La independencia estuvo precedida por inconformidades que venían incubándose desde décadas atrás. Pero una vez se presenta la crisis que surge en la península en 1808, se va a justificar la separación de España con las ideas provenientes del pensamiento revolucionario europeo. Sin embargo, no hay que olvidar que el resentimiento por los excesos fiscales españoles ya se había expresado en diversos estamentos de la sociedad. La vida política colonial estaba lejos de ser un remanso de paz. La lucha de los esclavos por su libertad, así como las revueltas indígenas y la insurrección de los comuneros, en 1781, fueron antecedentes que hicieron del siglo XVIII un momento convulso y una advertencia de que el orden social se mantenía en un frágil equilibrio. Los comerciantes se resentían del monopolio comercial español, denotando que no había por qué administrar a América desde el desconocimiento de los intereses de las élites locales. La independencia de los Estados Unidos, en 1776, fundada bajo unos principios constitucionales influidos por la Ilustración fue un acontecimiento que mostraba un camino hasta entonces inédito, pero probable. El otro, sustentado también en los preceptos ilustrados y que orientaría los ideales de independencia en el virreinato de la Nueva Granada, fue la revolución francesa. Puede leer: Bicentenario: la batalla que cambió la historia España, gran protector de los valores católicos, fue receloso antes las ideas y revuelos generados en Francia. En este sentido, si los principios de la Ilustración eran la razón, la igualdad y la libertad, a España sólo le interesaba el primero, limitado a una minoría ilustrada. El despotismo ilustrado de la dinastía borbona prescindió del humanismo que se promulgaba en Francia y enfatizó en el conocimiento como motor para el progreso y el incremento de sus riquezas. Es en este contexto en el que se puso en marcha la Expedición Botánica. José Celestino Mutis y personajes como Francisco José de Caldas y Jorge Tadeo Lozano, exploraron el territorio del virreinato con el fin de sacarle mayor provecho, acumulando conocimiento como nunca antes. Aquel ánimo intelectual formó a próceres como Pedro Fermín de Vargas, Francisco Antonio Zea y Antonio Nariño. La imprenta particular que empezaba a llegar, la Biblioteca Pública, abastecida en buena parte por los libros confiscados a los jesuitas tras su expulsión, y círculos culturales como El Arcano de la Filantropía, moderado por Nariño, permitieron que el interés por aprovechar el territorio escalara hasta cuestiones libertarias. Para la primera década del siglo XIX, las ideas de Descartes, Rousseau y Wolff eran parte del pensamiento de una reducida pero importante elite criolla. Le recomendamos: Pedaleando el bicentenario: tres aventureros recorrieron en bicicleta la ruta libertadora Representativo de esta cultura política fue el Memorial de Agravios, de 1809, en donde Camilo Torres pedía una representación igualitaria de América en las Cortes de la península. A pesar de que no llegó a España, el Memorial circuló masivamente por el virreinato. “La América y la España son los dos platos de una balanza: cuanto se cargue en el uno, otro tanto se turba o se perjudica en el equilibrio del otro”, señalaba Torres, quien se preguntaba “¿Hasta cuándo se nos querrá tener como manadas de ovejas al arbitrio de mercenarios?”. El sometimiento no duraría mucho más. Para Zea, los independentistas asegurarían “la paz y la concordia universal, y merecerían el reconocimiento de todos los pueblos, los aplausos de su siglo y las bendiciones de la posteridad” Si en Europa la insatisfacción con la monarquía dio pie al liberalismo en América, de manera inevitable la independencia nos lanzó por esta senda. Sin embargo, las confrontaciones civiles de 1811 a 1815 y la vuelta al absolutismo en España en 1815 llevaron a la pérdida de la primera república (la Patria Boba), y la inclemencia con la que la corona castigó a los revolucionarios hizo surgir, ahora con mayor brío, el deseo de separación absoluta. En su escrito titulado Mediación entre España y América, de agosto de 1818, Francisco Antonio Zea cuestiona que España mantenga su dominio en América. Para él, los independentistas asegurarían “la paz y la concordia universal, y merecerían el reconocimiento de todos los pueblos, los aplausos de su siglo y las bendiciones de la posteridad”. Más allá de los contrastes evidentes entre los que imaginaban una nación federalista y los que, como Bolívar, soñaban con la imposible integración americana, la libertad política guio los ideales que dieron sentido a la independencia. De manera ineludible, el tránsito por la senda de la República se hizo bajo las luces del liberalismo. * Periodista, Revista Semana