Más allá de las militancias políticas, lo que más anhela la gente en Colombia, en un departamento o municipio, es que sus votos se reflejen en la existencia de buenos gobiernos. Lo mismo ocurre en cualquier país del mundo. Ese desafío democrático es, en mi opinión, el principal deseo de las personas que viven tanto en las áreas urbanas como rurales, y constituye un buen comienzo para vivir mejor, en paz y de manera reconciliada.

En ese orden de ideas, el logro de buenos gobiernos no es un tema de derecha, centro o izquierda, sino de saber elegir bien a personas que hayan demostrado tener nortes éticos en su vida: como la cero tolerancia con la corrupción, el despilfarro, la violencia, el narcotráfico, las desigualdades sociales, las discriminaciones y la contaminación ambiental, así como frente a todas aquellas personas que siempre ven al Estado como su ‘vaquita lechera’. Esa es, por ejemplo, la gran responsabilidad democrática y ética que tendremos en Colombia, tanto en las elecciones nacionales del año 2026 como en las próximas elecciones regionales de 2027.

En mi opinión, si queremos salir de los remolinos de la corrupción, la violencia y las desigualdades sociales que durante más de 75 años han mantenido atrapada a Colombia, es necesario que la gente, más allá de sus afinidades políticas y sociales, se atreva —desde los municipios y con la única arma de su voto— a generar una verdadera revolución ciudadana en favor de la existencia de buenos gobiernos.

Eso demanda un proceso de deconstrucción de los mecanismos de permisividad y el fortalecimiento de los mecanismos de prevención de la corrupción, así como establecer y desarrollar instancias, a nivel de la familia, la educación y el ambiente laboral, entre otros, que favorezcan el surgimiento y mantenimiento de acciones basadas en el respeto por el otro, en saber escuchar y en la resolución pacífica de los conflictos.

En ese camino, sería muy importante contar con el acompañamiento de los diversos organismos internacionales, y que las personas que podemos votar en Colombia —con el apoyo de quienes son menores de 18 años— nos atrevamos a unirnos en la diferencia para romper las cadenas de los miedos y, de esa manera, contribuir a elegir personas comprometidas con el logro de buenos gobiernos.

Reitero que, para alcanzar esos propósitos democráticos, lo fundamental no son los sentimientos políticos o partidistas de derecha, centro o izquierda, sino que las personas elegidas por voto popular hagan el compromiso público, ante la población votante y no votante, de que a los cargos públicos se llega para servir a la gente— empezando por los niños y las niñas— y no para ser servido o aprovecharse del Estado.

En esa perspectiva, invito a todos los partidos y movimientos políticos y sociales, así como a las personas que, por una u otra razón, no militamos en ningún partido, a que unidos en la diferencia nos atrevamos a dialogar sobre la urgente necesidad que tenemos —en Colombia y en cada uno de sus departamentos y municipios— de contar con buenos gobiernos al servicio del bien común y de la gente.

Reconozco que lograrlo no es tarea fácil, pero tampoco imposible. Lo importante, por el bien de Colombia y de su población urbana y rural, y sobre todo, de los niños y los jóvenes, es atrevernos a dar el primer paso.