Antes de preguntar qué hay que hacer, deberíamos tener claro para qué existimos y a quién servimos. Si el propósito es la razón de ser de una empresa, la estrategia es el camino deliberado para cumplirlo en un tiempo definido. Cuando ese propósito está claro y compartido, la estrategia deja de ser un archivo olvidado y se convierte en una práctica constante que orienta prioridades, inversiones y decisiones cotidianas. Y, sobre todo, sostiene la motivación. Nadie se compromete con tareas sueltas; las personas se movilizan por un para qué, que les ofrezca sentido.

El liderazgo, comenzando por la alta dirección, tiene la tarea de traducir el propósito en visión y en rutas concretas: pocas prioridades reales, métricas comprensibles y libertad para decir “no” a lo que no aporta. Liderar la estrategia es un acto de servicio que exige objetividad para medir, humildad para corregir y generosidad para poner el bien común por encima del individualismo.

También es un acto ético. La empresa habita en un triángulo de confianza entre clientes, colaboradores y accionistas, y el propósito debe sostener ese equilibrio. La tecnología acelera, pero no decide. Deciden las personas con su ética, criterio y convicción. Por eso cada decisión estratégica debería pasar por tres preguntas: ¿aporta al propósito?, ¿a quién beneficia o afecta?, ¿cómo se medirá su impacto en el mediano plazo?

Cuando lo esencial no guía, aparecen señales conocidas: agendas saturadas, comités sin foco, proyectos que compiten por los mismos recursos y una fatiga que nace de trabajar mucho sin lograr lo importante. La solución no es hacer más, sino hacer lo que de verdad importa. Y eso solo se sostiene cuando se mide y se conversa con frecuencia, a través de rituales cortos de reflexión que permitan distinguir si lo que hacemos nos acerca al propósito o solo nos distrae de él.

Invertir también requiere propósito. Antes de comprar tecnología, ampliar infraestructura, contratar más personal o multiplicar capacitaciones, habría que revisar si cada peso invertido se conecta con el propósito y con los objetivos estratégicos. Si no acelera una prioridad, es gasto. Cuando la inversión tiene hipótesis de impacto, métricas y tiempos de revisión se justifica sola; cuando no, solo consume recursos y enfoque.

Una estrategia guiada por propósito se reconoce cuando el para qué es nítido, creíble y lo puede decir cualquier persona de la empresa en dos frases. Cuando existen pocas prioridades que lo encarnan de forma medible y no todo compite por ser importante. Cuando cada equipo sabe cómo su trabajo acerca el propósito al cliente y al negocio. Cuando se conversa con datos y con honestidad, porque lo que no se habla ni se mide se evapora. También cuando las decisiones de inversión cuentan con criterios explícitos de impacto, responsables y plazos; si no los cumplen, se detienen. Y cuando hay libertad para soltar actividades que ‘no mueven la aguja’, como una forma de respeto por el tiempo, el talento y el dinero de todos.

Cuando el propósito se vuelve práctico, la motivación deja de depender del estado de ánimo y nace de la claridad compartida. La mejor prueba es: si le preguntamos a varias personas de la organización cuál es nuestro propósito, qué queremos lograr este año y cómo aportan, las respuestas deberían parecerse. Si no lo hacen, no es un problema de talento, sino de conversación estratégica.

Para empezar, el propósito debe hacerse visible, escrito sin jerga y conectado con decisiones reales, con lo que se hace y también con lo que se deja de hacer. Luego, es necesario limpiar cada mes aquello que no suma: reuniones, reportes y tareas que existen por costumbre, no por aporte. Y hace falta un tablero vivo que permita ver lo esencial, desde los resultados financieros hasta la experiencia del cliente y el bienestar del equipo, porque lo que se ve, se cuida y se mejora.

El propósito da el porqué. La estrategia, el cómo. Las personas, el impulso. Cuando esos tres elementos se encuentran, los resultados llegan con menos fricción y más sentido. Al final, siempre somos personas trabajando para personas. Sin propósito no hay estrategia; sin estrategia no hay motivación que dure.

Martha Cecilia Rojas es CEO Path & People Solutions