Home

Cine

Artículo

First Man - Damien Chazelle

Crítica de cine

La pretendida grandeza: ‘El primer hombre en la luna’, de Damien Chazelle

El realizador norteamericano Damien Chazelle continúa en 'El primer hombre en la luna' ('First Man') con la idealización ciega de un tema ya recurrente en sus películas: el hombre solitario y terco que apunta a la grandeza.

Óscar Garzón M.
29 de noviembre de 2018

El realizador norteamericano Damien Chazelle continúa en El primer hombre en la luna (First Man) con la idealización ciega de un tema ya recurrente en sus películas: el hombre solitario y terco que apunta a la grandeza. En Whiplash (2014), debut que puso las luces sobre Chazelle, el protagonista era un baterista que sangraba como mártir y sobrevivía a accidentes de tránsito para lograr la gloria musical. En La La Land (2016) —aclamada de manera casi unánime por el público y la crítica— sus dos protagonistas sacrificaban una vez más sus vidas en pos de la gloria en la música y el cine. Así que resulta natural —por decir lo menos— que ahora Chazelle decidiera poner la mirada un poco más alta y apuntara a retratar el sacrificio, en mayúsculas y con toda la solemnidad del caso, del primer hombre en caminar en la luna.

Tráiler de El primer hombre en la luna, de Damien Chazelle

El primer hombre en la luna es una película biográfica tradicional que narra los años inmediatamente anteriores a la gran conquista espacial del siglo XX —la llegada del Apolo 11 a la luna— vistos desde la vida de Neil Armstrong. En las primeras escenas de la película, Chazelle nos sitúa en la lucha de Armstrong en su trabajo como piloto de pruebas, para resaltar los atributos de un personaje destinado a la grandeza: frialdad, tesón y control extremo. El Neil Armstrong personaje de El primer hombre en la luna —construido por Ryan Gosling y el guionista Josh Singer (Spotlight)— es un hombre taciturno, disciplinado y dispuesto a sacrificar su mundo más cercano por la conquista espacial. Sus gestos son medidos, rara vez sonríe o elabora un pensamiento medianamente complejo. Sus diálogos se remiten a responder a la inmediatez del presente, a ahuyentar a la gente que pretende comprenderlo y en contadas ocasiones parece tener una idea grandiosa que corresponda con su objetivo.

El único momento que nos permite tener un atisbo de sus motivaciones y su visión del mundo sucede durante una de las entrevistas preliminares que la NASA lleva a cabo para seleccionar el equipo de astronautas del proyecto Gemini. Cuando uno de sus superiores le pregunta por qué quiere ir al espacio, Armstrong responde que para él significa mucho más que la exploración misma del espacio. Es —dice Armstrong, serio y solemne— la oportunidad de replantear la perspectiva que tenemos sobre el mundo y quizás ver cosas que antes no podíamos ver. Sin embargo, este cambio de perspectiva que alega el personaje no es más que una grandilocuencia que la misma película se encarga de traicionar: lo que sigue serán los minutos más tradicionales guiados por la mirada cansada y ya repetida del mito del éxito y el self-made man norteamericano que hemos visto antes en otras películas biográficas.

Le puede interesar: La La Land, pura magia hollywoodense

Chazelle tiene, también, una propensión a idealizar no solamente la conquista del éxito sino además a mirar a los hombres exitosos como solitarios que no requieren ni dependen del trabajo colaborativo. Por el contrario, los personajes que orbitan alrededor de El Gran Hombre chazelliano suelen ser obstáculos para el éxito o meros sacrificios afectivos. El músico de Whiplash luchaba solo contra la corriente —sacrifica a su familia y a su novia— y los demás músicos de su big band eran meros objetos decorativos que servían a Chazelle para lograr secuencias musicales emocionantes que resaltaran el martirio de El Gran Hombre Destinado al Éxito. En La La Land, tanto el músico como la actriz parecen lograr el éxito a pesar de otros músicos y actores: el pianista consigue un trabajo en una banda pop que él mira con asco y recelo y los otros músicos de jazz —que él alega respetar y admirar— son también apenas parte del decorado.

Ryan Gosling como Neil Armstrong en El primer hombre en la luna.

Al igual que los personajes de Whiplash y La La Land, en El primer hombre en la luna, el personaje Armstrong es un hombre que logra el éxito por méritos propios y algún golpe de suerte que Chazelle se encarga de despachar en breve: a su alrededor tenemos una esposa expectante (el personaje femenino recurrente de Chazelle) y un equipo técnico que presiona botones y le sirve sin mayor problema. Extrañamente, como si acaso estos reclamaran para sí una mejor película, son los niños que interpretan a los hijos de Armstrong los que se encargan de poner en escena un atisbo de vitalidad y humanidad a la película. No es incoherente, entonces, que la puesta en escena de Chazelle y la cámara de Linus Sandgren den prioridad a primeros planos cerrados sobre el rostro de Armstrong, enfatizando su lucha solitaria, fría y contenida. La cámara al hombro y la decisión de utilizar los formatos de 16mm y 35mm remiten a un periodo histórico concreto de crisis que es visto con las mismas ideas ya conocidas sobre la vida norteamericana de la década de los sesenta: la carrera espacial y la política exterior estadounidense son vistas desde la pretensión de ser una nación destinada a la grandeza.

De ese modo, la mirada de Chazelle no es solo la repetición de un ideal específicamente norteamericano, la del éxito del self-made man, sino que explica y refleja de alguna manera la decadencia del estado político actual de los Estados Unidos. Con su idealización del hombre solitario destinado al éxito, Chazelle parece no percatarse que algo va del First Man al America First que desemboca, a su vez, en el peligroso y delirante Make America Great Again. Al creer ampliar su mirada hacia la conquista de la luna, Chazelle no ha hecho más que ahondar en su propio ombligo.

Le puede interesar: Whiplash: música y obsesión