Si un concepto define a Colombia es la resiliencia. Según el Banco Mundial, en las últimas tres décadas hemos atravesado la dependencia del petróleo, los flujos migratorios masivos y, más recientemente, los estragos de la pandemia. Aun así, el país no se detuvo. El Índice Global de Resiliencia 2023 nos ubica entre las naciones de América Latina con mayor capacidad para levantarse frente a crisis externas.

Pero la grandeza de un país no se construye solo con discursos ni con cifras macroeconómicas. Está en lo cotidiano, en las acciones de millones de personas que mantienen en marcha la economía. De acuerdo con el DANE, más del 90 por ciento de las empresas son pequeñas y generan más del 60 por ciento del empleo. Son tenderos, emprendedores, agricultores, comerciantes y profesionales independientes quienes, con creatividad y disciplina, sostienen los pilares de nuestra sociedad.

Ejemplos hay de sobra. En plena pandemia, cuando el escenario económico parecía colapsar, miles de colombianos encontraron en el comercio electrónico una tabla de salvación. La Cámara Colombiana de Comercio Electrónico reportó un crecimiento del 40 por ciento del e-commerce en 2020, impulsado en gran parte por pequeños negocios que aprendieron a vender en línea. Esa capacidad de adaptación demuestra que la innovación no pertenece solo a las grandes corporaciones: también nace en el ciudadano común.El reto ahora es dejar de vernos únicamente como sobrevivientes y comenzar a reconocernos como creadores. La resiliencia resiste, pero la grandeza transforma. Y ese salto depende de una nueva mentalidad colectiva.

En el mundo de la tecnología, las startups que prosperan no son las que esperan mejores condiciones, sino las que se reinventan ante la incertidumbre. Colombia debe hacer lo mismo. No basta con sobrevivir: tenemos que construir.

¿Y cómo se ve eso en la práctica? Significa entender que la verdadera riqueza del país no está solo en el petróleo ni en el café, sino en la capacidad de nuestra gente para innovar. El joven que programa desde un pueblo, la profesora que enseña por plataformas digitales, el campesino que adopta prácticas sostenibles, están aportando al país tanto como una gran reforma del Estado.

La grandeza también exige reconocer nuestras deudas pendientes. El Índice de Pobreza Multidimensional muestra que el 12,9 por ciento de los colombianos vive con privaciones severas. No se trata de idealizar la adversidad, sino de convertir esas cifras en motivos de acción. Invertir en formación digital, cerrar la brecha de conectividad —que aún afecta al 36 por ciento de los hogares en zonas rurales— y promover el emprendimiento como motor de movilidad social son decisiones inaplazables.

Colombia necesita líderes. No solo en los palacios de gobierno o en juntas directivas, sino en cada barrio, empresa y familia. Personas que, con decisiones pequeñas y consistentes, impulsen el cambio. Ese liderazgo ciudadano es lo que permitirá convertir la resiliencia en un modelo de desarrollo sostenible.

La resiliencia nos trajo hasta aquí, pero no nos llevará más lejos. El siguiente paso es la grandeza: entender que cada colombiano tiene un papel en la construcción de un país que no solo aguanta, sino que progresa.

Este no es un llamado más. Es una invitación a dejar de pensarnos como víctimas permanentes y asumirnos como constructores de futuro. A dejar de esperar que alguien nos rescate y reconocer que la fuerza transformadora está en nuestras manos.

La resiliencia nos permitió sobrevivir. La grandeza cotidiana -la que se teje en cada hogar, barrio y campo- nos permitirá trascender. Colombia no está condenada a resistir. Está llamada a crear, a liderar y a brillar. Y ese camino empieza ahora, en cada uno de nosotros.

Maria Margarita Castro Osorio es CEO de BluHorizon