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La documentalista Marta Rodríguez durante el rodaje de 'La sinfónica de los Andes', que se estrenó en salas colombianas el pasado 20 de febrero.

ENTREVISTA

“Hacemos un llamado para que salvemos el Cauca, para que pare esta matazón”: Marta Rodríguez

Hablamos con la documentalista colombiana sobre 'La sinfónica de los Andes', su nueva película, que retrata el dolor causado por el conflicto en el pueblo nasa del norte del Cauca, y la esperanza encarnada en una agrupación de música andina de jóvenes que les cantan a sus compañeros muertos.

Danny Arteaga Castrillón
21 de febrero de 2020

Marta Rodríguez es una documentalista legendaria que, junto con su esposo, el fotógrafo Jorge Silva (1941-1987), ha dedicado su vida a investigar y registrar las historias de quienes siempre han sido olvidados por el Estado: indígenas, campesinos, mujeres trabajadoras. Con películas como Chircales, de 1966, considerada hoy un clásico del documental colombiano; La voz de los sobrevivientes (1980), sobre líderes asesinados, o Amor mujeres y flores (1989), acerca de la explotación de operarias en cultivos de flores de la sabana de Bogotá, Rodríguez ha creado una obra rica y trascendente que contribuye a rescatar la memoria del país, sobre todo la de los rincones más abandonados. Esa mirada suya y el conjunto de su obra han cobrado una relevancia particular de cara a una Colombia que se encamina hacia el posconflicto.

A sus 86 años, su compromiso por retratar la realidad del país, esa que incomoda, la que se pretende ocultar, la que nos queremos negar, sigue firme y vital. Con su nuevo documental, La sinfónica de los Andes, Rodríguez busca mostrarle al país el dolor causado por el conflicto en el norte del Cauca, donde han sido víctimas niños y niñas del pueblo indígena nasa. Tres historias dolorosas de tres familias que perdieron sus hijos por las atroces ráfagas de la guerra son la columna de este relato, que es al mismo tiempo el de la entereza, la superación y la esperanza, retratada en una agrupación de música andina conformada por jóvenes indígenas que les cantan a sus compañeros muertos.

La sinfónica de los Andes es una historia que no se limita a plasmar el dolor, sino que escarba hasta la génesis del conflicto, hacia la época de la violencia entre liberales y conservadores tras el Bogotazo y la conformación de los grupos guerrilleros, hasta aterrizar con estruendo en esta zona del Cauca, donde los nasa mantienen firme su espíritu y sus tradiciones, a pesar de aún sufrir los vestigios del conflicto por el asesinato de líderes sociales y la lucha territorial de los narcotraficantes; una región olvidada donde aún no llegan los ecos frágiles del posconflicto.

En conversación con ARCADIA, la documentalista explica las motivaciones que la llevaron a producir esta película, reflexiona sobre la realidad del norte del Cauca y exalta el capital artístico y cultural de la comunidad, así como su importancia en los procesos de sanación.

¿Cómo llegó al propósito de La Sinfónica de los Andes de mostrar la realidad que ha vivido y vive el pueblo nasa del norte del Cauca?

El norte del Cauca ha sido una zona de conflicto desde hace muchos años, donde grupos armados, como el frente Jacobo Arenas de las Farc, han estado presentes. Es un lugar donde se encuentran armas muy peligrosas: minas antipersona, tatucos o cilindros bomba. Yo había recopilado mucha información sobre ese conflicto, lo que me llevó a descubrir que muchas víctimas eran niños. Esto me condujo a hacer un trabajo de búsqueda de historias. Me encontré con tres casos muy dolorosos de tres familias del pueblo indígena nasa que perdieron un hijo cada una en medio de la guerra y que son los que se relatan en el documental.

Nuestro propósito era, entonces, retratar esa realidad en el norte del Cauca, pero al mismo tiempo dejar una muestra de esperanza; por ello retratamos y resaltamos al grupo de música andina conformada por jóvenes indígenas de esa región.

¿Cuál es la historia de esa agrupación musical?

Durante la investigación habíamos descubierto que, en el resguardo indígena de la zona de Caloto, un músico de pasto, con el ánimo de alejar a la población juvenil de las guerrillas y de la amenaza de la droga, había creado una orquesta de música andina conformada por jóvenes adolescentes, que aprendieron a interpretar instrumentos típicos, como los tambores, las flautas y las quenas. 

Hoy estos jóvenes componen poemas a sus compañeros que han muerto en el conflicto y los cantan en su memoria. Es algo muy bello que deja mucha esperanza. Hay un gran talento en ellos. Se siente uno profundamente emocionado verlos tocar los instrumentos andinos. Las culturas indígenas tienen un gran capital cultural y artístico, que emplean en sus ceremonias, en sus rituales, en todo lo que los rodea en su vida. Mejor dicho, lo que tienen es una riqueza enorme.

Hay mucha sabiduría y sensibilidad en los discursos de las personas retratadas en el documental. ¿Qué aprendió usted de ellas?

Aprendí a superar el dolor, la ausencia, la soledad y a entender la importancia de la comunidad en ese proceso. La vida comunitaria los ayuda mucho: tienen cabildos y zonas de encuentro donde se reúnen y llevan a cabo rituales y diálogos. Cuentan también con la ayuda de líderes que les transmiten la cultura de su pueblo y los fortalecen. Nunca están solos, sino que tienen el apoyo de los demás. Fue muy gratificante atestiguar con el documental que la vida comunitaria les da fuerza a quienes han sufrido.

¿Cómo ve el pueblo nasa el proceso de la Justicia Especial para la Paz (JEP)?

Además de las historias dolorosas, la realización del documental me ayudó a entender que en el Cauca tienen muy poca información con respecto a los procesos de la JEP: el discurso del posconflicto no ha llegado allá o ha llegado muy poco. Ellos viven muy aislados. Yo, por ejemplo, les decía que exigieran el derecho a la reparación y a que les devolvieran sus bienes, porque muchos perdieron sus viviendas, y ellos me responden: “No queremos nada, solo queremos que nos devuelvan a nuestros hijos”.

Falta hacer un trabajo de difusión de lo que ha sido el acuerdo de paz. Hay que ir allá y trabajar con las comunidades y hablarles sobre los derechos que tienen y no están utilizando por falta de información. De ahí la importancia de documentales como este.

¿Cuál es el llamado que quiere hacer al país con este documental?

En La sinfónica de los Andes no solo se muestra una comunidad que está resistiendo y que tiene grandes valores artísticos y humanos, sino que también es una oportunidad para mostrarle el Cauca al país. Cada día están asesinando líderes. Hay por ejemplo una presencia constante de ‘narcos’, porque allá abunda la marihuana más demandada, además de coca, que se da sola, y la amapola. Entonces hay una pelea por el territorio. Por eso los líderes de la guardia indígena que cuida el territorio son víctimas; son ellos personas jóvenes que están exterminando, y el país es indiferente a esta problemática. 

A través del documental hacemos un llamado para que salvemos el Cauca, para que pare esta matazón y también para que los colombianos conozcan este departamento y municipios como Caloto y Corinto, donde tanto se ha sufrido por el conflicto, y exijamos todos que se vuelque la atención hacia este territorio.