Francisco González, director de la Fundación armando Armero, trabaja incansablemente desde hace más de una década para restaurar la memoria histórica de Armero tras la tragedia. Lo hace a través de diversos proyectos con los habitantes de la región, entre los que se destacan ‘Los niños perdidos de Armero’, el desarrollo de una ruta turístico-rural de memoria y la creación del Centro de Interpretación de la Memoria y de la Tragedia de Armero.

Además, por medio de su fundación, y con ayuda del instituto de genética Yunis Turbay, han permitido que diferentes familias se encuentren con sus seres queridos que creían haber perdido el día de la tragedia, en 1985.

Como sobreviviente de la catástrofe, González ha dedicado su vida a darle a este evento la visibilidad que merece. En su conversación con SEMANA, abordó ese día, su investigación, los proyectos futuros y las experiencias de la fundación a lo largo de los años.

Francisco González. Fundación Armando Armero. Bogotá Octubre 20 de 2025. Foto: Juan Carlos Sierra-Revista Semana. | Foto: Semana

SEMANA: ¿Cómo el desconocimiento o la falta de atención a los antecedentes históricos sobre las erupciones del volcán Nevado del Ruiz influyó en la tragedia de Armero de 1985?

Francisco González: Han pasado 40 años de una tragedia que se hubiera podido evitar, como lo demuestran estudios de vulcanólogos realizados años antes, tanto extranjeros como colombianos; por ejemplo, en Manizales, el del vulcanólogo Gonzalo Duque. La historia, además, tiene un peso enorme, y es saber que en 1595 sucede la primera avalancha sobre Armero, en 1845 la segunda, y que se vuelve a construir sobre el mismo riesgo.

Una tragedia, digamos, que no se hubiera podido evitar en cuanto a la erupción del volcán Nevado del Ruiz, pero sí en cuanto a tantas muertes innecesarias que se dieron. Podemos hablar de más de 25 mil muertes; es más, quizás hasta más, porque yo alguna vez le hice una entrevista al último notario que estaba en Armero, y me dijo: “No, en Armero podemos hablar perfectamente de más de 30 mil víctimas”. Tampoco se tuvo en cuenta la población faltante y el turismo que había, pero la cifra oficial que se maneja son 25 mil muertos.

SEMANA: ¿Cómo fue la respuesta del Gobierno frente a las advertencias sobre el volcán del Ruiz antes de la tragedia de Armero?

Armero se convierte en el mejor ejemplo a nivel mundial de lo que no se debe hacer: ni antes de la tragedia, ni durante la tragedia, ni después de la tragedia.

F.G.: Entonces, en 1985, con el gobierno de Belisario Betancur sucede la toma y retoma del Palacio de Justicia y luego viene lo de Armero. Entonces, Armero se convierte en el mejor ejemplo a nivel mundial de lo que no se debe hacer: ni antes de la tragedia, ni durante la tragedia, ni después de la tragedia.

Un acontecimiento muy mal manejado desde el punto de vista del rescate. Este país está listo para la emergencia, pero no está preparado, o no hace prevención antes. Si en Armero se hubiera hecho una labor de gestión del riesgo, de comunicación, de alarmas, de monitoreo con seguridad desde el volcán, desde Murillo —la avalancha se demoró dos horas en bajar—, si eso hubiese existido en Armero, no habría 25 mil muertos, sino tal vez menos de 500.

Con Armero, entonces, nace realmente la gestión del riesgo en Colombia. Hay una falla grande que sigue existiendo, y es que en este país existen las víctimas del conflicto armado, pero no existen las víctimas de desastres de origen natural. Hay un vacío muy grande en ese sentido, porque estamos en un mundo de desastres naturales: ciclones, tsunamis, avalanchas, deshielos, inviernos, cambio climático, etcétera.

Siempre se ha hablado de Omayra como símbolo. Omayra es un símbolo mediático: era una niña que estaba en un sitio donde los periodistas podían llegar, un sitio, digamos, seco. Yo estuve al otro día de la tragedia buscando a mi padre, buscando a mi hermano, metido entre el barro. Yo pasé cerca de Omayra y me di cuenta, no sé, diez años después: “Oiga, claro, estaban acá tratando de salvar a un niño; claro, era Omayra”. Uno salía como por una montañita, y yo en esos días de tragedia estuve allá, buscando a mi padre, a mi hermano, ayudando a salvar con lazos, sacando heridos, viendo muchos muertos, viendo todo, viendo el pueblo donde yo había crecido, donde pasé mi adolescencia, que se había ido.

Armero me enseñó que, de un día para otro, uno puede perderlo todo. Una noche se acuesta uno y tiene algo; al otro día, lo pierde todo.

Armero me enseñó que, de un día para otro, uno puede perderlo todo. Una noche se acuesta uno y tiene algo; al otro día, lo pierde todo.

Pero uno vuelve a comenzar. Entonces pasé varios años sin ir a Armero.

SEMANA: ¿Qué pasó con los sobrevivientes de Armero después del desastre?

F.G.: Nuestros muertos fueron enterrados sin ningún protocolo por un alcalde militar que nombran en esa época, el mayor Horacio Ruiz Navarro, quien entierra a nuestros muertos mezclados con televisores, con vacas, con perros, con licuadoras, en grandes fosas comunes. Él no deja participar, digamos, a los pocos líderes que quedaron. Entonces también ahí hay otra arbitrariedad, y es, digamos, la postragedia.

Luego vienen los recursos. Para los armeritas llega mucha cooperación internacional, pero se robaron mucho de esas ayudas internacionales. Después, a los armeritas los ubican en carpas, donde duraron como dos o tres años.

Sobrevivientes de la tragedia. | Foto: Carlos Linares Pinzon

Yo tuve la fortuna de que vine para Bogotá, tenía familia, me enfermé, me ayudaron mis tíos, pero la gente que no tenía nada padecía una agonía y unos años muy duros. Luego les dan casas por sistema de autoconstrucción y no les dan empleo. Entonces, por eso, algunas partes de la población siguen con necesidades básicas.

Finalmente, Armero Guayabal, que era la población más cercana, la nombran cabecera municipal. Guayabal antes era un corregimiento. Y comienza un Armero lleno de ruinas, donde el verde ha cubierto todo: estas ruinas, la maleza y el olvido que todos los gobiernos han cubierto con indiferencia, todo lo que representa Armero, que podría ser la Pompeya de Sudamérica.

SEMANA: ¿Cómo nació su proyecto sobre los epitafios y la reconstrucción de la memoria en Armero?

Restos de Armero y una cruz en el centro. | Foto: Carlos Linares Pinzon

Descubrí que el armerita no había hecho el duelo, y que mucha gente iba incluso a donde quedaba su antigua casa; pasaba horas y horas allí. Descubrí que la gente necesitaba referentes.

F.G.: Entonces realicé una investigación sobre los epitafios, es decir, tumbas simbólicas sin muertos, al descubrir que a la gente le hacían falta referentes. Ahí me di cuenta de que había una ausencia de memoria. En esa época yo estaba trabajando en El Espectador, en la sección de cultura, y uno siempre quiere hacer una investigación en la vida. Yo quería investigar lo de Armero: qué archivos había en Armero.

Entonces desarrollé un proyecto que consistía en cómo generar desarrollo social y económico en una zona deprimida por una tragedia de origen natural, y cómo la memoria histórica sirve, digamos, como herramienta para reconstruir la región. Cómo la memoria histórica, entonces, ayuda al duelo, contribuye al desarrollo social y económico. Un proyecto cultural debe generar impacto en la comunidad, debe generar economías locales.

SEMANA: ¿Cómo ha contribuido su trabajo en la Fundación armando Armero a la recuperación de la memoria y al desarrollo cultural del antiguo municipio?

Pensando en el filósofo Régis Debray, que decía que “la imagen es más virulenta que el escrito”, el armerita necesita buscar, necesita recordar a través de las imágenes.

F.G.: Entonces se comenzó a crear un incipiente turismo cultural con este trabajo. Este trabajo, por ejemplo, el pasado ministro de las Culturas, Juan David Correa, lo apoyó muchísimo, ayudó bastante, y pudimos hacer 40 estaciones de memoria, que son las que van a ver ahora en los 40 años. Son narrativas hechas; yo hice toda esa investigación de las estaciones de memoria, además del Callejón del Duelo que comencé a construir, y que es un homenaje a las víctimas.

Quiero hacer un callejón con todas las fotos de las víctimas de Armero, y llegar algún día a recorrer calles, las antiguas calles de Armero, para que el armerita identifique las fotos: quién era el abogado, el médico, el senador, la enfermera, el obrero. Porque aquí juega mucho la imagen; no es lo mismo hacer un homenaje con un nombre que no dice nada, cuando la gente de Armero quiere recordar quién era cada persona.

Tal vez, pensando en el filósofo Régis Debray, que decía que “la imagen es más virulenta que el escrito”, el armerita necesita buscar, necesita recordar a través de las imágenes.