“¡Apareció el tomate!”, grita por teléfono una mujer a las 9.30 de la mañana, mientras decide qué hacer de almuerzo. Estamos en la Habana, Cuba, en el legendario barrio de el vedado, a tan solo unas cuadras del hotel nacional y el habana libre, donde se hospedan cada año cientos y miles de turistas que deciden aventurarse a probar de primera mano lo que es el socialismo tropical, ese sistema económico que otrora fuera una gran potencia en la guerra fría, y que hoy es casi un artículo museográfico para la historia de la humanidad. “¡También sacaron pepino, y me dijo la vecina que hay pollo de dieta en la bodega!”, continúa esta conversación telefónica para la que hay que tener maestría en cubanismo. La señora explica que existen reservas de pollo especial para personas con problemas médicos, y que es posible recogerlo en la bodega con la libreta de abastecimiento a la que todos los cubanos tienen derecho. Un día cualquiera en La Habana es un constante paralelo entre los que viven allí, y los que llegan de turistas. Sin adentrarnos en infinitas disquisiciones políticas, ni concienzudos análisis sociológicos, es interesante ver cómo se comporta el fundamental tema de la alimentación en este paralelo de dos mundos y un mismo estómago. En Cuba es difícil alimentarse como uno quisiera, no solo porque a veces sean escasos ciertos alimentos, sino porque estos son esquivos para el desinformado. Seguramente usted como viajero está acostumbrado a que todo se lo expliquen y a que todo sea relativamente fácil de intuir. Incluso, si es un aventajado usuario de Google, pensará que todo lo puede resolver desde su smartphone. Pues acá no. La Habana es una ciudad que no tiene explicaciones, ni mapas en cada esquina, mucho menos Internet abierto. Parece que por allí nunca pasó un experto en señalética. Sin embargo, hay que estar siempre muy alerta. El olfato quizá sea el mejor compañero de viajes que cualquier guía de Lonely Planet. No es raro que el más insignificante puesto de venta callejera, le ofrezca un inolvidable y genuino pan con lechón cubano, del que nunca pueda separar su memoria emotiva. Al estar ubicado el país sobre los 23,5° del Trópico de Cáncer, es necesario jugar con los productos estacionarios de temporada. Es por eso que el mango y el aguacate, pilares indiscutibles de la oferta de la isla, solo se consigan en determinados meses del año. Y justamente ahí viene la pregunta del millón que se hacen casi todos los turistas vegetarianos, o con dietas rigurosas, o simplemente con tendencia a alimentarse sanamente: ¿dónde conseguir alimentos frescos? Pues bien, cada barrio tiene mercados que allá se llaman Agros. Algunos están ubicados en viejas joyas arquitectónicas, como es el caso del Agro de Cuatro Caminos, ubicado al occidente de la ciudad. Los antiguos pórticos enmarcan la venta diaria de productos típicamente cubanos como la malanga (tubérculo parecido a la arracacha), el boniato (una suerte de papa dulce), la carne de cerdo o las raíces chinas, que allá se llaman frijolitos chinos, además de las ya conocidas caraotas, indispensables para elaborar el arroz congrí. Estos lugares son la opción más atractiva y divertida para asegurar una aventura gastronómica en La Habana. Allí no existen reglas ni estándares de consumo para los alimentos. Por eso no hay que asustarse si de pronto encuentra pasta de ajo cuidadosamente dosificada en botellas de cerveza Corona, o si de golpe se topa con mermelada de mango o puré de tomate envasados en latas con diseños que parecen elaborados hace más de cinco décadas. La razón para no asustarse es que en Cuba la comida es sana. Si usted es de los que necesita fruta para poder asegurar la buena digestión, seguramente encontrará productos como la papaya, que allá se llama ‘fruta bomba’, y estas no serán las típicas frutas perfectas y brillantes, todas iguales. Serán fruta bombas con lunares y hendiduras, todas naturales, sin transgénicos, piezas individuales y no clonadas que le harán volver en el tiempo y pensar que la comida alguna vez fue libre de químicos e imperfectamente deliciosa. Los Agros también están divididos según el poder adquisitivo. Hay uno en especial que algunos cubanos llaman el ‘Agro- boutique’, ubicado en la Calle 19 y B, en pleno barrio del Vedado. Allí la oferta es mucho más amplia que en otros, aunque los precios tiendan a subir. Se encuentran productos como jengibre, albahaca, y ciertas hierbas aromáticas que, por lo general, nunca encontrará en otros mercados. Ahora bien, si usted no es de los que hace mercado cuando viaja, también tiene alternativas. Desde hace tres o cuatro años, La Habana ha dado un vuelco radical en su oferta gastronómica. De la noche a la mañana esta ciudad se ha empezado a surtir de restaurantes que bien podrían competir con los mejores del mundo. Lugares como Bollywood (indio) o PP’S Teppanyaki (japonés) siempre se surten en las plazas, y con una que otra importación de ingredientes y especias, para ofrecer comida exótica y fusión entre culturas. Aunque la novedad le ha dado un nuevo aire a la ciudad, también existen clásicos de altura anteriores a este boom de ofertas internacionales. Por ejemplo La Guarida, donde se filmó la película Fresa y Chocolate, y también Dr. Café, uno de los mejores y más sorprendentes restaurantes de Cuba, tanto por su amplia gama de vinos y licores, como por su oferta de platos exóticos, perfectamente elaborados. Y en la misma línea, si definitivamente quiere dar un paso más y conocer de cerca la cocina de Cuba, no deje de visitar El paladar de Doña Eutimia, ubicado en el barrio colonial de La Habana Vieja, a un paso de la catedral. Allá encontrará un buen ejemplo de comida puramente típica, elaborada por cocineros de primer nivel que lo harán sentir en la cocina de cualquier cubana de las que averigua todas las mañanas por los productos que recién aparecieron en el Agro más cercano.