Las esmeraldas y las piedras preciosas siempre han causado admiración. Su inexplicable belleza natural le ha generado a más de uno un sueño de una riqueza obtenido sin más trabajo que tomarlas de la naturaleza. Se han escrito novelas, se han hecho películas, y durante siglos no hubo un mejor argumento para conquistar un amor, o para simbolizar la conquista, que una esmeralda u otra piedra preciosa.Semejante fascinación no pudo estar exenta de conflictos y hasta guerras. En todos los continentes, durante décadas, la pelea por llegar a las entrañas de la tierra para extraer una riqueza preciosa llegó a tener alcances casi épicos. En la sola conquista española del Nuevo Mundo la pasión por el oro y por las piedras preciosas pudo ser una motivación más clara que hacer girar la historia con el descubrimiento de un nuevo continente y la ampliación extraterritorial de los imperios europeos. Guerras ha habido casi siempre, y la de las esmeraldas en Colombia –consideradas entre las más hermosas del mundo– tuvo momentos de violencia y crueldad, con visos mafiosos y con protagonistas oscuros y legendarios como Víctor Carranza. Muy a la colombiana, la historia de enfrentamientos siempre estuvo acompañada de intentos de acuerdos y de hacer las paces que casi nunca funcionaron.Por eso es de celebrar el cambio que se ha producido en el régimen de explotación y comercialización de las piedras preciosas. Porque las empresas comprendieron que la legitimidad de su explotación depende de la utilización de métodos de trabajo limpios y dignos. Y los consumidores adquirieron conciencia en el sentido de que las bellezas que produce la naturaleza no se pueden manchar con malas prácticas de la especie humana. Sino todo lo contrario: el verde profundo y misterioso de una esmeralda es aún más brillante si sale del subsuelo por vías legales y mediante prácticas que cuidan el ambiente y enaltecen a quienes hacen el trabajo.Las modificaciones culturales y los avances en la tecnología y en las prácticas de extracción se han convertido en una oportunidad. La de aumentar las exportaciones y generar riqueza, con metodologías utilizadas en otros países que minimizan los impactos sobre el medioambiente y que respetan las reglas de juego establecidas por el Estado para ganar acceso a las piedras. Colombia no ha debido dejar de ser nunca el país de las esmeraldas más bellas del mundo, y ahora tiene la oportunidad de volver a ganar ese título.Editor general de Revista SEMANA.