En la vida he aprendido que los seres humanos debemos tener la virtud y la sabiduría de escuchar más a las personas y hablar menos, sobre todo cuando se tienen responsabilidades de Estado, políticas, sociales, empresariales, académicas o internacionales.
Desafortunadamente, esa sabiduría se ha ido perdiendo poco a poco. En unos casos por sectarismos políticos y sociales y, en otros por la arrogancia o la equivocada concepción del “ordeno y mando” de algunas personas que, muchas veces, confunden su breve paso por los cargos públicos o privados con el comportamiento prepotente de aquellos señores esclavistas que siempre se consideraron portadores de la verdad y que mandaban a castigar, física y moralmente, a todas aquellas personas que se atrevieran a expresar opiniones diferentes a las suyas.
Como los tiempos de la esclavitud y de las dictaduras son muy diferentes a los de la democracia y la libertad, es conveniente recordarles a muchos gobernantes que la población que los eligió por voto popular no les dio poderes omnímodos, ni facultades para imponer sus ideas políticas, tanto a nivel nacional como internacional.
Eso es lo que, posiblemente, viene pasando tanto con el presidente de Colombia como con el presidente Trump, de los Estados Unidos.
En tal sentido, muy respetuosamente manifiesto que, si el presidente Petro toma conciencia de que dicho mandato constitucional termina el próximo 7 de agosto de 2026, podrá ser más pragmático y respetuoso en sus relaciones con otros gobiernos porque, por más diferencias que tenga con ellos, dichas diferencias no le dan el derecho a descalificarlos públicamente, ni a invitar a las fuerzas armadas de esos países a rebelarse contra sus decisiones gubernamentales.
Probablemente, esa situación, plena de impulsividad y emotividad, explique la decisión unilateral que tomó el gobierno de los Estados Unidos de cancelar temporalmente la visa al presidente Petro y que, hasta el momento, según la información pública, ningún país democrático del mundo entero ha manifestado su protesta por tal decisión.
De modo que nos corresponde a los colombianos y colombianas, en su diversidad política y social, que consideramos que las relaciones diplomáticas con los Estados Unidos son muy importantes para el futuro económico y social de Colombia, seguir trabajando para que no se debiliten en el futuro y, por el contrario, trabajemos unidos en la diferencia por el fortalecimiento integral de ellas.
Como no es bueno para el presente y el futuro, tanto de Colombia como de los Estados Unidos, lo que está pasando, mucho más cuando, como países hermanos, necesitamos colaborarnos recíprocamente y convivir pacíficamente, muy fraternalmente debemos solicitarles a las personas que aspiran a ser elegidas el próximo 31 de mayo de 2026 que, como presidente o presidenta de Colombia, no le echen más leña a la hoguera y que se comprometan públicamente a que una prioridad en su agenda internacional sea procurar tener una política internacional respetuosa y de amistad no solo con los Estados Unidos, sino también con toda la comunidad internacional.
La sensatez, el sentido común, el bienestar común y el derecho de todos los pueblos del mundo a vivir mejor, en libertad y en paz, son, en mi opinión, lo que debe primar y orientar el accionar de los gobernantes tanto en sus respectivos países como a nivel internacional.