Mientras el país dormía, el 13 de noviembre de 1985 el volcán Nevado del Ruiz despertó y mostró su ira al hacer erupción y llevarse a todo un pueblo de 25.000 habitantes. Ya son cuarenta años de esa tragedia que siguió a la del Palacio de Justicia, la diferencia: apenas seis días entre un hecho y el otro, que los medios de ese entonces contaron a los colombianos.

El reportero Javier Mauricio Manjarrés estaba en Ibagué y le seguía —desde finales de 1984— el paso al Nevado del Ruiz, el cual mostraba cambios en su comportamiento que empezaban a preocupar hasta que tuvo que registrar la trágica noticia de la desaparición de Armero.

Manjarrés habló con SEMANA y describió cómo contó la tragedia para la televisión al ser uno de los primeros en llegar al lugar. Hoy, esos recuerdos los narra con respeto y nostalgia por lo que fue ese municipio, pero con grandes lecciones para el país y para el periodismo, al tiempo que conserva un chaleco, una cámara de video y un radio que logró recuperar de lo que quedó de Armero.

Armero, el pueblo que borró del mapa la erupción del volcán Nevado del Ruiz en noviembre de 1985.

Una secuencia, un seguimiento: “Algo raro está ocurriendo”

Javier Mauricio Manjarrés era reportero del reconocido Noticiero 24 Horas y llevaba meses haciéndole seguimiento al volcán, con los primeros signos de actividad que registró desde el 19 de septiembre del año anterior a la erupción.

“En la vereda más cercana al cráter Arenas, del Nevado del Ruiz, conocida como El Oso, perteneciente al municipio de Murillo, en el Tolima, reportaron un estallido gigante en una madrugada, hecho que llamó la atención de toda la comunidad y, con preocupación, se comunicaron conmigo y fui al otro día justamente a realizar la nota”, detalló.

En ese registro le sorprendió encontrarse con unos montañistas, entre los que se encontraba el bogotano Azdrúbal Jacomet, que vivía en México y quienes vieron lo mismo que los habitantes del entorno de la vereda.

“Aparecen pescados muertos sobre el río Lagunilla, por efectos justamente del azufre que estaba emanando del volcán”

A partir de esa situación, Manjarrés se dio a la tarea de vigilar lo que ocurría y narró que, para febrero de 1985, otras personas que se acercaron hasta el Nevado notaron que presentaba “un fuerte calentamiento, hecho que se evidencia en el casquete glaciar con apariciones de pequeñas fumarolas que hicieron pensar que algo raro estaba ocurriendo”.

Acompañado de su camarógrafo, con su chaleco de 24 Horas y una libreta de apuntes, viajó varias veces por los municipios cercanos: Villamaría, Murillo, Casablanca y Líbano, en donde entrevistó a campesinos, geólogos y miembros de la Cruz Roja.

Para mayo, Matt Gousseau, una persona estudiosa de las grandes montañas en Europa, con un compañero suizo, escaló el volcán hacia la zona del norte del departamento del Tolima y cuando descendieron compartieron un panorama preocupante.

“Encuentran en el casquete glaciar una huella particularmente muy curiosa y es que el volcán comienza a tener unas grietas bastante profundas, bastante grandes”, dijo el reportero.

La situación, según Manjarrés, seguía empeorando, pues a partir de junio varias personas vecinas al Nevado aseguraron ver unas fumarolas bastante grandes, y lo más impactante fue ese aviso que daba el ‘león’ de que iba a despertar: “Aparecen pescados muertos sobre el río Lagunilla, por efectos justamente del azufre que estaba emanando del volcán”.

Ante el panorama, el alcalde de Armero, Ramón Rodríguez, lo llamó y presentó la nota en el noticiero. Manjarrés aprovechó para mencionar a Fray Simón de las Casas, un clérigo español que hablaba de las fechas exactas de otra erupción que tuvo el volcán. Y un detalle que hizo particular esta nota fue que una señora le envió una carta al noticiero —la cual hasta el día de hoy conserva— en la que le pedía hacer una corrección faltando cuatro días para la tragedia.

Y lo peor estaba por venir, de nuevo otra alerta que registró en compañía del periodista de Radio Armero John Jairo Buenaventura, quien murió en la avalancha: “Faltando dos días vuelven otra vez los pescados a aparecer muertos”.

“Nos salvamos por minutos”

El periodista de 24 Horas comentó que muchos habitantes de Armero y otros municipios no creían que el volcán hiciera erupción y recordó que ese 13 de noviembre —desde la tarde— comenzó a caer ceniza, luego una lluvia que se intensificó y “hacia las 9:30 p. m. explota el Nevado del Ruiz e Ingeominas hace seguimiento, y ya un poquito más adelante, comienza la avalancha desde la cumbre del volcán por el río Lagunilla, Chinchiná, Azufrado, causando daños a más de 210.000 hectáreas”.

Cruzó por varios municipios y “a las 11.30 p. m., calculan los expertos, caen sobre Armero cerca de 300 millones de metros cúbicos de lodo y piedra que arrasaron con el municipio”, detalló.

“Yo no estoy viendo a Armero... no se ve... no hay una sola luz en el sitio”

Y es que esa noche, cuando el volcán rugió, ya sabía que el desastre era cuestión de tiempo. A las 11:30 p. m., Armero dejó de existir. Manjarrés describió el horror de ese día y fue uno de los primeros en estar presente, sin alcanzar a imaginarse lo que verían sus ojos y lo que una cámara Hitachi japonesa FP-21 grabaría, en compañía de su camarógrafo, Wilson Camargo.

“Mi preocupación era saber si podía llegar. Entonces llamo al doctor Mauricio Gómez, el dueño del noticiero 24 Horas, y me dice: ‘Bueno, hay que seguir haciéndole a la noticia’... Llamo a mi camarógrafo a su casa y estuvimos muy de buenas porque él había salido hacia el Teatro Metropolitano de Ibagué, estaba viendo una película y salió casi a las 11 p. m. Entonces nos desplazamos a esa hora hacia Armero, llegamos como a las 12:15, la avalancha había pasado sobre las 11:45, o sea que por unos minutos nos salvamos de la tragedia, y a partir de ahí comenzamos a ver los primeros sobrevivientes”.

Esta fue la cámara Hitachi que registró las escenas más dramáticas de Armero. Javier Manjarrés hoy la conserva como un símbolo de lo que fue su cobertura en la avalancha. | Foto: Archivo Personal API

En ese momento, Leopoldo Guevara, un empresario que tenía avionetas para fumigación y coordinaba las actividades de Defensa Civil, se conectó a una red de radioaficionados desde la que escuchó a uno de ellos decir: “Yo no estoy viendo a Armero... no se ve... no hay una sola luz en el sitio”.

Manjarrés y su camarógrafo, Wilson Camargo, al aproximarse al municipio, por carretera, arribaron hasta un costado del puente del río Lagunilla y, en medio de unos carros detenidos, “de repente aparece un policía del municipio de Lérida, con un radio en mano, y le preguntamos que qué era lo que estaba pasando y nos dijo: ‘Decidí venirme hasta acá porque nuestros compañeros de Armero no nos contestan’”.

Fue entonces cuando ya con los primeros rayos del día, del 14 de noviembre, Guevara apareció con una avioneta manejada por uno de sus pilotos y sobrevolaron Armero. En esa aeronave se subió el camarógrafo de Manjarrés y se conocieron las primeras imágenes del desastre. Luego, el noticiero envió otro helicóptero desde el que se registraron las escenas de la catástrofe hacia las 8:30 a. m. y enviaron vía microondas para la televisión.

“Esta cámara nos sirvió para hacer las primeras imágenes de Armero. La conservo porque me la regalaron

El periodista Javier Mauricio Manjarrés con su camarógrafo Willson Camargo fueron los primeros en entrar a Armero y ver su total destrucción. | Foto: Archivo Personal API

Ya después, en tierra, Manjarrés y Camargo lograron entrar hasta las calles en las que se podía pisar tierra firme: “Sí había algunas zonas donde hablaban que quemaba, pero yo creería que no con la intensidad que pudo haber sido, porque el lodo traía de todo: piedra, barro, material vegetal inmenso, entonces seguramente en algunos sectores sí se sintió con temperaturas altas, pero en otros, definitivamente no”.

Y entre el drama de los muertos, heridos y desaparecidos, la huella de Omayra Sánchez también lo marcó: “Yo no la encontré. Fue Germán Santamaría, del diario El Tiempo. Pero todos la vimos, todos escuchamos sus palabras. Omayra se convirtió en el rostro de la tragedia y en la voz que conmovió al mundo”.

Fue por eso que aseguró que si esa tragedia hubiera ocurrido hoy sería imposible narrarla igual: “Lamentablemente, hay muchos que posan de periodistas, que utilizan la tecnología para decir cualquier cosa o cualquier barbaridad. No creería que se hubiera hecho algo bueno rompiendo el respeto”.

El periodista Javier Mauricio Manjarrés con Leopoldo Guevara, dueño de la avioneta de fumigación que sobrevoló Armero el 14 de noviembre de 1985 a las 5:45 de la mañana. El camarógrafo Wilson Camargo hizo las primeras imágenes de la tragedia. | Foto: Archivo Personal API

Entre el lodo y la memoria: “Son mis símbolos”

Armero se convirtió en un punto de quiebre para los colombianos, las entidades, el Gobierno y el futuro, como una situación que no se puede repetir, que dejó lecciones sobre advertencias, prevenciones, evacuaciones y respuestas ante el riesgo, y parte de eso es la memoria que deja una tragedia. Memoria que es vista con profundo respeto por Manjarrés quien guarda como un tesoro objetos de esa época como periodista.

Uno de esos tesoros es la carta que escribió la mujer que le pidió rectificar una nota y la muestra a SEMANA como el registro de ese pasado que perdura en el tiempo: “Ella murió en la tragedia”, comentó.

En esos días que cubrió Armero, entre personas y niños cubiertos de barro, casas arrasadas, cuerpos sin identificar, otros sepultados por el lodo y rescatistas exhaustos, ese registro para el noticiero fue gracias a esa cámara Hitachi que hasta el día de hoy permanece con él.

Entre los objetos que guarda de esa cobertera, Javier Manjarrés tiene el chaleco y el cono del micrófono del noticiero, además de rescatar de los escombros de la avalancha un radio "que pesa casi una arroba". | Foto: Archivo Personal API

“Esta cámara nos sirvió para hacer las primeras imágenes de Armero. La conservo porque me la regalaron. Después de hacer el cubrimiento, ya un poco con dificultades para su ejercicio, porque se mojó, porque tuvo el barro encima y demás, la conservo no como una reliquia, sino como un símbolo para los periodistas que cubrimos la tragedia de Armero”, además de su chaleco y el logo del micrófono de 24 Horas.

Y un objeto que encontró días después en una de las crestas de la avalancha: “Un radio alemán, supremamente pesado, hecho en madera. Me dio por cogerlo y me pegué una encartada varios días porque para cargarlo era supremamente difícil. Lo conservé por allá y lo guardé, cuando terminó la tragedia me lo traje”, aseguró.

Hoy, después de cuarenta años, esos tesoros le recuerdan el símbolo de lo que representó en su vida la cobertura de la avalancha y que la labor del periodismo no puede perder “su responsabilidad y la prudencia” ante un evento como estos.