Mientras en distintos países del hemisferio occidental se le está diciendo adiós al tapabocas y la pandemia entra en una nueva fase, con menos contagios y fallecimientos, China –uno de los motores de la economía global– vive una especie de déjà vu. Sus medidas, hoy, recuerdan las que se adoptaron al inicio de la covid-19. El número de infecciones, de la mano de nuevos brotes, independiente de su tamaño, es enfrentada por el Gobierno chino con lo que se conoce como la estrategia covid cero. Esto significa que, para atender esta emergencia, China ha optado por medidas draconianas que incluyen cuarentenas obligatorias y aislar en sitios específicos a contagiados. Incluso, llegando a separar a los niños de sus familias y a sacrificar mascotas, situaciones que han despertado inconformismo en la población.

Las restricciones dejaron vacías las calles de ciudades chinas por los cierres parciales o totales en los últimos meses. El más significativo de ellos fue Shanghái, uno de los principales centros económicos y productivos de ese país. Los 25 millones de habitantes de la ciudad han estado en su mayoría confinados en sus casas el último mes.

Por si fuera poco, Beijing también ha sido epicentro del aumento de casos y podría correr la misma suerte de Shanghái. Con más de 20 millones de habitantes, podría terminar bloqueada.

Pero además de afectar la normalidad en la vida de los chinos, la decisión ha perturbado la producción y la operación logística del que se considera el mayor proveedor global, desde manufacturas, hasta chips y equipos de tecnología. Las cadenas de abastecimiento se han interrumpido, dejando bienes acumulados en el puerto de Shanghái, uno de los de mayor movimiento en el mundo.

Durante el fin de semana del primero de mayo, se conocieron resultados de los índices PMI chinos –que incluye encuestas mensuales del sector productivo–. Ellos mostraron que tanto las industrias manufactureras como las de servicios cayeron en abril, como resultado de la política de covid cero de Xi Jinping. El índice PMI de manufacturas cayó a 46 y el de servicios a 41,9, muy por debajo de lo esperado (48) y del nivel que marca crecimiento o contracción (50), mientras las autoridades reconocían que “el declive en la producción y la demanda han aumentado”, como mencionó en un comunicado la Oficina Nacional de Estadística.

Mientras las calles de muchas ciudades chinas están desoladas y parecen pueblos fantasma, el mayor tráfico y la congestión se está viviendo en las bahías de sus puertos, donde el trancón de barcos ha sido gigantesco.

Trabajadores andan en bicicleta en una calle en medio de un brote de enfermedad por coronavirus (COVID-19), durante el feriado del Día del Trabajo en Shanghái, China, 30 de abril de 2022. Foto REUTERS/Brenda Goh | Foto: REUTERS

La crisis de los contenedores, que se registró el año pasado, se ha profundizado por estos días. Según un informe de Bloomberg, citando como fuente al agente de carga Flexport Inc., de San Francisco, los productos aún tardan un promedio de 111 días en llegar a un almacén en Estados Unidos, a partir del instante en que están listos para salir de una fábrica china. Esta cifra se acerca al mayor número de días que se han requerido para esa operación, cuyo récord se dio en enero pasado y que fue de 113. El transporte al oeste de Europa dura más tiempo, casi 118 días.

Antes de que los contenedores en el puerto de Shanghái sean recogidos por un camión, se demoran en promedio 12,1 días. Ese registro fue de abril y casi triplica el de marzo, agrega el informe de Bloomberg.

Las alarmas sobre el impacto económico de la estrategia de covid cero movieron los mercados y el índice bursátil de referencia CSI 300 cerró a principios de esta semana, en su nivel más bajo en dos años, mientras que el yuan –la moneda china– registró su nivel más débil en 17 meses. Los riesgos de salidas de capital también preocupan, en medio de la decisión de la Reserva Federal de Estados Unidos de subir las tasas de interés para enfrentar una inflación galopante, en contraste con las políticas de relajación monetaria en China.

Entre tanto, la calificadora Fitch llevó a la baja su proyección de crecimiento de China para este año y pasó de 4,8 por ciento a 4,3 por ciento. Para 2023, el cálculo se redujo de 5,5 a 5,2 por ciento.

La situación en China ha generado la inquietud de que pueda arrastrar a la economía global a una desaceleración profunda y rápida, pues se suma a otros factores.

La invasión de Rusia a Ucrania también ha puesto contra las cuerdas a la economía, ha disparado los precios de alimentos y energéticos, impulsando la inflación y ajustando las expectativas de crecimiento a la baja. Muchos analistas hablan de una estanflación, es decir, crecimientos mínimos, pero altas inflaciones o –incluso– de una posible recesión.

Los pobres resultados de Estados Unidos en el primer trimestre de este año parecerían confirmar la tendencia: su economía cayó 1,4 por ciento anual en el primer trimestre de 2022. La cifra no estaba en las cuentas del más pesimista porque se esperaba un leve aumento para esos meses, más aún cuando en el último trimestre de 2021 la economía creció 6,9 por ciento.

¿Qué viene?

Para Javier Díaz, presidente de Analdex, el panorama es hoy más complejo. “Esperábamos que el segundo semestre de este año fuera más tranquilo, pero con el tema de la guerra en Ucrania y ahora con el cierre de China, esa posibilidad no se ve”, advierte, y no solo en materia logística, sino también de producción. “Vamos a seguir con los líos porque China, en buena medida, es el taller del mundo. La afectación no solo será en la parte logística, sino en la producción en general”, agrega.

Javir Díaz, presidente de Analdex. | Foto: Esteban Vega La-Rotta / Publicaciones Semana

La situación en China puede derivar en dos frentes: el primero, que las circunstancias en las que la inflación global ha venido creciendo se mantengan más como una condición de estructura que de coyuntura. Y el segundo, que con los cierres se afecte su crecimiento y haya un menor consumo de commodities que se envían desde América Latina –carbón, petróleo, algunos alimentos y otros minerales–. Hoy por hoy, los países que tienen productos básicos disfrutan de precios favorables que ayudan a sus cuentas fiscales. La pregunta es hasta dónde pueden llegar ante una desaceleración china.

El cierre en China y la guerra en Ucrania están cambiando el mapa de la globalización. Como advierte Martín Gustavo Ibarra, socio de la firma Araújo Ibarra, “aunque no son compatibles los modelos políticos, dependen de las materias primas de unos y otros. Europa requiere el gas de Rusia; América Latina, los fertilizantes de Ucrania y todos dependemos de los chips de China”, señala. Es decir, la guerra adiciona un elemento político: los países desarrollados empiezan a cuestionar su dependencia de naciones que no están alineadas ideológica y políticamente con ellos. Y el conflicto dejó en evidencia la amenaza sobre la proveeduría. Ibarra recuerda que hace cerca de un año, el presidente Joe Biden expidió una orden para comprar elementos estratégicos –chips, pilas para baterías de carros eléctricos, minerales raros, productos farmacéuticos– a países amigos. “Es decir, la amistad como común denominador del nuevo orden internacional en la identificación del modelo geopolítico”, agrega el analista.

Este panorama, unido al aumento de fletes y a la falta de confiabilidad de los proveedores lejanos, está impulsando a las cadenas regionales de valor y replanteando la geopolítica del comercio. Mientras el 58 por ciento del comercio de la Unión Europea es intrarregional y el 48 por ciento del nuevo acuerdo asiático también lo es entre los países de esa zona, Estados Unidos solo hace el 21 por ciento de sus compras a América Latina. “Estamos desintegrados comercialmente tanto América Latina entre sí como con Estados Unidos”, explica Ibarra, y agrega: “Eso supone repensar, mediante la integración de las normas de origen, cómo duplicamos ese porcentaje en la región. Cómo esa América Latina que hoy tiene la mitad del per cápita mundial de exportaciones llega a ese promedio; cómo negocios que no existían acá, porque existían allá, ya van a existir acá”.

Varias iniciativas, aún en borrador, se empiezan a abrir. Por ejemplo, una nueva fábrica de fertilizantes en Colombia. Además, el desarrollo de lo que llaman los expertos la transformación de la nueva geografía energética en el replanteamiento de la localización. Antes, si el petróleo y el carbón se exportaban para producir, por ejemplo, en China, ahora –dice Ibarra– cuando se habla de energía solar o eólica “esa energía no viaja y se tienen que llevar los centros de producción a donde esté la energía”. Esto significa reubicaciones de plantas y producción más cercana.

Pero si hay un cambio en el modelo y la visión comercial del país, ¿se podrá aprovechar estas nuevas oportunidades? Como le explicó a SEMANA un analista, que pidió reserva de su nombre, el debate en víspera de las elecciones presidenciales ha despertado –en campañas como la del candidato del Pacto Histórico, Gustavo Petro– planteamientos como aumentar aranceles, proteger producción local y cerrar mercados. “Si cerramos las puertas para importar materias primas e insumos para fabricar y exportar, no vamos a ser competitivos. Esas oportunidades se pierden. Los países que han logrado insertarse en esas cadenas de valor importan mucho, producen y exportan. Y aquí esas tesis lo que dicen es que importar es malo y exportar es bueno. Y eso no es así”.