Lea todos los poemas de ‘Arde Babel‘ haciendo clic aquí Arde Babel Por eso escarban durante la nochepasan la manos sobre las piedras ciegas;buscan la herida inicial, el signo que eleve y coagule tanto abismo, tanta altura desbordada. Nada cuesta más que a la luz suturar lo que el fuego ha devorado. Escarban como si en lo hondo bien arriba habitara el sosiego o su réplica. Revelación Éramos tres y la calle,pronunciábamos entre el vino aquello que nos hace humanos: el amor, la muerte, el tiempo. De esquina a esquina como si ese breve espacio fuera el mundo y la ebriedad un útero oscuro, nos mirábamos incrédulos advirtiendo en el otro la revelación de esa voluntad voraz, fortuita que lo mueve todo. Se intuye el mundo en lo hondo que se esfuma desde lo que tiembla vertiginoso en la palabra lenta e incapaz de acercarse a esa vorágine. Las calles del ebrio en perpetua fuga se caminan hacia el fondo y calladas. Cuando sobrevienen la vigilia la resaca, el hartazgo, probamos otra vez encajar como una vértebra en el esqueleto del mundo. Fuego de los días De espera en espera consumimos nuestra vida.Epicuro Por acá todo es casi fuego a diario,el perro olfatea en la cocinalas cenizas de la luz;eso es la desapariciónla ausencia de la lengua sobre el pan, los ojos que desean lo que se hunde en el misterio del mundo. Yo no sé si es bueno nombrar, yo no sé, pero a veces cuando amenaza el fuego lo más elemental, uno se pregunta si de esa manera debe ser todo. En la cocina la tetera canta exasperada y el olor a hierro quemado es el único vestigio de un agua seca y reseca, inexistente entre el fondo negro de la olla. Otro día es un cigarro que encuentra entre silbidos el blanco corazón de la colilla que se ahoga, allí el fuego es pasado, certeza limpia. Así también pasa con el cuerpo y uno sigue preguntándose qué lo quemará: una enfermedad en los pulmones, un carcinoma, un balazo, una traición. Quién sabe qué extraño fuego acabe esta espera. Meditación Aquí fumando, mal hábito deseado,el letargo es contingencia.Estirar la mano entre el humo y el cenicero,amputar la ceniza y de la incisión extirpar el signo. Los malos hábitos se aprenden a escondidas, mirar bajo el vestido de una monja, en el vino encontrar la salvación y ante el gesto generoso de los hombres confirmar la inexistencia de Dios. Pertenece al artificio, a la civilización, el escándalo. Por acá, solo el humo que fluye, la pena del fósforo que no atina al cuajo. Cuánta carne sobre la tierra. Cuántos coágulos. Secretos Yo guardo secretos, madre, que me matan.Esta fugacidades una manera de nombrarlos:tanto deseo de todo y la nada ya tan dentro. Le puede interesar: 5 poemas de desamor de la poeta cucuteña Claramercedes Arango