“La flor no compite con la otra flor, simplemente florece”. Esa frase se convirtió en un eco constante en mi corazón después de haber vivido una experiencia que me conmovió profundamente. Más de 800 mujeres nos reunimos en un mismo espacio y en un mismo tiempo, con un llamado silencioso pero poderoso: regresar a nosotras mismas.

Todavía puedo ver los rostros, las miradas llenas de ilusión, de esperanza, de miedo y de amor. Todavía puedo sentir las lágrimas cayendo, no como signo de derrota, sino como un acto de valentía: la valentía de reconocer lo que duele y atreverse a soltarlo. También recuerdo las sonrisas que aparecían después, tímidas al inicio, pero luego abundantes, genuinas, como un renacer. Cada gesto, cada emoción compartida, tejió un manto de complicidad entre mujeres que, sin conocerse, se reconocían en lo más profundo.

Ese día confirmé algo que siempre he intuido: cuando las mujeres nos encontramos con la intención de acompañarnos, sin competencia ni juicio, surge algo sagrado. Descubrimos que podemos admirarnos unas a otras sin miedo, apoyarnos sin reservas y entender que arreglarnos para una cita no es para otros, sino para la cita más importante: la que tenemos con nuestra propia alma.

En nuestra cultura, empoderarse muchas veces se confunde con ser fuertes, invencibles e incansables. Pero lo que viví me reveló otra verdad: empoderarse es aceptar que somos vulnerables. Que también sentimos miedo, cansancio, tristeza, decepción. Que a veces no sabemos qué camino tomar ni tenemos todas las respuestas. Y que está bien. Reconocerlo no nos hace más débiles: nos hace más completas, más humanas, más reales.

Hemos cerrado el corazón en tantas ocasiones. Lo cerramos para sobrevivir, para protegernos del dolor, del abandono, de la traición, de la indiferencia. Y aunque esa coraza nos salva por un tiempo, también nos encierra. La verdadera transformación llega cuando tenemos el valor de abrirlo de nuevo. Y la llave para hacerlo es el perdón: perdonarnos a nosotras mismas por lo que callamos, por lo que permitimos, por lo que no supimos hacer; perdonar a los otros, no para justificar sus actos, sino para liberarnos del peso que nos dejaron.

Perdonar es un acto de amor propio. Es regalarnos la libertad de no cargar más con lo que ya no nos corresponde. Y cuando soltamos, cuando abrimos las manos y dejamos ir, entra la luz. Regresa la esperanza. Nos sentimos de nuevo en contacto con el universo y con esa fuerza superior que nos recuerda que la vida siempre sigue.

Ese encuentro también me mostró algo más: el poder interior que habita en cada mujer. Muchas veces lo escondemos debajo de capas de miedo, de silencio, de obligaciones. Pero está ahí, esperando ser despertado. Ese poder es el que nos levanta después de cada caída, el que nos impulsa a volver a empezar, el que enciende nuestra luz incluso en medio de la oscuridad. Y no es un poder que busca perfección, sino autenticidad. Y es allí, en la autenticidad, donde radica nuestra verdadera fuerza.

Hoy escribo estas líneas con gratitud. Gratitud inmensa por cada mujer que se atrevió a estar presente, por cada lágrima compartida, cada sonrisa regalada, cada abrazo silencioso que decía más que mil palabras. Gratitud por la confianza, por la valentía de mirar hacia adentro, por la humildad de reconocerse vulnerable y al mismo tiempo poderosa.

En medio de un mundo que parece acelerarse cada día más, ese espacio nos recordó que sí es posible crear encuentros de amor, respeto y sororidad. Lugares donde no necesitamos máscaras, donde podemos mostrarnos tal como somos. Donde nos reencontramos con la plenitud que no está en lo que hacemos, sino en lo que somos.

Ojalá sigamos multiplicando estos espacios. Ojalá cada vez seamos más las que elegimos preparar esa cita íntima con nosotras mismas, no para los demás, sino como un acto de amor propio. Ojalá sigamos encontrándonos, abrazándonos, reconociéndonos, perdonándonos. Porque cuando una mujer regresa a sí misma, todo su entorno también se transforma.

Hoy quiero cerrar con una certeza: regresar a nosotras es regresar a la plenitud y a la libertad. Es volver a florecer sin compararnos, sin competir, simplemente siendo.

Mujer, regresa a ti. Allí está tu fuerza. Allí está tu verdad. Allí está tu vida.

Ana María Beltrán, directora ejecutiva de la Corporación Lenguaje Ciudadano