legado? Como en la vida misma, en la literatura la gloria es a veces un juguetón malentendido, a veces un molesto acertijo. ¿Quién se esconde tras las bambalinas del fenómeno editorial del momento –aquel que rompe récords de ventas y deja con la boca abierta a los comentaristas y demás miembros de la república letrada–: el pizzero bretón Henri Pick o algún literato hambriento de nombradía? ¿Acaso el efecto estético de una obra depende del nombre del autor? ¿Qué importa en un libro, un filme, una sinfonía: las luces proyectadas sobre la naturaleza humana o la identidad de su artífice? Con estas y otras cuestiones el escritor francés David Foenkinos borda la trama de La biblioteca de los libros rechazados, una novela bien balanceada: tiene las dosis justas de humor, chispa verbal, intriga y ternura.

Dividida en nueve partes y un epílogo, La biblioteca de los libros rechazados compone una sugestiva galería de personajes vinculados con el mundo de las letras: la entusiasta y atractiva editora junior dueña de un olfato envidiable, el ficcionista cuya carrera se estanca nada más empezar, el bibliotecario culto y excéntrico, el pontífice literario venido a menos. Ellos orbitan alrededor de una fantástica empresa: la de dar asilo en la biblioteca de Crozon a obras repudiadas por las editoriales. Desde luego, la idea reverdece con prisa y el hasta entonces anodino pueblo se convierte en punto de peregrinaje de cientos de tristes geniecillos. Allá, acumulando polvo y bajo el dominio territorial de las polillas, la editora encuentra el manuscrito de una novela formidable, junto a los diarios de amas de casa, compendios de recetas culinarias y poemarios estrambóticos. Al husmear un poco se da de bruces con algo insólito: al parecer el autor de semejante prodigio es el simplón pizzero local, fallecido un par de años atrás. Como es lógico, el libro, después de la adecuada campaña publicitaria, conquista el Everest de los más vendidos descrestando a su paso a tirios y troyanos. La prensa cultural muerde con gusto el anzuelo, salvo un crítico literario a quien una pieza del rompecabezas no le encaja.

A lo mejor los historiadores del futuro encontrarán interesantes pistas del alma de nuestra sociedad en los best-sellers que consumimos con apetito. Talvez las sagas de vampiros adolescentes, de licántropos hípsters y de chicas rescatadas del tedio de la vida por millonarios adictos a los látigos y a las esposas, sean geiseres de nuestra consciencia colectiva, sucedáneos pop de las mitologías ancestrales. No lo sé. Basta por ahora sentarse en el sillón y disfrutar de la inteligente prosa de Foenkinos –ojo con los deliciosos pies de página–, un narrador que atavía sus preocupaciones intelectuales con los ropajes de la comedia ligera e ingeniosa. Al concluir la lectura, tendrá usted –a mí me pasó– una sonrisa dibujada en la cara y algunas cosas para cavilar.