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El arca de Noé

Pixar parece ser el sueño de cualquier animador y creador que busque la independencia y las buenas historias, antes que el mercadeo a lo Disney. Con Up, estrenada hace quince días en Colombia, el Festival de Cannes se rindió ante esta empresa hoy independiente

Andrés Borda* Londres
29 de junio de 2010

Hollywood puede ser el peor enemigo de un cineasta. Un escritor tiene un buen guión, lo trabaja, lo corrige. Lo manda a través de su agente a varios estudios. Uno de ellos anuncia que le gusta, que quiere comprarlo. El guionista no puede contener su felicidad: van a hacer su película. De repente, el estudio dirá que el guión no está listo, que necesita trabajo. Habrá un montón de ejecutivos (ninguno de ellos ha escrito en su vida nada más largo que su firma) con listas larguísimas de correcciones: tendrán estudios de mercadeo justificando por qué el público no quiere ver ratones sino perros; pelearán con el guión por no tener un final feliz; se asustarán de los chistes políticamente incorrectos. El guionista defenderá como pueda lo que tardó años en hacer. Pero al final no hay caso: el ejecutivo sonríe y le dice al escritor que el guión ya no es de él. Que lea con cuidado el contrato que firmó. Que llamarán a otros guionistas para que lo corrijan. Y que gracias.

Es por eso que Pete Docter, el codirector de la última película de Pixar, Up (la cual abrió el pasado Festival de Cannes convirtiéndose en la primera película animada en merecer el honor), dice que fue un hombre afortunado cuando, al salir de su universidad buscando trabajo como animador, fue acogido por Pixar. Y es que sin Pixar, Docter —un hombre introvertido que confiesa que a veces se siente aterrado del mundo y de la gente, que muchas veces fantasea con escapar de todos y de todo— nunca habría podido filmar junto a Bob Peterson la historia de un viejo que, como él, un día decide escapar de todos y de todo despegando su casa del suelo y saliendo a flotar con la ayuda de millones de globos de helio. Otro estudio habría tomado las riendas del guión y lo habría destruido. Pixar no: Pixar dejó en sus manos y en la de sus colaboradores el trabajo creativo.

Docter no es el único genio que la familia Pixar ha rescatado del arrogante mundo de

Hollywood. Está también Andrew Stanton, quien dirigió las increíbles Wall-E, Buscando a Nemo y A Bug’s Life; está Lee Unkrich, codirector de Monsters Inc.; está Brad Bird, el guionista y director de Los increíbles y codirector con Jan Pinkava de Ratatouille; y al final, después de muchos otros nombres con otros créditos, está John Lasseter, uno de los fundadores de esa especie de arca de Noé para animadores en la que se ha convertido Pixar. El director de Cars y de las dos Toy Story. El hombre que ahora es director creativo en Disney y que está logrando, por fin, devolverles el poder creativo a los cineastas.

Fue en 1995 cuando conocimos el primer largometraje animado de Pixar, cuyo logo aparecía opacado en los afiches por el gigante de la distribuidora, Disney. La película era Toy Story, y fue un éxito absoluto. Su popularidad se debió no solo al hecho de ser la primera película animada por computadores y en 3D, sino también por ser una gran historia. Sus personajes eran imitados por los niños. Buzz Lightyear y Woody fueron los íconos favoritos durante ese año en las loncheras, en las comidas rápidas, en los juguetes. El señor Cara de Papa (un juguete que todos los papás recordaban) vivió un increíble renacer. Los niños recreaban en sus casas y colegios batallas entre los personajes.

Ese mismo año Disney —la compañía que Walt Disney había fundado a principios del sigo xx y que había instaurado una tradición increíble, emocionante de películas animadas, trágicas y emotivas al estilo de Pinocho, Bambi y El libro de la selva— lanzó Pocahontas. Y sí: también hubo loncheras y juguetes y dvd de la película. Pero cuando Halloween llegó, los niños tomaron su decisión y se fueron con los disfraces de Toy Story. John Smith y Pocahontas pasaron rápidamente al olvido.

Y Pixar, a fuerza de película tras película, de éxito tras éxito, comenzó a hacerse nombre. A Bug’s Life, Toy Story 2, Monsters Inc., Buscando a Nemo, Los Increíbles, Cars, Ratatouille, Wall-E, y ahora Up: todas ellas, sin nada más en común aparte de la firma de Pixar, se convirtieron en éxitos inmediatos, comenzaron a hacer parte imprescindible de las vidas de su público de la misma manera en que Star Wars, Indiana Jones, y Bambi lo hicieron en la infancia de generaciones pasadas.

Todo esto se lo debemos a John

Lasseter, un hombre que sabe que antes que las loncheras y los juguetes y la plata lo importante es la película. Y que antes que la película, está el corazón de la película. Que no hay éxito en taquilla ni buena publicidad si la historia no es honesta, real, emocionante. Que los personajes inolvidables del cine, los que lo llevaron a él, de niño, a querer convertirse en un animador, eran inmortales no por ser el producto de un estudio de mercadeo, sino por venir de la obsesión de un hombre por contar una historia.

Up, la historia del viejo con millones de bombas flotando con su casa hacia Suramérica, es una historia como estas. Es una aventura que, como Walt Disney alguna vez dijo sobre las películas que él prefería, nos hará reír y llorar por igual. Es otra película de Pixar que quedará grabada para siempre en esa historia del cine que es la memoria de los niños.