Por Gonzalo Mallarino*

Una vez tuve que viajar por tierra entre Zúrich y Berna, unos 120 kilómetros. Iba a hablar de mis novelas en algunas ciudades suizas. Atardecía cuando aterrizamos, anochecía cuando cogimos carretera. Claudia Turbay, inteligente, dulce, a la sazón embajadora en aquel país civilizado y silencioso, había enviado un auto de la embajada a recogernos.

Yo esperaba tremenda carretera. ¡Pues no! Era apenas una vía en buenas condiciones, de dos carriles en algunos tramos, de un carril en otros. Siempre bien conservada, aceptablemente iluminada.

¿Cómo puede ser?, pregunté, ¿por qué no hay una autopista despampanante como en Estados Unidos o en Alemania o en Francia? Y la respuesta me sorprendió: porque no nos interesa que la gente viaje en automóvil. Para eso tenemos los trenes. La red ferroviaria suiza es quizás la mejor del mundo. Después me explicaron también por qué no se gastaba tanta plata en postes e iluminación, porque la energía había que cuidarla como oro. Y cuando pregunté qué eran unos ductos o túneles que se veían cada tanto, que atravesaban la carretera por debajo, me explicaron que a lado y lado, aunque yo no los viera muy bien, había bosques inmensos, y los ductos eran para que los animalitos pudieran atravesar sin correr peligro de que los cogieran los carros.

Así es la cosa. La civilización. Nosotros destruimos nuestros ferrocarriles, nuestros ríos, y estamos haciendo lo posible por degradar nuestros mares. Casi todo el transporte de personas y de carga se hace por carretera. Y es costoso y peligroso, dada la geografía colombiana. Aunque no es que Suiza sea propiamente plana, ¿no?

Así es. Me da dolor y vergüenza pensar en lo que costó el túnel de La Línea, las décadas que tomó hacerlo, y el hecho inconcebible de que sea solo de una vía. Me da dolor la placa inmensa que se puso el Gobierno, su pirámide para la historia, vanagloriándose. Qué tristeza.

Pero bueno. Aquí he echado ajos al Estado colombiano también, por no hacer, en más de un siglo de promesas, una carretera segura y moderna para ir al llano. Y he llorado de emoción describiendo la Ruta del Sol, que es de una belleza admirable. Unas son de cal y otras de arena. Sé que durante la pandemia los conductores de los camiones y tractomulas no han parado. Por eso hemos tenido lechugas y acelgas y carne y leche y pan en la mesa. Gracias a nuestro campo, primero, y segundo, a esos tipos rudos, panzones las más de las veces, que se juegan y se ganan la vida detrás de la cabrilla.

Vamos a ver qué pasa con las vías de 4G y 5G. Parecen buena idea. No queda otra alternativa. Suiza no siguió esa ruta, ya lo vimos, pero ese parece ser nuestro norte.

Al regreso, de Berna a Zúrich, ya me vine en tren.

*Escritor

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